jueves, 19 de julio de 2007

Episodio XLIX v 1.1

Por fin!!! Mi primera publicación desde el ordena nuevo!!! Sin más preámbulos, aquí va ^^

Nº ep: 49

Tamaño: 10'9

Título: K.O. Brutal 2 ( el uno fue en el ep 22, si no recuerdo mal y sí, se iba a llamar de otra forma, pero no he llegado aúna esa parte, así que el título q visteis en mi nick será para el siguiente)

Dedicado a: N/A (La verdad es que es otro ep idóneo para dedicárselo a Miguel Ángel, pero con uno tiene bastante)


PD: López, cuando llegues a "eso" (sabrás a que me refiero en cuanto lo leas en el ep) ponme que tal ha quedado descrito, no sé si es fácil de imaginar para alguien q no lo conoce de antes ;)





Episodio XLIX

L

os caballeros se quedaron petrificados al ver a su compañero descendiendo mientras sangraba por el pecho y la espalda a la vez. A pesar de que las gotas de sangre seguían cayendo sobre sus cabezas nadie se movía. Únicamente los reflejos de relámpago de Jonyo consiguieron salvar al caballero de una muerte segura rematado contra el suelo.

Tan rápido como le cogió se manchó prácticamente el cuerpo entero de sangre, aún sin crédito a lo que veían sus ojos. La herida no paraba de sangrar y sangrar.

“¡¡¡¿Qué coño haces ahí parado?!!! - gritó Jonyo algo desesperado - ¡¡¡Ven a curarle!!!”

Peter, hasta entonces petrificado como el resto, reaccionó, y llegó hasta Arturo de una zancada, comenzando su análisis en ese mismo instante.

“¿Cómo lo ves? ¿Está muerto?”

“No sé que decirte. Con tanta sangre no hay quien pueda tomar bien el pulso. Hagamos cálculos. Suponiendo que la herida se la hayan hecho antes de que entrara al vórtice, ¿Cuánto tiempo ha podido pasar desde que se la hicieron hasta que ha llegado a nosotros?”

“Pues… - calculó Gabriel - Contando que fue el último en entrar, una posible confrontación que causase la herida, el recorrido en el interior del portal y el tiempo que hemos estado esperando… unos 7 minutos”.

“Entonces hay pocas posibilidades”.

“Un momento – interrumpió Fidel – ¿insinúas que Arturo fue derrotado?”

“Yo no insinúo nada – dijo Gabriel – Sólo me ciño a los hechos”.

Fidel observó el cuerpo de su amigo ensangrentado y se calló.

“La necrosis ya ha empezado a manifestarse – dijo Peter examinando el cuerpo de nuevo – Tengo que curarle ¡ya!”

No tuvo tiempo de empezar. Primero hubo un fuerte resplandor y acto seguido una gran bola de fuego avanzaba contra todos ellos.

“¡Cuidado!” exclamó Fidel.

El caballero de la tierra se lanzó contra Peter y Arturo, alejando sus cuerpos del área de impacto de la bola. Gabriel cubrió a sus dos protegidos y el resto lo evitaron por su cuenta. La bola impactó en la orilla, creando un gran agujero en la arena y una ola que avanzó mar adentro deshaciéndose poco después.

“¿Quién ha…?” dijo Jonyo mirando hacia el cielo.

El dragón negro de ojos rojos asomaba su cuerpo a través del portal. Su cabeza y cuello ya estaban fuera y tenía las garras apoyadas en los límites del vórtice mientras se abría paso al exterior. El agujero se hacía cada vez más pequeño, dificultando la salida del animal.

“¡Mierda! ¡Nos ha seguido!” exclamó Fidel.

“¡Mirad! – exclamó Jonyo – El agujero se está cerrando. Eso significa que no viene nadie detrás. Dentro de lo que cabe, son buenas noticias. Si no sale rápido, se cerrará”.

