lunes, 13 de octubre de 2014

Episodio CLXXIV

Disculpad el retraso, pero entre algún que otro problema de salud y dos trabajos sin futuro que me han salido no he podido sacar adelante los capítulos. Por suerte o por desgracia, sobre todo por el tema laboral, todo eso terminó y ya puedo dedicarme de nuevo a terminar nuestra historia ;)

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Episodio 

CLXXIV

A
quellas fueron las últimas palabras que habían salido de la boca del caballero antes de que incrustara su espada en el suelo por última vez. Lardo se puso en guardia, pensando que sería su último ataque, en el que depositaba todas sus fuerzas, todas sus esperanzas, y en el que terminaría por perderlo todo. La energía acumulada en la espada era tan grande que escapaba a su control. El brillo era tan intenso que, sin haber movido la espada del suelo, las grietas ya crecían a su alrededor.

Gabriel empuñó la espada con las dos manos y se dispuso a comenzar. Lardo se cubrió con la suya, pretendiendo dar otro espadazo a la corriente como había hecho antes. Esperaba pacientemente a que el caballero desatara su ataque contra él, pero, en vez de eso, Gabriel hizo todo lo contrario. En un instante, liberó la energía en el suelo, para sorpresa de su adversario.

“Pero… ¡¿Qué haces?!” exclamó sorprendido el antiguo Capitán.

“Esta es toda la energía que he podido reunir – Pensaba – Sé que no es suficiente para reparar todo el daño que he hecho, pero si al menos puedo reparar una pequeña parte de la destrucción que he causado, podré morir en paz”.

La energía liberada por el caballero comenzó a extenderse por la superficie como un manto de luz brillante que cubrió todo. Según avanzaba, las plantas marchitas resurgían, las flores mustias regresaban con todo su esplendor, los árboles secos regeneraban sus hojas, y delante de sus ojos, la rosa a la que acababa de arrebatar su vida florecía de nuevo para él. Ver resucitar aquella flor llenó su alma de paz.

“¿Es la rendición el camino que has escogido, caballero?”

“Rendición no, Lardo, ¡redención! Tal vez tú seas un ser sin alma ni conciencia al que no le importe en absoluto la gravedad de sus actos, ¡pero yo soy un caballero! Un iluso caballero que ha obrado erróneamente y que debe pagar por sus crímenes”.

La energía acumulada en la espada comenzaba a agotarse. Sin embargo, Gabriel no tenía ninguna intención de parar ahí. En ese momento, dando un fiero grito, un aura blanca le rodeó y la espada dejó de vaciarse, para pasar a llenarse un poquito más.

“Le está dando toda la energía a la espada para repartirla entre las plantas… Y no sólo la energía que usa para combatir, ¡sino toda! Cuando acabe, no le quedará ni para seguir viviendo… Tengo que detenerle, o sino mi combate tendrá el peor final que jamás habría imaginado…”

Trató de moverse hacia delante, pero le fue imposible. Entre la espada enviando tanta energía de vuelta a su origen a toda presión, y el caballero cargando toda su energía para transmitirla a la espada, se había creado una zona de alta presión que impedía a Lardo todo movimiento. Lo único que podía hacer era observar como el caballero daba su vida por el bosque que él mismo había destruido.

“¡Imbécil! – Le gritaba – ¡¿Acaso eres un cobarde?! ¡¿Qué sentido tiene un combate si buscas tu propia derrota?! ¡Si no te detienes morirás! ¡¿Es eso lo que quieres?! ¡¿Qué la energía de este bosque se haya perdido en vano?! ¡Sé un hombre y lucha conmigo hasta el final!”

“¡¿Y qué más da?! ¡No volverás a engatusarme con uno de esos trucos! ¡Yo…! ¡Sé que no ganaría el combate igualmente! ¡Toda esta energía habría sido desperdiciada en el siguiente ataque! Ya que voy a morir, al menos que una parte del bosque viva gracias a la energía de la persona que lo asesinó…”

“¿Qué pensaría Marta de todo esto? – Dayuri seguía tratando de convencer al caballero de la forma que fuera posible – ¿Crees que ella estaría contenta con este resultado?”

