martes, 27 de abril de 2010

Episodio CXI V2

Me prometí a mí mismo que no permitiría que Ilegal Total superase en entradas a Los Caballeros antes de sacar el próximo capítulo. Así que, a pesar de que me han quitado un examen y me han regalado una semana, he paralizado el blog de descargas por muchas 400 visitas diarias que tenga y casi 50.000 en total sólo para dedicarme por entero al Episodio CXI. Que una cosa es tener exámenes y mil trabajos y llegar a odiar el word por ello xD por lo que no me animaba mucho a escribir, y otra muy distinta dar de lado las cosas ;)
  • Título: Falta de Armonía
  • Tamaño: 7'5 ---> 8 (que se me había olvidado una cosa medianamente importante, menos mal que nadie lo había leído aún xD)
  • Dedicado a: A aquella que me desestabiliza cada día últimamente xD
Episodio CXI

D
ebíamos estar todos demasiados inmersos en nosotros mismos para que no nos diésemos cuenta de que teníamos la isla tan cerca. En mi caso, ahí cuando me di cuenta de que mi estado me estaba afectando más de lo que esperaba. Mi mayor preocupación era que mis compañeros se dieran cuenta de mi malestar, y hasta ahora pensaba que lo tenía todo bajo control, pero me estaba empezando a dar cuenta de que debía considerar la posibilidad de que se me estuviera yendo de las manos. Me habría aliviado si se hubiera tratado de una isla pequeña, que no llamase la atención, una que cualquiera hubiera dejado pasar de largo, un islote insignificante y trivial, pero era todo lo contrario. Sus altos edificios resaltaban llegando a sobrepasar las nubes más bajas en algunos casos, y aunque era de día podía ver luces neón iluminando algunas partes de la ciudad. No fui capaz de ver un solo árbol, un solo parque, una sola zona verde, todo lo que se veía era de frío acero, acompañado por el murmullo de cientos de motores de aerodeslizadores que circulaban por el aire y que nosotros percibíamos como abejas revoloteando alrededor de un panal. No podía ver mucho más desde aquella distancia, pero según nos acercábamos más a la isla, me iba gustando cada vez menos.

“Estoy pensando en quedarme yo – dije al ver que no me interesaba nada aquél lugar – Ve tú si quieres, Jonyo”.

“¡No! – Me lo negó drásticamente Peter – ¡Tú te vienes! Necesitas tomar un poco el aire”.

Me sorprendió que Peter hiciera eso. Por un momento sonó como si me estuviera dando una orden, y él nunca había hecho algo así, por lo que pude deducir yo mismo que la razón que le había empujado a hacerlo era lo suficientemente importante como para que yo le tolerase ese comportamiento. Nadie dijo una palabra más, y para cuando alguien quiso hablar, el barco aumentó de repente su velocidad sin que ninguno de nosotros hiciera nada, en dirección a la isla.

“¿Qué está pasando aquí? – Pregunté abiertamente – ¿Quién ha pisado el acelerador de esta manera?”

“¿Quién va a pisarlo si estamos todos aquí? – Contestó de forma acertada Jonyo – ¡Ah! Y en los barcos, los aceleradores son de mano, no de pedal”.

“¡Gracias por la lección, pero si no ha sido ninguno de nosotros, habrá sido alguien que no está aquí! ¡Puede que Fidel haya vuelto y nos esté gastando una broma!”

“Deja de soñar – me cortó Peter – No ha sido nadie, es esa isla, esa ciudad… Tiene un… digamos, para que lo entendáis, sistema de aparcamiento automático, pero para barcos”.

“Me siento como si fuera arrastrado por un torbellino…” dijo Gabriel.
“¡Agarraos a algo! ¡Ya estamos llegando y pronto parará!”

Peter debió pensar por un momento que todos éramos como él, y que no seríamos capaces de aguantar la corriente sin sujetarnos a nada, por lo que, para no herir sus sentimientos, agarramos lo primero que tuvimos a mano y simulamos que nos hacía falta hacerlo, salvo Jonyo, que volvió a poner la misma cara que cuando estaba entrenando hace un rato, cerró los ojos, se cruzó de brazos, y estuvo todo el trayecto sin que la corriente le moviera ni un solo centímetro, sin importar que le salpicara agua, le empujase el viento o cualquier otro obstáculo pretendiera apartarle, nunca mejor dicho, de su sitio. Era raro, pero mientras estaba agarrado sentía la velocidad y la fuerza de la corriente intentado arrastrarme, sentía como si yo también necesitara estar agarrado a algo o sino me caería al agua como Peter. En ese momento supuse que eran imaginaciones mías.