“¡Pues vamos a echarle una mano al vórtice para que ese dragón se quede encerrado para siempre! – gritó Fidel – ¡Peter! ¡Contamos contigo!”

Entre los tres caballeros lanzaron una lluvia de pequeñas bolas de energía contra el dragón, el cual, preocupado por salir del agujero, era incapaz de esquivarlas. El dragón, agobiado por una parte por el ataque de los caballeros y por otro lado por el achicamiento de la salida, comenzaba a retroceder.

“¡Ya es nuestro!” exclamó Gabriel.

“Es mi oportunidad – pensó Peter – No puedo perder un tiempo tan precioso”.

Estiró los brazos abriendo las palmas de sus manos por completo y éstas adoptaron el brillo de una luz verde. Los posó sobre su compañero y la luz le recubrió a él también. Sus heridas comenzaron a cerrarse con rapidez. El dragón lo vio y al instante enfureció. Haciendo uso de todas sus fuerzas, desgarró el vórtice con sus propias garras haciendo el agujero mucho más grande y lo terminó de atravesar dando un gran alarido cuya onda expansiva anuló el ataque de los caballeros.

“Sólo con sus garras… - pensó Gabriel - ha sido capaz de desgarrar la grieta”.

“Con un triste grito… - pensó Fidel - ha anulado nuestra ofensiva”.

El dragón batió sus alas y cargó ferozmente contra Peter y Arturo con la boca abierta y la lengua fuera, babeando. Los tres caballeros tuvieron que unir fuerzas para frenarle. Fidel le sujetaba la mandíbula, manteniéndole la boca cerrada, mientras que Gabriel y Jonyo le empujaban de los hombros.

“Que fuerza tiene el bicho éste…” dijo Jonyo.

“Parece que quiere que Arturo sea su merienda…” dijo Gabriel.

“Pues lo lleva claro – dijo Fidel - ¡Peter! ¿No puedes hacer una barrera para que te proteja mientras le curas? No aguantaremos mucho más”.

“Pides demasiado, caballero – contestó Peter sin dejar de atender a las heridas de su paciente – Yo no soy una mujer, no puedo hacer dos cosas a la vez, ¡aguantad!”

“Eso se dice fácil…”

“Pero… - pensó Jonyo - ¿por qué ataca a Arturo? Podría intentar comerse a cualquiera de nosotros; sin embargo, parece estar eligiendo. No puede ser, no tiene inteligencia, se mueve por instinto, algo falla…”

El dragón agitó la cabeza consiguiendo quitarse de encima a Fidel. Después vio a Jonyo empujándole y trató de darle un mordisco. El caballero lo evitó de milagro, viéndose obligado a dejar libre al animal, el cual agitó sus alas provocando un fuerte viento, librándose del caballero de la rosa y manteniendo a raya a los otros dos.

“¡Ya lo entiendo! – exclamó Jonyo – ¡Es la sangre!”

“¿Qué?” preguntó extrañado el caballero de la rosa.

“Sí, ¿no os resulta extraño? Podría ir a por cualquiera de nosotros; sin embargo, insiste en atacar a Arturo. Es algo extraño en un animal que elija a sus víctimas, tenía que haber algo que despertase su interés, y descubrí qué era cuando me atacó a mí. Es la sangre. Si recordáis, cuando recogí a Arturo me manché completamente con su sangre al igual que Peter al examinarlo. Por eso sólo nos ha atacado a nosotros. Debe de haber desarrollado una relación entre la sangre y el alimento, ha venido siguiendo el rastro de sangre de Arturo a través del portal… y no se irá hasta devorarlo”.

“Lo que nos faltaba, un dragón sediento de sangre – dijo Fidel – pues si quiere a Arturo tendrá que pasar por encima de mí”.

Viéndose libre, el dragón volvió a agitar sus alas alejando con un fuerte con un fuerte soplo de viento a los tres caballeros. Tras esto, abrió la boca y cargó una bola de fuego contra Peter.

“Desde aquí no podemos hacer nada, les va a dar de lleno…” pensó Gabriel.