“¡Jajajaja! – Gabriel reía felizmente – No, está claro que no lo estaría… ¡¡Porque ella jamás me habría permitido utilizar una energía que no me pertenece para ganar de esta forma tan sucia!! ¡Si hago esto es por el bosque y por ella! ¡Para ser capaz de mirarla a los ojos cuando llegue al otro lado y pueda verla de nuevo!”

Lardo se había quedado sin recursos. Había utilizado todas sus artimañas, pero la voluntad del caballero no volvió a ceder ante su perseverancia. Lo único que podía ver era como terminaba de aniquilarse a sí mismo, envuelto en una completa y profunda paz interior.

“He estado demasiado tiempo torturándome a mí mismo, culpándome de lo que pasó – el flujo de energía de la espada comenzó bajar rápidamente – ¡Tú me robaste lo que más quería! – Le gritó – Ahora, yo te robaré lo que más amas, ¡te robaré el combate en el que pudiste conseguir el final que tanto anhelabas!”

Tras la última exclamación, el flujo de energía paró en seco, y Gabriel se quedó agarrado a la espada durante unos instantes,  observando la vida que había vuelto al bosque.

A pesar de que había zonas que no pudo regenerar, como los árboles caídos o los animales muertos, todo el bosque hasta donde le alcanzaba la vista había recuperado su esplendor. Respiraba vida por todos lados, e incluso el tenue canto de los pájaros y el silbido de los insectos podía escucharse de nuevo.

El flujo de energía que pasaba del caballero a la espada se detuvo de pronto, de forma abrupta, igual que había comenzado. Gabriel se había quedado inmóvil, todavía sujetando la empuñadura, mientras salía humo del agujero en el que estaba clavada la espada.

“Sus ojos han vuelto a la normalidad… Ha usado toda la energía que había en su interior – pensaba Dayuri al verlo – Su cuerpo se ha apagado completamente. Ha muerto para recuperar la confianza de la naturaleza que previamente había traicionado – dijo mirando a su alrededor. Hasta donde le alcanzaba la vista, todo el bosque había recuperado su esplendor –  He ganado el combate pero, ¡¿qué clase de victoria es ésta?!” exclamó enfurecido.

El caballero tenía la mirada clavada al frente. Desde su punto de vista, veía la figura de su adversario emborronada por el humo, pero no era capaz de ver la belleza de la naturaleza que había recuperado. Ni siquiera podía ver que a sus pies, el lugar donde se había concentrado más energía, alrededor de la espada clavada, había brotado un rosal con flores de varios colores, que le llegaban por las rodillas.

Su vista terminó por desvanecerse, acabando sumido en la más profunda oscuridad. El gusto fue lo siguiente. A los pocos segundos notó que el sabor de los labios de Marta, del cual había quedado un resquicio en su boca durante todo este tiempo, desaparecía junto con cualquier otra percepción gustativa.

Fue entonces cuando se dio cuenta de la presencia de las rosas. Al perder los dos primeros sentidos, los que le quedaban se agudizaron, y fue capaz de captar su aroma y sentir en roce de los pétalos en sus piernas. Desgraciadamente, esto tampoco le duró mucho, y a los pocos segundos el olfato desapareció.

Poco después, el tacto también se fue. Ya no sentía nada de lo que tocaba su piel. Ni la empuñadura de la espada, ni el roce del viento, ni las caricias de las flores. Al perder el tacto, su cuerpo dejó de ser consciente de que estaba en pie, y comenzó a caer de espaldas. Gabriel sabía que todavía no había muerto, porque todavía le quedaba el oído. Podía escuchar su cuerpo caer, podía oír el canto de los pájaros

“Jejeje… Lo siento Lardo… Parece que te robado tu final… Seré yo quien muera antes de que su cuerpo toque el suelo…”

Su cuerpo cayó sobre un manto de rosas, pero él ya no podía escucharlo. Había perdido los cinco sentidos, pero su cerebro aún no se había apagado. Gabriel todavía era capaz de pensar, mientras se daba cuenta de lo que le estaba ocurriendo.