El barco paró tan repentinamente como había acelerado antes, quedando perfectamente colocadoen uno de los huecos libres del puerto, en aguas perfectamente en calma, y con una pasarela al lado que te llevaba directamente a la ciudad.

“Al fin ha parado…” dijo Gabriel.

“¡Hala! – exclamó Peter al ver que Jonyo había aguantado perfectamente todo el recorrido sin moverse – Parece que tus entrenamientos están dando sus frutos, Jonyo, ninguno de nosotros ha sido de capaz de aguantar tan bien como tú”.

“Gracias” contestó sonriendo alegremente como si nada.

“Parece que tiene doble personalidad – pensé – Hace un momento estaba tan serio que parecía otra persona y ahora vuelve a estar tan normal… Puede que los acontecimientos le hayan afectado incluso más que a mí… Ha quedado como el más fuerte porque nosotros no queríamos hacer sentir inferior a Peter, y parece que lo hemos conseguido. Bueno, ya que ha pasado esto, espero que al menos le sirva para volver a ser el de siempre…”

“Sean bienvenidos a Nexus – dijo una voz femenina electrónica – El lugar donde siempre quisieron vivir”

“Que pedante suena esa frase – dijo Gabriel – ¿Qué es?”

“Pues una grabación, ¿o es que acaso ves a alguien por aquí?”

Peter tenía razón. El puerto parecía abandonado. A pesar de que aquella voz nos daba la bienvenida por megafonía, no había ni una sola persona por allí. Lo único que se veían eran montones de barcos anclados a lo largo de todo el puerto.

“No hay nadie – comentó Jonyo – Ni siquiera un triste vigilante, ¿por qué? ¿Acaso no les importa que les roben?”

“Te aseguro que tienen un sistema de seguridad suficientemente bueno como para permitirse esto – dijo Peter – Todos estos barcos seguramente estén mejor vigilados así que con varios guardias patrullando la zona”.

“Me cuesta creerlo… Aun así me quedaré aquí igualmente, no quiero entrar a esa ciudad. Os veo luego, adiós” dijo mientras se giraba para irse y en su rostro volvía a desvanecerse la alegría y aparecía de nuevo esa seriedad tan impropia de él.

“¡Jonyo! – No me pude resistir a hablarle, y se paró un momento para escucharme, sin siguiera girarse – ¿Estás bien?”

“Mejor que nunca” contestó mientras continuaba avanzando sin dejar de darme la espalda. Quise ir tras él para exigirle el verdadero motivo de ese comportamiento, pero Gabriel me agarró del brazo y me detuvo.

“Será mejor que nos vayamos, Arturo. Recuerda que tenemos cosas que hacer”.

“Vale… Nos iremos…”

No nos habíamos bajado aún del barco y ya podíamos escuchar el sonido de los brazos de Jonyo estirándose y contrayéndose, y el sonido de su respiración esforzándose. Sin embargo ninguno quisimos hacer nada y le dejamos seguir si era lo que él de verdad quería.

Nada más salir del puerto encontramos una pasarela automática que nos transportaba directamente a la entrada de la ciudad, por lo que ni siquiera teníamos que andar, cosa bastante desesperante para mí, que me gusta estar activo y no quieto. Según nos acercábamos a la entrada, podía notar cómo Peter se iba poniendo cada vez más nervioso, a pesar de que intentaba disimularlo cruzándose de brazos y dándose toquecitos con el dedo en el codo.

“¿Estás preocupado por Jonyo?” le pregunté.

“¿Yo? ¡Qué va! Se le pasará… Únicamente necesita algo de tiempo. Ya verás cómo pronto vuelve a ser el de siempre”.

