domingo, 14 de marzo de 2010

Episodio CX

Poco a poco, esto avanza, hacer los capítulos con este tipo de narración ha sido tan duro como esperaba, pero también más divertido y sobre todo productivo de lo que pensaba. Tengo mil de movidas en la universidad, clases, exámenes, relaciones extrañas... xD Y aunque todo va mejor de lo que podría imaginar, no quita que me absorba mucho tiempo, así que he tenido que liberalizar mis horarios y pasar a hacer cada cosa cuando se pueda sin perder el tiempo. Por tanto, los capítulos de los caballeros de ahora en adelante saldrán cuando estén, no el domingo, aunque lo más probable es que sigan saliendo el domingo, que es cuando más tiempo tengo, ya que no creo que sea capaz de terminarlos en las clases que me aburro o entre tema y tema de estudio como he hecho éste. Además, parece que no volverá a haber capítulos largos como los de antaño por el momento, pues la perspectiva de ahora no da para tanto y exige rotaciones y fluidez. Eso sí, tampoco serán de dos páginas como ANTAÑO xD Saludos!!!


  • Título: N/A
  • Tamaño: 6
  • Dedicado a: N/A
Episodio CX

T
odo comenzó cuando dejamos la isla prisión de Azeroth. Atrás quedaron nuestros ahora viejos amigos Shinkan, Pamela, Hilda y JesuCristo, quienes nos despidieron en el puerto de Mariejoa, desde el que partimos.

El Caballero Negro había arrebatado a Arturo sus poderes y no había sido capaz de secar el barco, por lo que la madera había resultado bastante dañada al no haberla tratado a tiempo. El destierro de Fidel cuando Reik ya no estaba con nosotros, la pérdida de Arturo, y el deterioro del barco habían marcado y mucho el ánimo del grupo. A pesar de haber destruido la barrera, de haber conseguido salvarme después de todo lo que había hecho, y de conciliar a tres pueblos que habían llegado a intentar matarse entre sí, todos se sentían derrotados.

La marcha fue mucho más triste de lo que nunca imaginé. No hubo fiesta como en Petoria, aunque la ocasión lo merecía. Sólo un leve apretón de manos entre los dirigentes de cada pueblo y yo. Pamela dio un abrazo a Jonyo, pero ninguno de los dos sonrió al hacerlo. Después entraron al barco despidiéndose con la mirada y se perdieron en la oscuridad del barco. Yo fui el único que mantuvo contacto visual con ellos mientras partíamos en medio de la noche. Cuando estuvimos lo suficientemente lejos como para que siguieran distinguiéndome, yo también entré en el barco y me fui a dormir.

No entiendo cómo estando tan cansado me costó tanto dormir. Supongo que se debía al continuo chirrío de la madera del barco y al silencio sepulcral de mi camarote. Estuve horas recordando en mi cabeza todos los últimos acontecimientos mientras me revolvía en la cama, el tsunami que nos llevó hasta esa isla, mi propio secuestro y tortura, ¡y hasta me había dado un ataque al corazón! Parecía imposible que hubieran pasado tantas cosas en tan poco tiempo. Cuando me quise dar cuenta, el recuerdo se había convertido en sueño y me había terminado durmiendo del cansancio.

Algo me despertó durante la noche. Era un golpe seco que sonaba cada pocos segundos, con la fuerza suficiente como para perturbar el sueño de una persona. Me levanté preocupado, pensando que podría haberse caído algo, pero no tardé en desechar esa idea, pues en ese caso sólo habría habido un golpe. Tampoco me imaginaba a Jonyo o a Gabriel arreglando una fuga, pero después de lo que había vivido horas antes, no me hubiera sorprendido, así que me acerqué a sus camarotes. Jonyo dormía plácidamente en su cama, a pierna suelta y con la ventana abierta, disfrutando de la brisa y del sonido del mar. El golpe sonaba más fuerte en su camarote que en el mío, pero aún así no lograba despertarle. Me alegré por él, sonreí y me fui. Me dirigí entonces al camarote de Gabriel, pero no había nadie. Eso me planteaba dos nuevas posibilidades, que fuera él el que estuviera haciendo el sonido, o que le hubiera despertado a él también. Opté por lo más probable, que mi compañero también hubiese sido víctima del mismo tormento que yo, así que empecé a buscarle. Registré la cocina, la bodega, e incluso la cubierta y el puesto de vigía, pensando que al desvelarse le habría dado por escribir una poesía a la luz de la luna. Sin embargo no hubo suerte, así que desistí y fui al único sitio que me quedaba por visitar, el camarote de Arturo.