“¡Peter! ¡Sal de ahí!” exclamó Fidel.

La bola de fuego avanzaba hacia el petoriano sin que éste moviera un dedo de su posición.

“Vamos, un poco más – pensaba – ya casi está curado”.

Shin apareció de pronto entre Peter y la bola de fuego, desviando ésta hacia el cielo de una patada. La bola penetró entre las nubes evaporándolas y creando un agujero por el que entraba la luz del sol en todo su esplendor.

“De nuevo, os olvidabais de mí, caballeros”.

“¡Shin!” exclamó Fidel.

“Gracias” dijo Peter.

“No hay de que – contestó sonriendo – ¡Caballeros! ¡No os preocupéis! Yo cubriré a Peter. Vosotros encargaros del dragón sin vacilar. Estaremos bien. Además, el calorcito de las bolas de fuego me viene muy bien para la alergia”.

“Je – rió Fidel – Entendido”.

El caballero se lanzó contra el dragón, saltó y le dio un puñetazo en la frente. El dragón ni se inmutó. No contento, le golpeó unas cuantas veces más, esta vez combinando puñetazos y patadas, con el mismo resultado. Sus propios puños le obligaron a detenerse, pues los nudillos estaban enrojecidos por los golpes, provocándole un incesante escozor.

“¿De qué está hecho este dragón? Hasta me he daño en los puños”.

“No está hecho de nada en especial – dijo Peter – De toda la vida los dragones están provistos de una piel escamosa difícil de penetrar”.

“Entonces emplearé todas mis fuerzas”.

Se concentró, retiró el puño más atrás y lo apretó con ganas. Decidido, se lanzó a toda velocidad directo a su objetivo. El dragón vio sus intenciones y se apartó, propinándole de inmediato un tremendo golpe con la cola que lo estrelló contra la arena.

“Vaya, para ser un dragón no tiene ni un pelo de tonto” dijo desde el suelo atontado.

Sin haber abandonado la idea de devorar a Arturo, el dragón avanzó caminando hacia su presa. Shin se preparó para cumplir con lo acordado, pero por suerte, Jonyo le salió al frente.

“Yo haré de cebo, también estoy cubierto de sangre, así que servirá para confundirle”.

“Aguanta todo lo posible” dijo Peter.

“Está bien – pensó Jonyo – si los puño no sirven, probaré con la espada”.

Saltó y desenvainó su espada en el aire. Fijó su mirada en el cuello del dragón con la intención de acabar con aquello rápidamente. Realizó un corte horizontal hacia su objetivo, pero el dragón se cubrió plegando sus alas. La espada chocó contra el hueso y rebotó, dejando a Jonyo indefenso unos segundos. El dragón desplegó sus alas y volvió a notar el aroma de sangre que desprendía el caballero. Viendo una presa tan fácil delante de sus ojos no se lo pensó dos veces. Abrió su boca con signos de estar hambriento y se echó hacia delante para tomar su desayuno.

“No puedo evitarlo…”

En un acto desesperado, alzó la espada al frente con tan buena fortuna que atravesó la lengua del dragón. Sin embargó, no puedo evitar que le clavara uno de sus grandes colmillos en el hombro. Enfurecido, el dragón retiró sus fauces y apartó al caballero de un manotazo, aunque Jonyo logró aterrizar con éxito.

“Por poco…”

Decidido en la que la presa que había escogido al principio era su mejor opción, retomó el caminó hacia el caballero del fuego, teniendo como último obstáculo al caballero de la rosa.

“¡No… puedes pasar!” gritó el caballero.

El gritó terminó de enfurecer al dragón, quien embistió ferozmente contra él. Para su desgracia, por alguna extraña razón, no consiguió avanzar más de unos pocos metros, cayendo al suelo de bruces después.

“¿Qué ha pasado?” preguntó Gabriel.

“Tonto o no, sigue siendo un simple dragón”.