Podía decir lo que quisiera, pero seguía dándose toquecitos en el codo, así que sabía que algo le preocupaba. No me atreví a preguntar si estaba preocupado por mí, así que me quede callado viendo el paisaje. Me sorprendió ver un arco de entrada a la ciudad a lo lejos, pensaba que una ciudad tan desarrollada estaría en expansión continua y que un arco de entrada quedaría en poco tiempo absorbido por un montón de nuevos edificios. No tardé en darme cuenta del por qué. La ciudad ocupaba la isla por completo y no quedaban sitios libres por urbanizar, por eso ya habían podido poner el arco sin miedo. Sin embargo, no era un arco de piedra como el de Petoria, no tenía ese encanto. Podía ser todo lo moderno y perfecto que quisieran, con su estructura de titanio, y las letras del nombre de la ciudad hechas con vidrio soplado mientras dos focos las iluminaban permanentemente aunque fuera de día, pero a mí me seguía gustando más el de Petoria. La pasarela nos dejó a pocos metros de la entrada y ya pudimos ver un flujo de gente que entraba y salía de la ciudad, eso sí, todos con toda clase de máquinas acompañándoles. Pequeños ordenadores táctiles que emitían hologramas, aerodeslizadores con forma de monopatines como medio de transporte juvenil, perros robots de mascotas, e incluso había algunos elitistas que llevaban escafandras y una bombona de oxígeno para no tener que respirar el mismo aire que los demás. Por suerte, la multitud era lo suficientemente grande como para que pasáramos desapercibidos y nos dirigimos a la entrada.

“No me gusta esta ciudad…”

“¿Has estado antes aquí, Peter?” le preguntó Gabriel.

“Digamos que me conozco el lugar…”

Éramos lo suficientemente inteligentes como para saber por aquella respuesta cortante que no quería hablar del tema, así que le dejamos en paz. Cruzamos el arco de entrada sin preocuparnos de nada, y al hacerlo, el interior del arco de altero igual que se altera el agua en calma cuando tiras una piedra. Nos sorprendió bastante, pues con el resto de la gente no pasaba igual, ni siquiera con Peter, sólo se alteró con Gabriel y conmigo. En ese momento, empezaron a sonar alarmas por todo el lugar, las personas que estaban cerca salieron corriendo y algunas otras empezaron a llamar por teléfono a quien sabe quién. El resultado fue que en pocos minutos un montón de soldados vestidos de blanco, con un casco del mismo color y que portaban fusiles de asalto nos rodearon apuntando con mirillas láser a nuestros puntos vitales sin dar ninguna explicación.

“Esas armas… – dijo Peter al echarles un vistazo – No tienen recámara ni martillo…”

“¿Y eso qué se supone que significa?” preguntó Gabriel.

“Que no usan balas como munición”.

“¿Y qué utilizan entonces?”

“No te preocupes, en cuanto nos disparen seguro que lo averiguaremos”.

“¿Soy el único al que le parece que ya hemos vivido antes esta situación?” pregunté en voz alta.

“¡Malditos extranjeros! ¡¿Cómo os atrevéis a meter armas en nuestra pacífica ciudad?! –Exclamó uno de los solados – ¡Lo pagaréis caro! ¡¡¡Fuego!!!”

“¡¡Esperad!! ¡¡Alto el fuego!! ¡¡Es una orden!!”

Los soldados se detuvieron de repente, a algunos incluso les costó detenerse pues ya tenían el dedo en el gatillo. Desde el fondo del cúmulo de soldados, otra persona también con uniforme blanco más adornado que los demás y un casco más distinguido, se iba abriendo paso hacia nosotros.

“Desde luego, siempre que hay problemas en algún sitio, tenéis que estar vosotros detrás… – dijo aquél que parecía mandar sobre todos los demás mientras se quitaba el casco, mostrando su verdadera identidad – Cuanto tiempo sin veros, caballeros”.

“Tú eres… ¡¡Kevin!!” exclamamos todos a la vez.

“¡Atención! – Gritó a sus subordinados – ¡Podéis retiraros! ¡Estos hombres no son peligrosos! ¡A partir de este momento quedan bajo mi supervisión!”

“Pero Señor…. ¡Van armados!” le contestó uno.

“¿Tratas de desobedecerme?” dijo muy seriamente y el soldado retrocedió.

Con esas sencillas palabras, consiguió que los soldados se dispersaran poco a poco y que todo volviese a la calma. Después, volvió a dirigirse a nosotros.

“Disculpad las molestias. El sistema de seguridad saltó al detectar vuestras espadas”.

“¿Qué haces aquí? – le preguntó Peter sin dejar tiempo para ridículas formalidades – ¿No habías llegado a convertirte en Comandante de la Guardia Petoriana?”

“Sí, pero me trasladaron”.

“¿Y lo permitiste? Dime ahora mismo quien ha sido el idiota que ha permitido eso que hablo con él y no te preocupes que tú estás de camino a casa mañana mismo”.