“Aquí acaba mi vida… Que fracaso… – mientras pensaba, el caballero se imaginaba su cuerpo semitransparente flotando en la nada, de camino al olvido – Al menos voy a morir con la conciencia tranquila… Y cuando llegue al otro lado, te buscaré, Marta, y al fin podré pedirte perdón…”

En esos momentos, la espada de Gabriel, que seguía clavada en la tierra, comenzó a descender, incrustándose cada vez más, hasta desaparecer bajo la superficie terrestre. Poco después, el rosal que sostenía el cuerpo del caballero comenzó a crecer, envolviendo su cuerpo entre ramas de espinas y llevándoselo también a las profundidades.

“El bosque ha reclamado el cuerpo de su salvador, ¡y yo reclamo la victoria de este combate!” exclamó alzando su espada rota.

“¡Un momento!” exclamó una voz.

El mismo rosal que se había llevado a las profundidades el cuerpo del caballero, emergía de nuevo, con Gabriel en pie, sin arma alguna, y flotando en un aura rosa.

“Sí, es cierto, lo estaba. Mi corazón se detuvo y perdí todos los sentidos. Sin embargo, aunque mi corazón había dejado de latir, mi cerebro todavía estaba en funcionamiento. Todavía podía pensar mientras me consumía por dentro. Fue en ese intervalo cuando la naturaleza acudió en mi ayuda, y me sumergió para poder devolverme a la vida entregándome un pedazo de su energía”.

“Entonces, ¿vas a hacerlo de nuevo? ¿Renunciar a tu estilo por ganar el combate a toda costa, sacrificando el bosque que acabas de salvar? Además, – Lardo se fijó en sus ojos – ¡No trates de engañarme! Tus ojos han vuelto a la normalidad, ahora mismo eres el caballero de la rosa, que no es rival para mí”.

Gabriel miró hacia abajo y sonrió levemente.

“¡Vuelve a mí! ¡Mi adorada arma!” exclamó a la vez que levantaba la mirada.

En ese instante, el agujero por el que se había perdido la espada en el subsuelo comenzó a brillar con luz rosa. Poco a poco, esa luz se fue transformada, hasta convertirse en la silueta de una mujer de larga melena y pechos voluptuosos.

“¡He aquí mi Arma Final! ¡El Espíritu de la Naturaleza!”

“¡¿Cómo?!” Dayuri no comprendía nada.

“Yo… Estaba equivocado… Ahora por fin lo comprendo… La rosa siempre fue mi elemento. Tenía el poder para convertirme en el Caballero de la Naturaleza, pero no la actitud, por eso estaba en un estado de transición, en una forma incompleta. No me di cuenta de que el cambio de mi cuerpo reflejaba que todavía no era capaz de hacer cambiar mi espada.

No se puede adquirir el poder ni la confianza de nadie sin respetarlo primero, por eso me había quedado a las puertas. Ahora que he aprendido el valor de la naturaleza y a respetarla, tengo el poder al completo, ¡y lo usaré para detenerte!”

“¡¡Jajajaja!! ¿Tanta charla para eso, caballero? ¿Qué más da la forma que represente tu arma, si al final tu forma de atacar es igual? Con espada o espíritu, aguantaré tus ofensivas hasta que vuelvas a destruir todo y te quedes indefenso, ¡seré yo el que acabe contigo!”

“Parece que no lo has entendido, yo ya no lucho con el poder de la naturaleza, lucho junto a la naturaleza, ¡nada volverá a ser como antes!”

Gabriel observó la forma del Espíritu de la Naturaleza. Su silueta era idéntica a la de Marta, y hasta que no la había observado detenidamente no se había dado cuenta.

