domingo, 6 de octubre de 2013

Episodio CLVIII

Al fin el capítulo que estoy seguro llevabais esperando mucho tiempo. La verdad sobre el caballero de la rosa. Espero que satisfaga vuestras expectativas.

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Episodio 

CLVIII
E
l caballero de la rosa alzó la empuñadura vacía de su espada, y ordenó la reagrupación de los pétalos, que todavía seguían pululando por ahí sin control, después de que su ataque resultara inútil.

Los pétalos retornaron poco a poco a su lugar de origen, y fueron recomponiendo la hoja de la espada en su totalidad. Una vez recompuesta, Gabriel la clavó en el suelo con fuerza, y una intensa aura blanca envolvió la espada. El aura se transfirió de la espada al caballero, y mientras avanzaba por su cuerpo, iba curando rápidamente todos los cortes que le había hecho su adversario en su último y desesperado intento de atacar.

“Se ha… Curado completamente… – dijo el Coronel Lardo – Estaba casi muerto y ahora está en plenas condiciones otra vez… Jejejeje… Muy bien… Así la diversión podrá continuar…”

Cuando el caballero de la rosa sanó por completo, el aura blanca desapareció de su cuerpo, pero no de su espada, que seguía clavada en la tierra. Miró fijamente a su adversario, y extrajo la espada de la tierra a la vez que ejecutaba un espadazo de arriba a abajo. La energía concentrada en la tierra, al dejar de estar en contacto con la espada, salió disparada hacia delante, de forma rápida y descontrolada. Tanto, que Dayuri sólo pudo apreciar una nube de luz abalanzándose sobre él un instante antes.

La corriente de energía, avanzaba a ras de tierra, abriendo el suelo a su paso, y engulló al Coronel Lardo, arrastrándole por el suelo dando vueltas, hasta que la corriente chocó contra un tronco, donde estalló, liberando a su presa, e incendiando el árbol.

A pesar de estar dolorido por haber sido arrastrado por el suelo y golpeado, Lardo se levantó del suelo embriagado por una gran excitación.

“Jejeje… Si lo llego a saber, te cuento la historia de esa putilla antes – murmuró mientras preparaba su espada para el combate – ¿No me digas que tú fuiste el pringado que la dejó allí sola? Pues tengo que darte las gracias. Todavía recuerdo sus gemidos de placer, el aroma de sus tetas, el sabor de los jugos de su coño chorreando… Mmmmm…” recordó relamiéndose los labios.

Gabriel estalló en cólera. Volvió a clavar la espada en el suelo, y en un instante, ésta estaba envuelta de nuevo en un aura de energía blanca. Sin embargo, ahora, el caballero no liberó la energía de la espada, sino que se lanzó al ataque con ella en mano.

Mientras avanzaba, Gabriel alzó la espada. El aura blanca que envolvía la espada fue absorbido por la hoja, que comenzó a brillar intensamente hasta convertirse en una espada de luz.

Su adversario advirtió el peligro que suponía el caballero en esos momentos, y por primera vez en su vida, decidió esquivar los ataques y observar, en vez de saltar él también al ataque, para evitar una muerte prematura.

El caballero de la rosa avanzaba sin ningún tipo de estrategia ni control. Intentó un corte horizontal que Lardo evitó saltando, y la fuerza del espadazo era tan intensa, que se produjo una onda expansiva que cortó el tronco de varios árboles cercanos. Saltó para perseguirle, y asestó un espadazo vertical con tanta fuerza que ni él mismo podía frenar. Su enemigo se dio cuenta de eso y sólo tuvo que apartarse para evitar el golpe. El caballero avanzó con la espada hasta tocar el suelo, donde se liberó la mayoría de la energía concentrada, provocando una explosión que arrasó los alrededores.

El Coronel Lardo se encontraba ahora detrás de él, así que Gabriel aprovechó el giro que tenía que hacer para tenerlo de frente, para asestar un nuevo espadazo horizontal. Sin embargo, en medio de la ejecución de su ataque, la energía que iluminaba la espada se desvaneció. Dayuri lo vio y supo que ahora podía enfrentarse sin problema al caballero, por lo que bloqueó el ataque con su espada y se produjo un leve forcejeo.