Según me acercaba, el ruido se hacía cada vez más fuerte. Su camarote estaba al fondo del pasillo, y no me atrevía a encender la luz sin saber exactamente qué estaba pasando. Suerte que la puerta del camarote estaba abierta, y la luz de la luna entraba iluminando un poco el lugar. Andaba pegado a la pared por si me tropezaba con algo, nunca se sabe cómo pudo dejar Fidel el pasillo la última vez que estuvo allí, así que no me di cuenta de que estaba allí hasta que estuve muy cerca. Gabriel también estaba en el pasillo, escondido en la parte a la que no llegaba la luz de la luna, para no ser descubierto. Iba a preguntarle sobre el extraño golpe seco que llevaba oyendo ya bastante rato, pero cuando me vio con intenciones de charlar, me colocó el dedo índice sobre los labios y después señalo al interior de la habitación.

“Sal…” escuché susurrar desde el interior de la habitación.

Me asomé con cuidado tratando de no hacer ruido. Arturo estaba en una esquina, arrodillado en el suelo, totalmente despeinado, con los pelos tapándole la mitad de la cara. Tenía ojeras, se notaba que llevaba toda la noche sin dormir, y respiraba muy hondo a pesar de que no parecía estar haciendo ningún esfuerzo físico.

“Sal…” volvió a repetir y, al ver que pasados unos segundos no ocurría nada dio un puñetazo a la pared, produciendo el golpe seco.

“Así que era él… – dije muy bajito – No entiendo cómo yo no puedo dormir y Jonyo ni siquiera lo nota”.

“Calla, te va a oír – me dijo Gabriel, volviendo a ponerme el dedo sobre los labios – Sabes lo que intenta, ¿verdad?”

“Pues… – Volví a mirarle para tratar de responder a la pregunta de mi compañero, pero debía estar tan absorto de mis propias experiencias que no fui capaz de, ya no adivinar lo que le ocurría a Arturo, sino de recordarlo – Creo que no”.

“Está intentando crear fuego”.

Al fin lo recordé, y me avergoncé de mí mismo de no haberlo hecho antes. Los poderes de Arturo habían sido robados por el Caballero Negro. Supongo que es un duro golpe para cualquiera que te arrebaten la experiencia que has generado durante toda tu vida, pero nunca imaginé que pudiera llegar a afectarle tanto. Es posible que viéndolo desde fuera como lo estaba viendo, no fuera capaz siquiera de imaginarme el dolor y el sufrimiento por el que debía estar pasando. Sólo sabía una cosa, nunca había visto a Arturo en un estado tan lamentable, ni siquiera cuando el Capitán Lardo le atravesó en Arcadia se desanimó un solo instante. Tenía que ayudarle, aunque no sabía exactamente cómo. Me lancé con intención de al menos animarle y demostrarle que no estaba solo y que podía contar con todos nosotros para superar ese bache, pero antes de dar un paso Gabriel ya me había cortado el paso con su brazo.

“Ni se te ocurra”.
“¿Por qué?”

“Arturo ha sido siempre el pilar central del grupo. A pesar de que entre nosotros respetamos el libre albedrío de cada uno, cuando hay un problema hacemos como si lo dejásemos de lado y nos unimos para solucionarlo. Desde siempre ha sido Arturo el que más se ha volcado en los problemas de los demás. Trató de salvar a Fidel de su propio odio, se vio obligado a matar a Reik, y se convirtió en SuperGuerrero por sus propios medios por primera vez cuando se enteró de que te secuestraron. Es huérfano, y somos lo único que tiene, por eso trata de protegernos con tanto afán. Si entras ahí ahora, no sólo no le ayudarás, no sólo herirás su orgullo, eliminarás la razón de su existencia. Si hay alguna manera de ayudarle, no es ésa”.

“Entonces, ¿piensas dejarle así?”

“Tampoco he dicho eso – sacó una rosa turquesa de la manga – Esto es lo único que podemos hacer por el momento”.

“¿Quieres sedarle? ¿Ése es tu gran plan?”

“Necesita descansar, y está claro que no puede hacerlo por su cuenta. Al menos le ayudaremos en eso – apuntó a la pierna de su compañero y espero una oportunidad – Perdóname, Arturo” dijo y lanzó la rosa cuando dio otro puñetazo a la pared.

La rosa viajó a través del aire y se clavó sin hacer el más mínimo ruido, y Arturo cayó al suelo en redondo. Entramos entonces en la habitación y Gabriel le quitó la rosa para que no le descubriera al despertarse. Después le cogió en brazos y le llevó de nuevo a la cama. Le arropamos entre los dos y, tras quedarnos unos segundos observándole en silencio, nosotros también nos fuimos, asegurándonos primero de que Jonyo no se había enterado de nada.