“Marta, eres tú, ¿verdad? – El Espíritu de la Naturaleza le tendió la mano, invitándole a unirse a ella – Ha sido tu espíritu el que ha estado conmigo todo este tiempo, esperando que estuviera preparado para volver a verte… Ahora comprendo también que, a pesar de que no me comporte de la mejor manera posible, tu muerte no fue culpa mía. Tu muerte tiene un único culpable, que está frente a nosotros, ¡y juntos acabaremos con él!”

Gabriel se lanzó hacia su adversario, sin portar arma alguna, simplemente acompañado del Espíritu de la Naturaleza. Tampoco mostraba ninguna intención de combatir, no se había colocado en ninguna postura de combate, y su mirada no estaba afilada, es más, sus ojos estaban completamente en paz.

Dayuri retrasó el brazo para preparar un espadazo contundente con el que demostrar al caballero de un solo ataque que seguía sin posibilidad alguna de vencer. Sin embargo, cuando fue a adelantar la espada, notó que una extraña fuerza se lo impedía. Giró la cabeza y descubrió que la rama de un árbol se había enredad en su espada, impidiéndole continuar. Rápidamente sacudió la espada, y las mellas de la propia hoja rasgaron la rama, liberando su arma.

“Qué raro… – pensaba – ¿Cómo se habrá enredado la espada de esa forma? Bueno, ahora da igual…”

Continuó su ofensiva, y vio que Gabriel adelantaba el antebrazo para cubrirse de su ataque, momento en el que sonrió para sus adentros.

“¿Pretende cubrirse sólo con su cuerpo? ¡¡Le cortaré el brazo en dos!!”

Decidido, inyectó todas sus fuerzas en un espadazo vertical directo al brazo del caballero. Al mismo tiempo, el Espíritu de la Naturaleza cambió de forma, convirtiéndose en un círculo de luz rosa que se colocó delante del antebrazo, interponiéndose en el ataque de Lardo, deteniéndolo completamente.

“El Espíritu de la Naturaleza puede adoptar cualquier forma, según las circunstancias, por lo que es el arma más útil de todas – explicaba Gabriel – Ahora mismo podríamos llamarle el Escudo de la Naturaleza”.

“¡Adopte la forma que adopte todo terminará igual!”

Retiró la espada para asestar un nuevo espadazo. El Espíritu de la Naturaleza recobró su forma original de silueta de mujer, dejando a Gabriel completamente expuesto. No obstante, eso no fue un problema para él. Con movimientos suaves y fluidos, como una hoja movida por el viento, fue esquivando cada uno de los ataques con los que intentaba alcanzar su oponente. Viendo que no daba resultado, Lardo optó por una estocada, que el caballero evitó dando un par de volteretas hacia atrás. Cuando Lardo se quiso dar cuenta, el Espíritu de la Naturaleza había vuelto a cambiar de forma. Ahora, en sus manos, Gabriel portaba un arco de luz rosa, con una flecha de luz cargada, apuntándole directamente.

“¡El Arco de la Naturaleza!”

El caballero disparó la flecha, que avanzó a gran velocidad hacia el pecho de su objetivo, que tomó la decisión de saltar para evitar el impacto. No se dio cuenta de que bajo sus pies había una maraña de ramas espinosas que le desgarraron las piernas al salir. El dolor le hizo mirar hacia abajo para darse cuenta de lo que acababa de ocurrirle, pero no tardó en rectificar. Notó que una sombra le tapaba, así que alzó la vista al cielo. Una vez, Gabriel se encontraba allí, por encima de él, ahora empuñando un martillo de luz rosa de gran tamaño.

“¡Martillo de la Naturaleza!”

Sin dudar un instante, estrelló el martilló en la cabeza de su objetivo, enviándolo de nuevo contra el suelo mientras brotaba una gran cantidad de sangre de la brecha que le había causado. A pesar de haber sido un fuerte golpe, no era suficiente para derribar a Lardo, que dio una voltereta en el aire para enderezarse y caer de pie.