“Estás muy cabreado desde que te he contado lo de esa chica… ¿Marta, decías que se llamaba? Si la conoces, ¿puedes conseguirme una cita con ella para volver a follármela? Estoy seguro de que ella tampoco se ha olvidado de mí”.

Un grito, esa fue la única respuesta que Dayuri obtuvo del caballero. Un grito, acompañado de un nuevo aumento de su fuerza, de su cólera, de su odio, y de su determinación.

Al mismo tiempo que mantenía el forcejeo, agarró a su adversario del brazo para que no pudiera escapar, y aprovechó para dar un cabezazo en la frente del Coronel, que no esperaba un movimiento así, y retrocedió la distancia suficiente para que el caballero de la rosa pudiese escapar del forcejeo.

“Ha renunciado completamente a su estilo… – murmuraba Lardo mientras la brecha que le había provocado el cabezazo soltaba un chorro de sangre – No… Ha renunciado incluso a sí mismo…”

A Gabriel no le faltó tiempo para clavar de nuevo su espada en el suelo, cargarla de energía y volver directo a por su objetivo. Dayuri le veía venir perfectamente, pero no se movía: En esta ocasión había decidido no evitar el ataque. Había descubierto lo que tenía que hacer.

A pesar de que el caballero de la rosa se acercaba, espada en mano; a mitad de camino dio un espadazo al aire para liberar la fuerza encerrada en la espada en forma de corriente de energía una vez más. La corriente volvió a avanzar a ras de suelo, abriendo un surco en la tierra a su paso, levantando piedras, derriban árboles y asesinando animales inocentes hasta llegar a su objetivo.

En el último momento, Dayuri se cubrió para minimizar los daños. Sin embargo, eso no fue suficiente contra un poder tan abrumador como el que poseía ahora el caballero. En un primer momento, la corriente de energía tan sólo le hizo retroceder unos metros, arrastrado, pero aún de pie. Pero, a medida que avanzaba el ataque, la presión de la corriente era cada vez mayor, y terminó rompiendo la guardia del Coronel, que volvió a ser arrastrado por el suelo y quemado por la energía de la corriente.

Ver a su enemigo tirado por el suelo gracias a un ataque suyo, pareció suficiente para calmar, al menos un poco, las ansias de destrucción del caballero, que esperó pacientemente a que Dayuri terminase de incorporarse de nuevo al combate, eso sí, sin quitarle el ojo de encima.

“Muy bien, Gabriel – dijo sonriendo levemente al levantarse del suelo – Ya has conseguido lo que querías, ya me has alcanzado con tu ataque. Me alegra ver que te has calmado un poco, así que al fin puedo preguntártelo. Esa fuerza nueva que exhibes ahora, no es tuya, ¿verdad? ¿De dónde la sacas? O mejor dicho… ¿Quién eres en realidad?”

Entonces hubo un pequeño silencio. Los dos se miraban fijamente a los ojos, mientras el caballero de la rosa jadeaba, decidiendo qué hacer en sus pensamientos.

“Está bien… Tú me has revelado la verdad sobre Marta, así que, aunque seas su asesino, mereces el mismo trato que me has dado. Te lo contaré todo… Escucha atentamente, porque estas serás las últimas palabras que escucharán tus oídos”.

“Al fin… Revelará su verdadera esencia…” pensó Dayuri.

“Cuando ocurrió lo de Marta, hui de la ciudad. No podía seguir viviendo allí. Todo me recordaba a ella. El instituto, su calle, su casa, la propia ciudad… Todo estaba inundado de su olor. El único lugar en el que podía refugiarme era en mi coche, el lugar donde cometí el mayor de los errores de mi vida. Tenía pensado pasar el resto de mi vida en ese vehículo, para no olvidar nunca lo que había hecho, y así redimirme por mis crímenes.

Pero ellos ya estaban al corriente de todo lo que había pasado, y tenían otros planes para mí. Por eso mandaron a Reik a por mí. Lo primero que hizo el cabrón fue reventarme el coche… Como me jodió… Pero, tengo que reconocer que hizo bien. Yo pretendía utilizar el coche para martirizarme eternamente por no haber podido salvarla, en vez de seguir adelante, porque daba igual lo que hiciera, ya no podía recuperar a Marta ni volver atrás. Por eso destruyó mi coche. Él quería librarme de esa carga antes que nada, porque sabía que no podría avanzar con ella a cuestas.