Fue un alivio volver a mi cama y que aquel molesto ruido hubiera cesado. Caí dormido a los pocos segundos se tumbarme en la cama, el cansancio pudo conmigo. No suelo soñar mucho, pero a la mañana siguiente, tenía la sensación de haber tenido varios sueños esa noche, aunque no conseguía recordar ninguno. Me levanté sin saber exactamente qué hora era. La luz del sol entraba por la ventana, el ángulo del foco de luz me hizo deducir que no era para nada temprano, pues el sol estaba ya muy alto en el cielo. Salí a cubierta sin arreglarme siquiera buscando a mis compañeros, y al igual que la noche anterior, sólo encontré a Gabriel, ahora tumbado en puesto de control, con los pies apoyados en el timón, oliendo el aroma de una rosa.

“¿Dónde están los demás?” pregunté.

“Arturo sigue durmiendo. Y con respecto a Jonyo…”

Sopló a la rosa y los pétalos se desprendieron hacia la cubierta superior, situada en la proa del barco. Dicha cubierta estaba sobre la estructura que guardaba nuestros camarotes, por lo que no podía ver lo que pasaba desde allí. Subí la escalera con algo de esfuerzo, por las mañanas no tengo ganas de nada, y menos de subir escaleras con lo que cansa. No obstante, no tardé en descubrir que era el único. Al asomar la cabeza sobre la cubierta, le vi. Jonyo estaba allí, bajo el sol de la mañana, que ya empezaba a pegar fuerte, sudando, con el pecho al descubierto, haciendo flexiones con una mano mientras su frente goteaba mojando la madera. Se le veía exhausto, pero no dejaba de esforzarse por muy cansado que estuviera. El único momento en que paraba, era para cambiar de mano o de ejercicio, nada más. Me quedé unos minutos observando absorto, pensando que tenía que tener un límite y que tarde o temprano caería, pero tuve que desistir y parpadear porque los ojos empezaban a arderme.

“Lleva así desde el amanecer. Se levantó antes que nadie y se puso a entrenar. No ha parado en toda la mañana”.

“¿Y si se ha levantado antes que nadie como sabes desde que hora lleva?”

“Es obvio, me despertó”.

“Y… ¿por qué? ¿A qué viene este afán tan repentino?”

“Ah, no sé. Pregúntaselo a él. Si te atreves…”

Al principio no entendí ese último comentario. No sé por qué no debería atreverme. Conozco a Jonyo desde hace mucho tiempo y no tengo ningún problema en preguntarle nada, y mucho menos una tontería como ésa. Era absurdo. Terminé de subir la escalera y me acerque a mi compañero, que digo, a mi amigo, con la intención de averiguar el origen de sus ansías de entrenamiento en vez de las de dormir, como era habitual. Tardé en darme de que me acercaba más y más, y cualquier persona en ese punto se habría percatado de mi presencia, habría dejado de hacer lo que fuera y me habría recibido adecuadamente con una sonrisa para hablar conmigo. No fue así, Jonyo no levantaba la mirada del suelo, y cada paso que daba lo hacía más despacio, pues empezaba a pensar que el que no estaba haciendo lo correcto era yo. Finalmente estuve tan cerca que mi sombra cubrió su cabeza y se dio cuenta de que otra persona estaba cerca. Giró rápidamente la cabeza hacia mí y me dedicó la más fiera mirada que jamás habría podido imaginar. El estremecimiento que sentí al ver aquella mirada, unido a la presión que se acumuló según me acercaba, hizo que me cayera al suelo de culo. Un instante después, cuando Jonyo se dio cuenta de quién era, aquella mirada desapareció y sonrió, pareciendo volver a ser el Jonyo de siempre.

“Ah, hola Peter” me dijo, y su sonrisa desapareció. Miró al suelo de nuevo y continuó con su entrenamiento.

Verle sonreír por un instante me tranquilizó y, aunque no del todo, sí lo suficiente como para reunir fuerzas para levantarme y hablarle de nuevo.

“Esto… Em… – titubeé un poco – ¿Qué haces, Jonyo?”

“Entrenar” respondió de forma seca, sin siquiera mirarme, y sin dejar de hacer flexiones.

“Ya, pero… ¿por qué? Ahora mismo no tenemos ningún peligro cerca, sino todo lo contrario. Es tiempo para descansar, ¿no crees?”
“No – volvió a responder sin apartar la vista del suelo sobre el que caían sus gotas de sudor – Precisamente porque no tenemos ningún peligro cercano es el momento de entrenar. Si estuviéramos en algún lío no tendría tiempo, y no sabemos cuándo puede aparecer Mesa”.

