domingo, 18 de febrero de 2007

Episodio XLI

Hola! Hoy hay poca introducción anecdótica, todo sigue igual que hace dos domingos. Bueno, ha cambiado una cosa, como ahora escribo todos los días en clase y Ronald se ha leído la primera parte de la historia, se ha corrido la voz y ahora no puedo dejar el cuaderno abierto encima de la mesa como hacía siempre al salir al pasillo, XQ ME LO COTILLEAN, y es un agobio xD. Bueno, espero que pronto se calmen y me dejen un poco tranquilo, que para escribir hace falta concentración ^^

Nº ep: 41

Título: Él Único

Tamaño: 11’2 (en realidad es mentira, xq hay una parrafada de 68 líneas, y otras dos de 25 q se comen mucho espacio y no tienen párrafos, en realidad, hablando en caracteres, es algo más grande q estos de últimamanete)

Dedicado a: N/A



Episodio XLI

U

n conjunto de espesas nubes comenzó a tapar la luna, bloqueando que llegase la tenue luz que era capaz de emitir. Una leve brisase levantó aumentando el tamaño de las olas, las cuales, al impactar contra la arena de la costa, salpicaban contra los que se encontraban en ella. La temperatura comenzó a descender de forma acelerada a causa de estos fenómenos.

“Empieza a hacer frío” pensó Peter.

Shin observó a su alrededor y notó los cambios.

“Esto no va bien – pensó – Más vale que acabe rápido”.

Realizó un giro de muñeca y apareció un katar en cada una de sus manos. Tras unos pequeños movimientos de calentamiento se colocó en posición.

“¡Marcharos de aquí! – exclamó en tono amenazante – ¡No quiero haceros daño!”

“¡Jajaja!” – reía todo el grupo – ¿Qué pretendes hacer en tu estado?”

“Recuerda que conocemos todas tus habilidades y debilidades, no puedes sorprendernos”.

“¿Seguro que no quieres que te ayudemos?” preguntó Gabriel.

“¡No! – repitió con firmeza – esta es mi gente y seré yo quien la detenga”.

“¡Basta ya de tonterías! ¡Nosotros no somos tu gente y te lo vamos a demostrar!”

Todo el grupo se lanzó corriendo hacia Shin, quien avanzó hacia ellos apuntando con los katares hacia el frente. Según se iba encontrando uno a uno con sus enemigos al avanzar, fue evitando sus ataques, burlando sus movimientos y continuando hacia delante. Cuando pasó a todos de largo, se detuvieron quedando de espaldas.

“Parece que sólo sabes huir...”

“Parece...” contestó Shin.

Un corte superficial apareció en la mejilla de quien dijo esas palabras. Unos instantes después, a otro le apareció un corte en el torso, la capa de otro cayó al suelo, otro se quedó en ropa interior al rasgársele el cinturón y el resto recibieron cortes en distintas partes del cuerpo.

“¡¿Cómo?! – exclamó uno subiéndose los pantalones – ¡¿Cuándo?!”

“Las cosas no suelen ser lo que parecen, jeje”.

“No ha estado mal eso” dijo Jonyo.

“Es posible que sepas hacer algo, pero con estos cortes tan superficiales y ridículos – dijo uno limpiándose la sangre de la mejilla – o cortando nuestras ropas no conseguirás otra cosa que hacerme reír, ¡jajaja!”

Mientras los demás se colocaban la ropa él se alzó contra Shin de forma alocada y precipitada. Shin guardó sus katares con otro movimiento de muñeca, le dio una fuerte patada en la barbilla, haciéndole caer al suelo de espaldas. Rápidamente saltó sobre él, en el aire sacó uno de sus katares y al caer encima acercó milimétricamente la punta a su cuello, llegando a pinchar cuando su oponente respiraba.

“No me importa que seas mi propia gente – dijo Shin con determinación – si no os marcháis ahora mismo no tendré más remedio que mataros”.

Se hizo el silencio. Shin retiró el katar muy lentamente y finalmente se retiró él también de un salto. El hombre se levantó y regresó con el resto del grupo.

“Está bien, tú ganas. Por esta vez nos iremos sin causar problemas, pero no te hagas ilusiones, la próxima vez tus oponentes no seremos nosotros, tendrás que vértelas con Bill y Miss Jewel... ¡y te harán picadillo! ¡Quedarás tan mal que nadie podrá reconocerte! ¡Wajajaja!”