Recuerdo lo que hablé con Reik. Me habló de los elementos. Él tenía el hielo, pero el tema de mi elemento fue algo complicado desde el principio. Reik me preguntó claramente si había algo que hubiese estado conmigo desde el principio, protegiéndome, y está claro que eso fue la rosa. Pero, lo mires como lo mires, una rosa es una planta, no un elemento, así que a mí nunca terminó de convencerme esa teoría, por mucho que me encante su belleza y su aroma.

Otro de los requisitos que puse para aceptar convertirme en caballero fue que me dejaran solo el mayor tiempo posible, y eso incluía los entrenamientos. A pesar de que me dieron una espada y yo nunca había manejado una en toda mi vida, en los combates que acepté entrenar con Reik, siempre alababan mi técnica. No tenía fuerza, no tenía velocidad, no aguantaba mucho, pero tanto Peter como Reik decían siempre que había algo oculto dentro de mí, porque la espada parecía una parte más de mi cuerpo, y me movía suavemente, como una hoja arrastrada por el viento, que no realizaba movimientos innecesarios y que mi precisión era milimétrica. Sin embargo, a pesar de todos esos halagos, no conseguí tumbar a Reik en ninguno de esos combates de entrenamiento. Siempre era yo el que acaba derrotado, sin importar lo que hiciera ni cuanto entrenase.

Me preguntaba cada día cómo era posible algo así. Si tan bueno era, si tan bien me movía, ¿por qué no podía ganar nunca? Pasaba el tiempo y no era capaz de hallar la respuesta. Para mantener mi mente ocupada, tanto de los fantasmas de ahora como de los del pasado, me puse a escribir poesía. No dejaba de pensar en que eso fue lo único bueno que saqué de lo de Marta, así que intenté obligarme a probar suerte. Al principio me topaba con la hoja en blanco y, aunque tenía un torrente de emociones en mi interior, no era capaz de plasmarlos en una hoja de papel.

Al cabo de un año, fui a visitar la tumba de Marta. Ellos me dijeron que no estaba preparado, pero me daba igual que fuera cierto o no. Era el aniversario de su fallecimiento, y nada ni nadie me lo podía impedir.

Me llamó mucho la atención, cuando llegué al cementerio, el hecho de ver a algunas personas rezando sobre las tumbas de sus seres queridos, a pesar de que hace mucho que se demostró la inexistencia de cualquier tipo de Dios. Supongo que, en ciertas situaciones, la gente necesita creer en alguien superior que le permita calmar su alma en pena, o comunicarse con los seres queridos que ya no están con ellos. En cualquier caso, ése no era para nada mi caso, y al llegar a la tumba de Marta, rezar por ella ni siquiera se me pasó por la cabeza.

Me puse de rodillas, y clavé la espada en la tierra, justo delante de mí, para que me recordara donde estaba yo y donde estaba ella, cada uno a un lado de la tierra. Había traído la rosa conmigo´, la misma rosa que le regalé aquella noche, la misma que apretaban con fuerza sus manos inertes cuando la encontré colgando de aquella ventana. Cuando caímos desde el hospital, ahí estaba, entre sus dedos pálidos, fresca, a pesar de los días que habían pasado. No pude resistirme, y aproveché que el rigor mortis todavía no se había apoderado de mi amada, para llevarme ese último recuerdo de ella conmigo.

Ahora era el momento de devolvérselo. Aquella rosa había estado conmigo desde entonces, durante todo el tiempo que estuve perdido en la vida. Ahora que había encontrado un nuevo camino, ya podía devolvérsela a su dueña. Puse la rosa al pie de su lápida, cerré los ojos, y comencé a recordarla.

No sé cuánto tiempo estuve allí, pero la verdad es que se me pasó volando. Repasé en mi mente todos los meses maravillosos que pasamos juntos. Todos sus besos, sus caricias, su sonrisa, el aroma de su cabello, el brillo de sus ojos, cuando venía a verme por sorpresa, incluso cuando se enfadaba por alguna gilipollez. Todo lo que rodeaba a Marta era pura felicidad para mí.