Fidel se encontraba detrás de la criatura agarrándola de la cola e impidiendo su avance. En esa posición, desenvainó su espada y le cortó la cola de un espadazo, la cual, después de ser cortada, continuaba moviéndose.

“Basta ya de juegos, vamos a poner fin a esto” dijo señalando al dragón con la espada manchada de su propia y reciente sangre.

“¡Espera! – irrumpió Gabriel – ¿Vas a matarle?”

“No empecemos, ¿vale? Ahora no hay excusas, ¿o quieres que nos devore a todos?”

“Solo es un animal que sigue sus instintos primarios. No está siendo controlado por Miss Jewel ni actuando así deliberadamente. No merece morir”.

“Mira, yo no sé si clavarle la espada al dragón, clavártela a ti o clavármela yo mismo porque me estás volviendo loco”.

“Siento decirte que coincido con Fidel – opinó Jonyo mientras ejercía presión sobre su herida – Comprendo que quieras proteger la vida de una persona, pero de ahí a un dragón…”

“¿Propones alguna solución? Si es así dilo rápido, el dragón está empezando a levantarse”.

“Tiene que haber alguna forma de dejarlo fuera de combate sin matarlo”.

“Pues si la conoces, te ruego que la compartas con nosotros, ¿sabes algún método para detenerlo?”

Todos fijaron su mirada en Gabriel. Con sus ojos le recordaban que no tenían tiempo que perder y que la vida de un compañero peligraba. Ante esa presión, el caballero de la rosa cedió.

“Sí, lo conozco. Además sería un solo golpe”.

“Entonces – dijo Fidel envainando – lo dejamos todo en tus manos”.

Fidel y Jonyo se retiraron con Shin y Peter para proteger a Arturo, dejando a Gabriel solo frente al dragón.

“Parece que no tengo opción. Tendré que utilizar esa técnica, a pesar de no haberla perfeccionado todavía”.

El dragón se levantó por fin. Le costaba mantener el equilibrio, pues ya no contaba con su cola como punto de apoyo. Su instinto le obligaba a culpar de sus desdichas a la última persona que había visto antes de caer. Y allí estaba, quieto, inmóvil, concentrado, sujetando su espada con las dos manos con la punta hacia el cielo, el galante caballero de la rosa.

Senbonzakura1” dijo con voz un tono sosegado.

La hoja de la espada de Gabriel fue dividiéndose poco a poco en mil pequeños pétalos de color de rosa, los cuales, según se desprendían de la espada, volaban alrededor del dragón, como si estuvieran siendo transportados por el viento.

“¿Y esto?” dijo Jonyo.

Una vez se dividió la espada en pétalos, en las manos del caballero sólo quedaba la empuñadura. En el aire bailaban todos aquellos pétalos que brillaban levemente bajo la luz del sol de la mañana, ofreciendo una bella imagen de la situación que todos observaban atentamente, admirándolo como si se tratase de un acontecimiento único e irrepetible. Hasta Peter detuvo por un momento sus habilidades curativas para poder prestar toda su atención al evento.

“Que belleza”.

“Sí, Peter. Todo muy bonito – masculló Fidel – pero, ¿puedes decirme por favor que efecto va a ejercer contra el dragón un puñado de pétalos?”

De forma repentina y como un tornado que aparece en medio de la calma sin que nadie lo espere, los pétalos se arrejuntaron sobre el dragón desde todas direcciones, como si de un abrazo de la naturaleza se tratase, provocándole centenares de cortes por todo el cuerpo a gran velocidad sin que el animal pudiera hacer nada por evitarlos. Al ser cortes

rápidos, el dragón estuvo unos segundos quieto, sin que pareciese ocurrirle nada, y de pronto todas las heridas estallaron lanzando chorros de sangre. Cabeza, cuello, torso,

extremidades, alas, espalda, garras, cara, todo. No había una sola parte del cuerpo que no tuviera decenas de heridas. Ante esto, el dragón no pudo hacer otra cosa que caer derrotado, primero de rodillas, y unos segundos más tarde el resto de su cuerpo impactó contra el suelo de bruces. Los pétalos regresaron a la espada de Gabriel formando de nuevo su hoja.