El grupo se retiró corriendo por donde había venido, el eco de sus risas estuvo escuchándose durante varios minutos. Shin se quedó en el sitio y resopló de alivio y los caballeros se le acercaron.

“Menudo farol te has tirado – dijo Peter posándole la mano en el hombro – no tenías intención ninguna de hacerles daño, y mucho menos matarles”.

“Es cierto, pero se lo han creído, es lo único que importa – dijo extendiendo su brazo – Encantado, me llamo Shin” repitió.

Los caballeros y Shin se estrecharon la mano y se presentaron mutuamente.

“Ahora, por favor, cuéntanos qué está pasando en esta isla” dijo Arturo.

“Es una historia muy larga, veréis...”

La brisa que hasta ahora soplaba levemente aumentó gradualmente su fuerza e hizo descender la temperatura del aire.

“¡Argh!” se quejó Shin y cayó al suelo.

Empezaron a brotarle pequeños bultos rojos alrededor de todo su cuerpo y su respiración empezó a alterarse a la vez que se retorcía d dolor en el suelo.

“¿Qué le pasa?” preguntó Gabriel.

“Es alergia – respondió Peter – Su cuerpo está reaccionando negativamente frente a algún tipo de sustancia que habrá por los alrededores, pero no soy capaz de determinar cual es. Estamos en una playa, sólo hay arena y agua a nuestro alrededor”.

“De cualquier manera, cúrale” dijo Arturo.

“Me temo que no puedo hacer eso”.

“¡¿Cómo?!” exclamaron los caballeros.

“Es muy simple, mi poder de curación consiste en la regeneración de los tejidos celulares acelerando el proceso tanto de cicatrización de las heridas como el de soldadura de huesos, provocando una curación casi inmediata. Sin embargo, en estos casos, no existe ninguna destrucción de tejidos que yo pueda regenerar, únicamente sufren una anormalidad que se presenta, en este caso, en forma de pequeños bultos por todo el cuerpo. De manera que, aunque aplicase mis poderes curativos, no surtirían efecto. De todas formas, en el hipotético caso de que fuera capaz de hacer algo, sólo podría aliviar los síntomas, en el momento en que dejase de tratarle, al estar expuesto a la sustancia que le produce la alergia, los síntomas reaparecerían automáticamente”.

“¿Entonces no podemos hacer nada por él? – preguntó Gabriel – ¿Va a morir?”

“No he dicho eso, normalmente la alergia no produce la muerte, aunque hay que tener en cuenta qué la produce, pero su estado podría empeorar si no le alejamos rápido de la sustancia que se la produce”.

“Llevadme al pueblo... – murmuró Shin – Allí pueden ayudarme”.

“¿Dónde se encuentra?” preguntó Peter.

“A un par de kilómetros en esa dirección” contestó señalando con el dedo.

“Si allí recibirá tratamiento será mejor que le llevamos cuanto antes. Sin embargo, no podemos dejar el barco abandonado a su suerte”.

“Hay una cueva... – dijo Shin – cerca de donde tenéis al barco”.

“Perfecto, entonces solucionado. Que uno de vosotros venga conmigo y los otros dos escondan el barco y después nos alcancen”.

“Iré yo” dijo Jonyo.

“Un momento – interrumpió Arturo – ¿Y si vuelven Reik y Fidel y no encuentran ni a nosotros ni al barco”.

“Ya son mayorcitos, no les pasará nada. Terminarán encontrándonos. Ahora; Jonyo, ayúdame”.

Entre los dos cogieron a Shin y se pusieron en camino.

“Guíanos en la medida de lo que puedas” solicitó Peter.

“Sí...” contestó él.

Arturo y Gabriel regresaron al barco mientras que sus dos compañeros se alejaban en la oscuridad. Elevaron el ancla, tomaron el timón y navegaron con cuidado, a baja velocidad, procurando no chocar contra las rocas y arrecifes de los alrededores y guiándose por una pequeña bola de fuego que creó Arturo logrando una mayor visibilidad y orientación. A los pocos minutos de bordear la isla divisaron la cueva.

“Debe ser allí” dijo Gabriel.

Penetraron en la cueva. Estaba húmeda, con estalactitas y estalagmitas por doquier y un gran eco ante cualquier sonido. Anclaron el barco en cuanto estuvo lo suficientemente oculto y salieron volando hasta llegar a la playa.

“Ahora tenemos que alcanzarles” dijo Arturo.

“¡Vamos!” exclamaron y se fueron.