Acto seguido, miró al cielo en busca de su contrincante, pero ya no estaba allí. En su lugar, varias enredaderas se arrastraron por el suelo hasta alcanzarle, aprovechando que estaba mirando hacia otro lado. Las enredaderas envolvieron su cuerpo rápidamente, trató de cortarlas con su espada, pero ya era demasiado tarde. Las ramas rodearon sus articulaciones, inmovilizaron su cuerpo, y de pronto comenzó a notar que le faltaban las fuerzas.

“Esto… Has sido tú, ¿verdad? – le dijo a Gabriel, que apareció caminando – La rama del árbol de antes, las espinas, y ahora esto…”

“Ya te lo dije, ya no lucho con el poder de la naturaleza, lucho junto a la naturaleza. A esto es a lo que me refería. No volveré a pedir prestado su poder, sólo solicitaré su apoyo. Esas enredaderas que ahora te retienen también están absorbiendo tu energía, estoy seguro de que ya te has dado cuenta. Y esa energía está siendo transferida directamente al Espíritu de la Naturaleza. ¡Será tu propia energía, y no la del bosque, la que acabe contigo!”

Lejos de acobardarse, aquella afirmación puso muy contento al antiguo Capitán, que sonreía maliciosamente. Al mismo tiempo, su cuerpo aumentaba de temperatura y se iba poniendo rojo, hasta que le salía vapor por los poros de la piel.

Aquel aumento de temperatura imposibilitaba la labor de las enredaderas, que  eran incapaces de subsistir bajo esas condiciones. A pesar de todo, continuaron intentando llevar a cabo su cometido, hasta que finalmente terminaron ardiendo, dejando libre a su presa.

“Esa transformación… Pensaba que ya la había llevado a cabo antes – pensaba Gabriel mientras observaba cuidadosamente – Es cierto que antes me dijo que había logrado controlar su transformación… Tal vez simplemente sea eso, que lo había mantenido en un estado latente para no desperdiciar energía y poder aprovecharlo cuando fuese necesario… Eso o que… O que haya alcanzado un nuevo nivel…”

No tardó en averiguar la respuesta. Lardo de lanzó hacia él sin previo aviso. Para sorpresa de todos, no fue hacia Gabriel, sino directo al Espíritu de la Naturaleza, al que agarró del cuello y se quitó de encima lanzándolo a un lado.

“¡Marta!” exclamó Gabriel.

Antes de que pudiera hacer nada, ya tenía la espada de su adversario clavada en el pecho. Trató de decir algo más pero sus palabras se entrecortaron mientras manaba sangre de su boca.

“Sin tu espíritu de pacotilla, no eres nada”.

Extrajo la espada, y al instante, Gabriel cayó de rodillas. A pesar de que su cuerpo parecía haber sucumbido, su voluntad no lo había hecho, y observaba a su adversario desafiante.

“¿Últimas palabras?”

Bendiciónde la Naturaleza…” susurró tras sonreír levemente.

En ese momento, su herida se iluminó con una luz rosa brillante que desapareció poco después, dejando la herida completamente curada.

“El Espíritu de la Naturaleza está hecho de una mezcla de luz y energía natural, por tanto, su velocidad es cercana a la velocidad de la propia luz. Aunque lo agarres y lo arrojes al centro de la Tierra, volverá a mi lado en un instante”.

“Jajaja – volvía a reír una vez más – ¡Jajajaja! ¡Wajajajajaja! ¡Sí! – Exclamó – ¡Esto es lo que he estado tanto tiempo buscando! ¡Este combate pondrá fin a mi búsqueda! ¡Lucharé contigo hasta la muerte, y te arrastraré conmigo al infierno como premio! ¡¡En guardia caballero!!” gritó mientras le apuntaba con su espada rota.

“Como quieras, lo haremos a tu manera – El Espíritu de la Naturaleza volvió a cambiar de forma. Se hizo cada vez más pequeño, hasta convertirse en una fina y delgada lámina con empuñadura que encajó a medida en la mano de Gabriel – ¡El Estoque de la Naturaleza!”