“La espada se divide en mil cuchillas que nadie es capaz de seguir ni de contar y por lo tanto, que nadie es capaz de evitar”.

Los presentes se habían quedado boquiabiertos y en silencio, sin atreverse a decir una palabra.

“¿Y yo he intentado antes enfrentarme a este tipo? – pensó Fidel – Podría haberme matado si hubiera querido. Creo que he tenido suerte de que hayan aparecido Shin y Peter”.

“Teniendo un ataque así… – dijo Jonyo – ¿cómo es que no lo has usado antes?”

“No está perfeccionado”.

“Nadie lo diría, el dragón ha caído redondo” dijo Shin.

“No es tan sencillo. Como podréis deducir, para dirigir el Senbonzakura hacia un enemigo concreto se requiere un gran control de energía, controlar un millar de pétalos al mismo tiempo no es tarea fácil y aún no he conseguido lograrlo. Sin embargo, hay un factor ambiental que puede influir en el resultado dándome la victoria sin dominar el ataque”.

“¿Factor… ambiental?” preguntó Peter.

“Sí. El tamaño del enemigo. En esta ocasión he tenido la suerte de que el enemigo era de gran tamaño, lo que aumentaba la posibilidad de acertar con un peor control. Si el enemigo hubiera tenido el tamaño de una persona y hubiese intentado este ataque, lo más probable es que mi adversario hubiera encontrado un hueco sin pétalos por el que evitar el golpe y contraatacar. He de decir también que el hecho de que fuera un animal también fue de gran ayuda, ya que no tenía inteligencia para buscar una estrategia de escape. Al realizar esta técnica, la hoja de mi espada se desvanece, por lo que si fallo, estoy completamente indefenso. Cuando llegamos a la isla estuve entrenando un poco la noche que salí solo, pero la aparición de Shin me impidió continuar”.

“Ya veo… Perdona, fue culpa mía”.

“No tienes por qué disculparte, Shin. No es que fuera a hacer grandes progresos en una noche. Ahora, por favor, observad todos el estado en que ha quedado el dragón”.

Todos miraron con atención. El dragón aún estaba vivo. A pesar de estar herido por todo el cuerpo seguía vivo y consciente bañado en su propia sangre. Incluso podía oírsele lanzar leves y ahogados gruñidos desesperados pidiendo clemencia.

“Sigue con vida…” susurró Fidel.

“Exacto, como ya dije antes, éste es el único método para derrotar completamente a un adversario sin matarle. Los cortes son numerosos y profundos, pero nunca lo suficiente como para alcanzar un punto vital. Tendrá que estar una temporada sin moverse, pero se recuperará, y dudo mucho que después de esto vuelva a tener ganas de intentar comerse a un humano”.

“Aún me cuesta creerlo – dijo Shin – y de un golpe…”

Las primeras gotas de lluvia que cayeron del cielo interrumpieron su conversación recordándoles todo aquello que la actuación de Gabriel parecía haberles hecho olvidar.

“¡Oh, no! – exclamó Shin alarmado – ¡Lluvia no! Acentuará la sensación de frío y me causará un ataque de alergia ¡Rápido! ¡Vámonos de aquí!”

“¡Cierto! – exclamó Peter – Pero antes de irnos, déjame ver esa herida, Jonyo”.

“¿Arturo ya está curado?” preguntó el caballero del rayo mientras era examinado.

“Ya le he cerrado todas las heridas, pero ha pasado demasiado tiempo con ellas abiertas y su cuerpo no tiene suficiente sangre para funcionar correctamente. Es algo que se soluciona con una buena comilona, pero no podemos darle de comer estando inconsciente, y si no lo arreglamos pronto no vivirá lo suficiente para probar bocado de nuevo”.

“¿Entonces…?”