“Ese idiota fui yo – dijo con la mirada triste y, como debimos poner una cara de asombro bastante grande, nos sonrió y continuó hablando – Es una historia muy larga, ¿me acompañáis a tomar un café y hablamos más tranquilamente?”

Todos esperábamos escuchar alguna historia absurda de cómo había llegado hasta ahí. Algo como que estaba cubriendo una baja, que se había cogido una excedencia, o que simplemente necesitaba cambiar de aires una temporada, pero jamás imaginamos que saldrían de boca acontecimientos como los que nos contó. Cómo le había afectado la muerte de Suso, la victoria contra Mecha Yolien, el ataque y la derrota frente al Caballero Negro, todo sobre la bomba, sobre como la localizaron y quien tuvo que sacrificarse para salvar la ciudad, y sobre todo, insistió en cómo habían estado tratando de contactar con nosotros en todo momento en vano.

“No me lo puedo creer – dijo Gabriel llevándose las manos a la cabeza – Otra vez el Caballero Negro… Ahora entiendo a qué se refería cuando habló de cómo consiguió las esferas del agua y el viento”.

“Pensaba que con nuestra partida se irían también los ataques a la isla – dije yo – Pero no podía estar más equivocado…”

“Uno de los edificios más importantes de la ciudad destruido y un ciudadano muerto – se lamentó Peter – Que desastre para la ciudad…”

“Después de sufrir todo aquello, presenté mi dimisión ante la Señora Presidenta, pero no la aceptó. Negociamos y llegamos a un acuerdo. No renunciaba al puesto pero me trasladaría al lugar más distinto y con menor conexión con Petoria que existiera. Y así fue como terminé aquí”.

“¿Qué ha pasado con Eddy y Jose? ¿Cómo están?”

“No lo sé. La situación nos afectó mucho a todos y me trasladaron antes de que volviera a saber nada de ellos”.

“Parece que necesitaremos un rato para salir del shock” dijo Gabriel.

“Yo creo que no es buena idea preocuparse por algo que no tiene remedio. En Petoria ya han comenzado las tareas de reconstrucción y gracias a Norris tuvimos una sola baja cuando la ciudad entera pudo haber sido devastada. ¿Qué os trae a vosotros por aquí? ¿Turismo?”

“Todo lo contrario, el barco ha sufrido daños y nos dijeron que aquí podríamos repararlo” contesté.

“¿Es grave?”

“Creemos que no, pero queremos asegurarnos”.

“Si queréis yo puedo llevaros a los astilleros. Están cerca de aquí”.

“Perfecto, ¡vámonos! – dijo Peter nada más levantarse – Si no es molestia, me gustaría que nos fuéramos de este sitio cuanto antes”.

“¿Soy yo o me parece que tienes cierta animadversión a esta ciudad?” preguntó Gabriel.

“Que palabros te salen cuando quieres meter baza, ¿eh? ¡Pues sí! ¡Odio esta ciudad! ¡No quería venir aquí! ¡Y me iría ahora mismo si no fuera porque una de las personas que nos dio el barco ha muerto!”

“Pero, ¿por qué?” ya insistí yo al verle así. La mueca de su boca se retorcía cada vez más según pasaban los segundos, se le marcaban las venas en la frente y apretaba el puño con fuerza.

“¿Recordáis lo que os conté cuando os enseñé Petoria? Que durante la época de los combustibles fósiles la ciudad de mantuvo fiel a sus principios y no los utilizó porque sabía no sólo lo peligrosos que eran para el planeta, sino también que dados los niveles de crecimiento de la productividad mundial, no tardarían en escasear y que darían lugar a guerras energéticas. Pues esta ciudad… ¡esta ciudad fue la que impulsó todas esas energías sin pensar en otra cosa que no fuera su propio beneficio! ¡Esta ciudad entró en conflictos, presiones, chantajes e incluso llegar a declarar la guerra a otros países sólo para mantener su posición dominante, aumentar la dependencia del mundo a esos combustibles, y aprovecharse de los países que producían la materia prima, comprándosela a muy bajo precio porque la mayoría de ellos no tenían recursos para transformarla por sí mismos! ¡Por culpa de esta ciudad, mi antecesor, Peter I, fue repudiado por su propio pueblo! ¡Esta ciudad es el símbolo del egoísmo, del aprovechamiento de los demás, de la vergüenza y de la corrupción! ¡¡¡¿Cómo quieres que no me cabree tener que estar aquí?!!!”