Abrí los ojos, y ya era de noche. Ya no quedaba nadie más que yo en aquel inhóspito lugar, y la única luz que había era la tenue luz de la luna en cuarto menguante. Bueno, la luna, y algo más que yo no esperaba encontrar… Mi espada.

Mi espada, todavía clavada en la tierra frente a la tumba de mi amada, estaba envuelta en una extraña aura blanca, y emanaba un suave resplandor. En aquel momento pensé que la energía que envolvía la espada era la energía de Marta. Al fin y al cabo, ¿qué iba a pensar en esa situación? La hoja estaba clavada en el suelo sobre su tumba. Tal vez hasta estuviera en contacto con su ataúd. Pero no lo era. Era algo mucho más grande. Sin embargo, quiero pensar que, aunque no era su energía, sí que fue ella quien me dio este poder como regalo”.

“¿Qué poder? Dilo de una vez”.

“Cuando agarré la empuñadura y extraje la espada… En ese preciso instante lo comprendí. Comprendí mi verdadera esencia y mi verdadero poder. ¡El caballero de la rosa nunca existió! ¡Yo soy Gabriel, caballero de la naturaleza! ¡Y mi fuerza es no elemental!”

“¿No elemental?”

“El poder del resto de caballeros proviene de su elemento afín. Sin embargo, mi fuerza proviene de la energía vital de los seres vivos, es una energía pura y limpia, que no responde a ningún fenómeno más que la propia existencia, ¡a la vida! La rosa sólo es una representación más de la propia naturaleza, y mi poder había escogido representarse en esa forma por el significado especial que tenía para mí por mi relación con Marta.

El Caballero Negro lo sabía, y por eso nunca trató de arrebatarme mis poderes. Los elementos oscuros nacen de la esencia contraria a sus correspondientes originales, por tanto, el efecto contrario a una energía que proviene de la vida, es la muerte. La muerte no es más que el fin de la vida, el cese de toda actividad, de toda existencia, de todo… Por eso, el Caballero Negro sabía que no podía obtener ningún poder de mí, y por tanto, tampoco trató de arrebatármelo.

Mientras que Arturo saca su fuerza del fuego, Fidel de la tierra, Verónica del viento, Isabel del agua, Jonyo del rayo y Reik del hielo, yo obtengo fuerza de cualquier ser vivo que exista en la naturaleza. Los árboles, las plantas, los animales, los peces, los insectos, los seres humanos, el cielo, la luna, incluso el Sol y las estrellas son parte de mi fuerza, al pertenecer todos al milagro de la vida. Por poder, puedo sacar energía incluso de ti, que eres mi enemigo, y participarías en tu propia derrota”.

“Buah… Tanta historia para que al final me cuentes que tienes el mismo poder que esa niñata insolente…”

“¿Te refieres a Mireia? ¿Te atreves comparar mi fuerza con la suya? Para tu información, Mireia no tiene ningún poder, es su espada, que es especial, nada más. Ella necesita que muera alguien para acumular la energía de su alma en la espada, y al igual que yo, si la usa, la pierde. Sin embargo, yo tengo a mi disposición la fuerza de todo el universo, una fuente infinita contra la que nadie puede siquiera soñar con enfrentarse y salir victorioso, mientras que si ella gasta su fuerza, tendría que volver a recolectar almas durante mucho tiempo para igualar lo que yo puedo hacer en un instante. Sí, tal vez durante un ataque, ella iguale mi poder y pueda ganar a cualquiera, pero si el día que ella utilice su fuerza, falla el golpe, morirá.

La intensidad de mi fuerza es algo que yo mismo tardé en comprender. Cuando saqué la espada de la tierra aquella vez, se me ocurrió la estúpida idea de dar un espadazo al aire para ver qué ocurría. La fuerza acumulada en la espada se liberó, destruyendo la mitad del cementerio, y ni tan siquiera entonces fui consciente de su verdadero poder.

Evidentemente, el incidente del cementerio levantó las sospechas de Reik, de Peter, y sobre todo de Shawn. Ese es el motivo por el que no quiso entrenarme cuando estuvimos en su isla. Él sabía que yo no necesitaba ningún entrenamiento, y que podía acabar contigo, con el Señor Oscuro, o con cualquier adversario que se cruzase en mi camino sin apenas esfuerzo.