“No hay opción. Lo llevaremos a casa de la doctora a que le haga una transfusión. Espero que tenga sangre compatible con la suya, si no…”

“Si no… ¿Qué?” preguntó Fidel.

“Si no morirá sin que podamos hacer nada por evitarlo”.

“No temáis caballeros – dijo Shin – La doctora tiene sangre, y de sobra. Os lo digo yo que voy muchas veces a verla”.

“Eso espero”.

“Vale, Jonyo. Tu herida no es grave, pero es bastante profunda. Se ve que el dragón te ha dado un buen bocado. Podría curarte ahora mismo, pero cerrar una herida tan profunda llevaría mucho tiempo y es precisamente lo que no tenemos. Tendrás que esperar a que lleguemos donde la doctora. Allí te curaré nada más dejemos a Arturo en sus manos. No te importa, ¿verdad?”

“¿Tengo elección? De todas formas lo que yo quiero es darme una ducha, que estoy pringado de sangre y arena”.

“También le pediremos que nos deje usar el baño cuando lleguemos, pero ahora vámonos antes de que a Shin le de un ataque y tengamos un paciente más al que atender”.

Fidel cogió el cuerpo de Arturo y partió supervisado por Peter y guiado por Shin. Gabriel fue a recoger los cuerpos de Mireia Y Suso. Jonyo le vio y se le acercó.

“Anda, dame el cuerpo de Suso y lleva tú a la chica. No vas a cargar tú con los dos”.

“Pero… ¿y tu brazo?”

“Buah, ni que estuviera tan mal como para no poder con un cuerpo”.

“Gracias” dijo sonriendo.

Le entregó el cuerpo de Suso y ambos salieron tras los demás, quedando atrás únicamente el cuerpo inmóvil del dragón tumbado en el suelo, lanzando gemidos de socorro.

Miss Jewel estaba en su habitación mirándose al espejo. Ya no había sangre en su rostro y estaba perfectamente aseada, vestida y maquillada para una agradable velada. Su única preocupación era la pequeña cicatriz que había quedado en el lóbulo de su nariz a consecuencia del atentado del caballero de la rosa, a la cual no quitaba ojo.

“Espejito, espejito. Dime, ¿quién es la más bella?” preguntó en tono seductor sonriéndose a sí misma.

“La más bella es aquella princesa que custodias” dijo una voz misteriosa.

Miss Jewel se asustó. Miró hacia todos lados hasta que vio a Bill en la puerta de sus aposentos.

“Idiota…”

“Perdone, Mi Señora, pero es que me lo ha puesto en bandeja”.

Miss Jewel le miró mal.

“Dejando a un lado este asunto, he venido a ver si está lista. Todo el mundo está esperando por usted”.

“Sí, enseguida voy”.

“Entonces me retiro a informar al Capitán Lardo”.

“Antes de eso, una última cosa. Asegúrate de que la princesa esté presente”.

“Como ordenéis”.

Miss Jewel volvió a mirarse al espejo para asegurarse de que estaba espléndida, se lanzó un beso y salió afuera. Allí la esperaba un aforo completo. Desde la puerta de sus aposentos salían dos filas de siervos que le marcaban el camino hacia su trono e iban haciendo una reverencia y saludando mientras pasaba. Avanzó con paso presumido y vanidoso hasta su trono, se sentó y observó el panorama. A su derecha estaba el Capitán Lardo tumbado en una hamaca, perfectamente acomodado y feliz, siendo abanicado por dos siervos y a su izquierda Rek, disfrutando de un cigarro por cortesía del capitán. La primera fila del aforo era presidida por Wancho y Bill, y entre éstos la princesa encadenada, que no apartaba ojo del caballero del hielo. Por último, detrás de ellos se extendía una nube de subordinados.

“Ese chico – pensó ella – no me suena de nada. Debe ser…”

“Vaya, princesa, estáis radiante – le dijo al verla – Te conservas muy bien para rechazar todos los alimentos que te ofrezco. Nadie diría que no pruebas bocado desde que ingresaste aquí”.