Aquél discurso había sido desde lo más profundo de su corazón y al desahogarse no se había dado cuenta de que lo había gritado tan alto que todas las personas de alrededor se le habían quedado mirando. Aunque después de soltar todo aquello se dio cuenta de que todo el mundo le había escuchado, no mostró el más mínimo signo de arrepentimiento por sus palabras. Es más, su enfado aumentó al ver que varias personas se sintieron ofendidas al escucharle. Un grupo de hombres bastante musculosos empezaron a acercarse mientras se hacían crujir los nudillos.

“¡Por favor, continúen cada uno con lo que estaban haciendo! – salió Kevin al paso – ¡Aquí no hay nada que ver!”

El uniforme de nuestro amigo frenó las intenciones de aquellos matones, y poco a poco la pequeña multitud comenzó a dispersarse murmurando.

“Lo que hay que aguantar… Ahora tenemos que soportar que venga un extranjero a despotricar de nuestra ciudad en nuestra propia cara… Y encima nuestras fuerzas de seguridad la defienden…”

“Él no sabe nada de nuestra ciudad…”

“Más vale que no te cruces con nosotros por la calle…”

“¡Aquí estaré, gilipollas! ¡Ven a buscarme cuando quieras!”

“¡Peter! ¡Es suficiente! – le cortó Kevin – Ese comportamiento no es digno de tu posición”.

“Lo siento – se dio cuenta al fin – Bueno, pero ahora olvidemos todo eso y salgamos cuanto antes de aquí. Y no vamos a cometer el mismo error que en Arcadia, el de separarnos arbitrariamente para que nos ataquen de forma individualizada, nos mantendremos juntos, ¿vale?”

Antes de que Peter acabara la frase, Gabriel ya se había alejado de nosotros y yo me estaba despidiendo de él con la mano.

“¡Bueno, como Kevin está con vosotros, yo me voy a ver la ciudad! ¡Os veo luego!”

“¡Vale! ¡Pásalo bien!” le medio grité.

“¡¡¿Pero es que nadie me escucha cuando hablo?!!”

“No te preocupes – le aseguro Kevin – En esta ciudad ninguno corréis peligro. Yo mismo soy el responsable de la seguridad de toda la isla y puedo decirte que prácticamente estoy de adorno”.
“Eso no justifica su comportamiento. No sabemos si Mesa puede llegar a aparecer por aquí”.


“Si eso ocurre, el arco de entrada a la ciudad reaccionará con él al igual que lo ha hecho con vosotros. De verdad, no os preocupéis. Y ahora mirad, tengo algo para vosotros”.

Sacó un pequeño estuche del interior de su chaqueta. Peter y Arturo observaron con atención su interior, pero solo vieron un montón de cápsulas numeradas.

“Emmm… Entiendo que te hayan afectado las muertes de Suso y Norris – se lanzó Peter –  Pero las drogas no son la solución”.

“¡Jajajaja! Si me dieran una moneda cada vez que escucho un comentario parecido… No, no son drogas. Si os fijáis bien, tienen un pequeño botón en un extremo” contestó mientras cogía tres.

Pulsó el botón de las tres cápsulas y las dejó caer al suelo. En medio de la caída estallaron en una nube de humo y en su lugar aparecieron tres monopatines sin ruedas.

“¡Tomad!” exclamó y nos dio uno a cada uno.

“¿Se puede saber cómo has hecho eso?” pregunté.

“Son cápsulas Hoi Poi. Pueden encerrar cualquier cosa en un interior sin importar su tamaño, desde tu equipaje hasta tu coche o tu casa, da igual. Además, se liberan pulsando el botón con total facilidad”.

“Como avanza la tecnología”.

“Mucho avance pero estos monopatines no tienen ruedas, ¿cómo pretendes que los usemos?” preguntó Peter.

“Ni que les hicieran falta, ¡se usan así!”

Presionó un pequeño botón en la parte inferior del monopatín y después lo dejo caer. Sin embargo, no se estrello contra el suelo, sino que se quedó flotando en el aire. Kevin dio un salto y se montó, sin que el peso hundiese tampoco el monopatín.

“Este es el medio de transporte más común en esta ciudad, el monopatín aerodeslizador, ¡vamos, montad! ¡Los astilleros nos esperan!”