Saber que a mí, alguien que había prometido no matar bajo ninguna circunstancia, me había sido otorgado el poder absoluto de la destrucción, era algo que no podía soportar. Así que decidí ocultar esta fuerza a mis compañeros, y disfrazar mi propia existencia, fingir que tan sólo servía para crear efectos adversos a través de las rosas de colores, que era un simple poeta con miedo a que mi conciencia no pudiera soportar llevar la carga de haber asesinado a alguien, un cobarde, si lo prefieres… Me daba igual, con tal de que la verdad nunca saliese a la luz.

Así que juré con sobre la rosa que devolví a la tumba de Marta que jamás utilizaría este poder, aunque me fuera la vida en ello. Sin embargo, últimamente, he visto las vidas de mis compañeros en peligro en demasiadas ocasiones, y no he podido evitar utilizarlo, no para salvarme a mí, sino para protegerles a ellos, simplemente, porque no quiero que muera nadie más.

Pero ahora, tengo un móvil más poderoso que mi propia vida, una razón para romper mi promesa y utilizar todo mi poder sin miedo al daño que pueda causar. Por primera vez en mi vida, lo haré… ¡¡Te mataré!!”

El caballero clavó su espada en el suelo, que se recargó en un instante, y se lanzó de nuevo al ataque. Dayuri, lejos de asustarse, sonrió, y se lanzó también al ataque.

“Me alegra ver que sales a buscar a la muerte, en vez de esperar a que ella venga a por ti. Al menos tendrás algo de dignidad antes de morir”.

“El único que va a perder aquí eres tú, caballero de la naturaleza. Un poder tan patético como el tuyo no sería capaz de vencerme jamás”.

El Coronel Lardo dio un espadazo rápido y ligero, pero en vez de atacar al cuerpo del caballero, fue a por su mano, algo que él no se esperaba. Con el espadazo, cortó los tendones de la mano del caballero, que ya no pudo sostener la espada, la cual cayó y el aura que la envolvía se desvaneció.

“Sin importar lo infinita que resulte ser tu energía, cuando dependes de tu espada para canalizarla y realizar los ataques, te conviertes en el rival más débil, ¡adiós!” exclamó preparando un segundo ataque.

Lanzó una estocada directa al corazón del caballero, pero éste, de un acto reflejo, detuvo la hoja de su adversario agarrándola con la mano que le quedaba libre, cortándose con su desdentado, oxidado y nauseabundo filo, pero evitando un final peor.

Lardo intentaba que su espada avanzara hacia el cuerpo de su oponente haciendo presión, cortando más aún la mano del caballero hasta desgarrarla, pero Gabriel aguantaba perfectamente el dolor y mantenía el arma quieta. Dayuri no comprendía cómo podía estar aguantando la presión que él ejercía con todo el cuerpo con una sola mano, hasta que, de pronto, la misma aura blanca que envolvía la espada, ahora envolvía su cuerpo.

“Que estúpido eres… Puedo traspasar la energía de la espada a mi cuerpo en menos de un segundo, incluso puedo recoger yo mismo la energía natural, pero no me gusta hacerlo para no sobrecargar mi cuerpo. Precisamente, el ligero cambio de aspecto que ves en mis párpados y en mis ojos se produce al introducir la energía natural en mi organismo. Cualquier idiota se habría dado cuenta de que la espada es una mera herramienta para nada imprescindible.

Ya te lo dije… – apretó el puño con el que sujetaba la espada de su adversario y partió la hoja por donde la tenía sujeta – Nadie puede enfrentarse al poder de la naturaleza. Ahora, ¡¡muere a manos de tu propia espada!!”

Con un rápido movimiento, Gabriel clavó el trozo de espada que había partido en el pecho de su adversario, con tanta fuerza, que tiró al suelo a su adversario, y la punta, que atravesó el cuerpo y asomaba por la espalda, se clavó en la tierra, dejándole ensartado en una vorágine de dolor.

“Ahora ya puedes descansar en paz… Marta”.

Curiosidades!!!


El rol que interpreta el caballero de la rosa en este capítulo es el mismo que Shun de Andrómeda en Caballeros del Zodiaco en su combate contra Piscis, que también ocultaba su verdadera fuerza para evitar enfrentamientos innecesarios.