Ambos combatientes cruzaron espadas. Por un lado, la larga, tosca y mellada espada rota de Dayuri, frente al suave y elegante estoque de luz rosa de Gabriel. El caballero parecía una flor más en el bosque, moviéndose al ritmo del viento, cuidando cada paso, cada golpe, cada detalle… Mientras tanto, su adversario se había olvidado de su idea de vencer, sólo pensaba en matar, y sacrificaba cualquier evasión con tal de encajar un corte.

La frenética ofensiva de Lardo, que atacaba sin ningún control, conseguía de vez en cuando alcanzar por sorpresa al caballero, cuyas heridas eran curadas instantáneamente por su propia arma. Por otro lado, el cuidadoso baile de Gabriel aprovechaba cada hueco que dejaba libre su adversario para cortarle una y otra vez, debilitándole poco a poco.

“Está cometiendo el mismo error que una vez me corrigió – pensaba el caballero en medio del combate – Pero, a pesar de todo, él… Él está disfrutando… Está disfrutando del combate – miró fijamente a su adversario en el siguiente choque de espadas – No me lo puedo creer… Estoy… Estoy sintiendo compasión por él… Por la persona que provocó la muerte de Marta… ¿Tan increíble es el poder de la naturaleza, que me hace apiadarme de mi propio enemigo?”

Aprovechando otra abertura en la defensa de su adversario, Gabriel le asestó un fuerte corte con su estoque, de abajo a arriba, que empujó a Lardo varios metros hacia atrás, a la vez que lo elevaba ligeramente.

“Como Caballero de la Naturaleza, he dejado atrás todo el odio que tenía dentro, incluido el que sentía por ti, el asesino de la mujer que amaba, y como prueba de ello, te otorgaré aquello que tanto tiempo andabas buscando. ¡Ven a mí, Espíritu de la Naturaleza!”

Siguiendo sus órdenes, regresó a su forma original de silueta de mujer. Gabriel se quedó parado y extendió los brazos. El espíritu respondió a su abrazo, se colocó en la misma postura y comenzó a acercarse al caballero lentamente, hasta finalmente introducirse en su cuerpo.

Al fundirse en un solo cuerpo, la apariencia del caballero predominó casi totalmente. Lo único que cambió fueron sus ojos, que se volvieron de auténtica luz rosa, y una intensa aura rosa.

“¡Unión de la Naturaleza!”

Dayuro sabía que aquella transformación no podía traer nada bueno, y en cuanto recuperó la compostura se lanzó de cabeza contra Gabriel, empuñando la espada con las dos manos a la vez que daba un fuerte grito.

“Hmpf – El caballero alzó la mano derecha y todo el poder se concentró en su brazo, iluminándose por completo. Acto seguido salió al encuentro de su oponente con el brazo alzado – ¡Castigo de la Naturaleza!”

Ambos cruzaron sus armas, se escuchó el sonido de un corte, y los dos se quedaron quietos, espalda con espalda, tras haberse sobrepasado mutuamente, esperando el resultado final.

El Espíritu de la Naturaleza salió del cuerpo de Gabriel, que cayó agotado. Tenía una cicatriz en la mejilla izquierda, pero ya no le quedaba energía para curarla. La unión con su arma era un proceso que gastaba una enorme cantidad de energía, y ambos se habían quedado prácticamente a cero.

Lardo seguía sin moverse. Su cuerpo estaba en pie, pero completamente inanimado. A los pocos segundos, su espada se desprendió de su mano, ya no tenía fuerza para empuñarla. Después, su visión se dividió. Cada uno de sus ojos veía una imagen separada, que se iba alejando cada vez más y más. El caballero había cortado su cuerpo en dos, de arriba abajo, y ahora comenzaba a separarse. No hubo sangre, ni vísceras precipitándose fuera del cuerpo. Simplemente, las dos mitades se separaron, cayendo cada una por su lado, muriendo antes de que el cuerpo tocara el suelo.