“¿Para qué me has traído aquí? Este evento no es lugar para mí. Devuélveme a mi celda”.

“Que desconsiderada, le hago un cumplido y ni me lo agradece. Y la invito a mi celebración para que cambie su punto de vista hacia mi persona y me viene con ésas. Hay que ver, la juventud de hoy en día no tiene modales”.

La princesa no contestó. Se limitó a mantenerle la mirada con sus preciosos ojos verdes, sólo que esta vez no pudo evitar sonreír, recordando la conversación que tuvo con Mireia. Aquella enternecedora consiguió atraer la mirada de todos los presentes, quienes se sentían dichosos de poder contemplar una belleza de tal magnitud.

“¡¿Qué estáis haciendo todos mirándola de esa forma pudiendo admirarme a mí?! – gritó enfadada – ¡Parecéis perros babeando de esa forma!”

“¡Perdón Mi Señora!” exclamaron todos a la vez.

La princesa volvió a sonreír.

“Te voy a quitar yo a ti las ganas de reír, ya verás” pensó sonriendo ella.

Echó una fiera mirada a sus subordinados y todos bajaron la cabeza momentáneamente.

“Bien, empezaré, ahora que habéis dejado de babear”.

Todos se sonrieron unos a otros de forma inocente.

“Mis fieles siervos – comenzó al fin – Capitán Lardo, princesa. He querido reuniros aquí a todos por dos motivos. El primero es celebrar que anoche, gracias a la inestimable actuación de vuestro compañero Wancho, pude escapar de las garras de la muerte, fruto de un intento de asesinato de uno de los caballeros. Ese acto heroico merece su reconocimiento público y su recompensa”.

“¿Me vas a conceder a la princesa por una noche?” preguntó relamiéndose con su prominente lengua mientras se lo imaginaba.

“No, Wancho. No te pases. Para eso tendrías que salvarme la vida un millón de veces”.

“¿En serio? Vale. Ey, Bill, ¿cuándo vuelven los caballeros?”

“¡Wancho!”

“Perdón Mi Señora”.

“Anda, sube aquí antes de que me arrepienta”.

Temeroso de no saber lo que le esperaba, subió los tres escalones que le separaban del altar en el que se encontraba Miss Jewel.

“Muy bien. Ahora acepta este regalo”.

El suelo comenzó a temblar levemente. De las pequeñas grietas provocadas por la erosión surgieron todo tipo de insectos. Hormigas, cucarachas, garrapatas, escarabajos, grillos, arañas, gusanos, saltamontes, termitas, piojos… El público se asustó en un primer momento ante aquel espectáculo, pero pronto vieron que todos los bichos se dirigían hacia Wancho, quien entendía todo como un castigo.

“Mi Señora, perdón, yo… Si esto es por el comentario sobre la princesa, le juro que yo... Por favor, no…”

“Calla y atiende”.

Los insectos primero le rodearon y no tardaron en empezar a cubrirle subiendo desde los pies. Pasaban tanto por encima como por debajo de la ropa y se quedaban paseando por la superficie de su cuerpo. Cubrieron las piernas, el torso, la espalda, los brazos y las manos, incluso los genitales, y llegaron hasta la cabeza, llegando a cubrir también sus cabellos, de manera que una vez cubierto del todo sólo se apreciaban sus ojos en medio de un manto negro de insectos con la forma de su figura. Al principio lanzaba gritos de histeria, creyendo que los insectos iban a devorarle, pero pronto se dio cuenta de lo contrario. Era capaz de controlarlos a voluntad, separarlos por tipos, y cualquier orden que procesaba su cerebro era obedecida sin rechistar. Por ellos, los gritos de histeria se convirtieron pronto en una risa eufórica.

“Me alegro que te guste mi regalo”.

“¿A quién tengo que matar?” dijo con voz tenebrosa.



Senbonzakura = Mil flores de cerezo