No era Mesa lo que le preocupaba, pero no iba a reconocer la verdad. Se había encontrado con su antiguo amigo al que había dado por muerto durante tantos años, al que nunca dejó de apreciar por más atrocidades que hiciera. Ahora, tras encontrarle después de tanto tiempo, se sentía culpable por haber malgastado todo ese tiempo en vez de tratar de encontrarle y hacerle ver su error.

“Ahora que estamos todos, tengo que hablar con los dos. ¿Te importa parar un segundo, Jonyo?” me atreví al fin a pedírselo.

Contrariamente a lo que esperaba, me hizo casó y paró. Cogió una toalla que había dejado preparada y empezó a secarse la frente mientras se acercaba. Puede que en realidad sí que fuera el Jonyo de siempre y yo hubiese exagerado las cosas.

“Tú dirás…”

“Como sabéis, como Arturo no pudo secar el barco con su fuego, y por culpa de eso no hemos podido evitar el deterioro de la madera del barco. La parte de abajo está bien, menudo barco sería si la madera que está en contacto con el agua no se pudiera mojar, pero la de la cubierta era bastante delicada y el tsunami la dejó algo deteriorada, daño que se agravó por haber tenido el barco abandonado varios días. Como no podemos seguir así mucho tiempo, Shinkan me dio el mapa de una isla que dicen que tiene unos astilleros muy buenos. Iremos allí a que nos lo arreglen”.

“¿Hemos estado yendo en esa dirección todo este tiempo? No lo sabía” dijo Gabriel.

“Por mí lo que queráis, pero creo que el barco no está tan mal como lo pones – dijo Jonyo y se giró para seguir entrenando – Avisadme cuando lleguemos”.

Fue a dar un paso y la madera sobre la que posó el pie crujió, partiéndose después. La pierna de Jonyo entró por el agujero y se quedó encajada. Intentó salir sin dañar más la madera, pero no fue capaz y se vio obligado a dar un puñetazo al suelo para hacer el agujero más grande y poder salir.

“Vale… – dijo cuando consiguió liberarse – Puede que el barco esté peor de lo que pensaba”.

“Me alegro de que coincidas, Jonyo. Bien, así que los buscamos, nos arreglan el barco, y nos vamos, ¿entendido? Esta vez nada de meternos donde no nos llaman. No vamos a matar a brujas controladoras de mentes, ni enfrentar a pueblos radicales, ni tampoco vamos a destruir barreras ni torres, ¿vale?”

“Vaaale” respondieron los dos.

“Bien, alguien tendrá que quedarse en el barco hasta que encontremos a los carpinteros. ¿Algún voluntario?”

“Yo me quedaré – dijo Jonyo – Así seguiré entrenando”.

“Menos mal, porque no me apetecía que me tocara a mí como de costumbre” dije en voz alta cuando en realidad quería sólo pensarlo.

“Pues bien, que Jonyo se quede si es lo que quiere. Entre tú y yo encontraremos a esos carpinteros sin llamar la atención”.

“¿Pensáis dejarme aquí?” escuchamos todos de pronto.

Arturo estaba saliendo a la cubierta en ese preciso instante. Aún se podía escuchar el chirrido de las bisagras de la puerta. Se le notaba algo cansado, pero se esforzaba en vano por ocultarlo. Estaba algo despeinado y con la ropa algo descolocada, por lo que lo más probable era que se acabara de despertar y se hubiera vestido corriendo al oír que nos íbamos.

“Arturo, ¿estás bien?” le pregunté.

“Perfectamente, ¿por qué lo preguntas?”

Él estaba totalmente convencido de que nadie se había dado cuenta de lo que había hecho esa noche, y no quisimos romperle la ilusión sabiendo que podíamos hundirle. Nos hicimos los tontos y evitamos hablar del tema hasta que él quisiera hablarlo también.

“Por nada, tienes razón” le sonreí.

Avanzó hasta nosotros, pasando al lado de Jonyo, y ni siquiera se miraron. No fue por desprecio, no había ocurrido nada malo entre los dos, sino porque los dos estaban pasando por un mal momento y se comprendían sin necesidad de decir una palabra.

“¿Y cuanto falta para llegar a esa isla de la que hablabais?” preguntó Arturo.

“Hace un buen rato que la tenemos a la vista” señalé al mar y todos pudieron ver la nueva isla frente a sus ojos.