En otra parte de la isla, una zona compuesta de rocas, Fidel descansaba tirado en el suelo, exhausto y sin fuerzas, con su espada tirada unos metros más lejos.

“Haaaa, haaaaaaaa – jadeaba – a pesar de haber entrenado hasta el límite, no me siento satisfecho. No será fácil alcanzar el nivel que persigo. Fuera de ello, mi salud es más importante, tengo que descansar. Dormiré un rato y cuando amanezca regresaré al barco con los demás, deben estar preocupados, llevo todo un día desaparecido”.

Cerró los ojos y se durmió.

Arturo y Gabriel avanzaban por la isla a gran velocidad cuando vieron a alguien a lo lejos.

“Son ellos” dijo Arturo.

Gabriel gritó para llamar la atención de sus compañeros. Ellos, al escucharle, se giraron reconociendo a sus compañeros con una sonrisa.

“Hola de nuevo” dijo Jonyo.

“Qué poco habéis tardado” dijo Peter.

“Fue muy fácil encontrar la cueva” dijo Gabriel.

“Me alegro, ahora atendamos a quien lo necesita, ¿falta mucho para llegar, Shin?” preguntó Peter.

“No, es ahí delante”.

Avanzaron unos minutos más y pronto llegaron a un pequeño pueblo. Había casas por todas partes, pero todas estaban cubiertas, con las ventanas cerradas, las persianas bajadas y no se veía luz en dentro de ninguna de ellas. El alumbrado público también estaba inactivo, a pesar de ser de noche, las calles estaban desiertas, no sólo no había ni una sola persona, sino que tampoco había animales, pájaros ni se escuchaba ruido alguno. En definitiva, no había señales de vida en aquel lugar.

“¡¿Qué pasa en este pueblo?!” exclamó Jonyo.

“Parece una ciudad fantasma” dijo Gabriel.

“No... esto también tiene una explicación – dijo Shin – Continuad avanzando, por favor, vuestras dudas se disiparan muy pronto, pero antes ha de verme la doctora”.

“¿Dónde vive?” preguntó Peter.

“Es muy cerca de aquí. Girad a la derecha en el siguiente cruce de calles”.

“Digas lo que digas – reiteró Gabriel – No me siento seguro en este pueblo”.

“Cálmate, caballero de la rosa, pronto lo entenderás todo”.

Siguiendo las indicaciones de Shin, pronto llegaron a una casa algo separada del resto, con la fachada pintada de blanco y una cruz roja pintada cerca de la puerta. También tenía todo cerrado y sin un atisbo de luz en el interior.

“Debajo... del felpudo”.

Arturo retiró el felpudo y encontró una llave que tenía un pequeño adhesivo negro en el mango. Gabriel cogió la llave, la metió dentro de la cerradura intentando abrir la puerta, pero la llave no giraba.

“Debe de haberse atascado. Vaya, en un momento como éste...”

“No... todo está bien, no intentes girar la llave, déjala metida simplemente. Esta puerta sólo puede abrirse desde dentro. Ahora, ¿ves ese minúsculo adhesivo negro? No es un simple adorno, en realidad es un micrófono, la llave sirve de enlace a través de la cerradura entre el micrófono y un sistema de sonido que hay al otro lado. Todo es un montaje por motivos de seguridad. El sistema de sonido envía todo lo que suena en el exterior desde que se introduce la llave en la cerradura, al despacho de la doctora. De esa forma, si alguien intenta entrar sin permiso, ella lo sabe automáticamente. Ahora todas las casas tienen instalado este sistema”.

“Es decir, que ahora nos está tomando por ladrones – dijo Arturo – ¿Cómo vamos a entrar ahora?”

“Te equivocas, este sistema no es para prevenir a los ladrones, sino a los dueños de las casas, para entrar, lo que hay que hacer es...”

Shin estiró el tronco y acercó la cabeza a la llave.

“El canto de la paloma blanca resuena como un eco de paz en el cielo infinito”.

Empezaron a escucharse pasos que se acercaban cada vez más, De pronto la puerta se abrió y una mujer morena, con el pelo recogido en una coleta, rostro calmado y una bata blanca hizo acto de presencia portando un pequeño candil.

“¡Shin! – exclamó al verlo en ese estado, apoyado entre Peter y Jonyo, y después miró la frente de los caballeros – ¡Rápido, hacedle pasar!”

Entraron en la casa, la doctora los guió hasta una habitación de consulta y colocaron a Shin en una camilla. Allí, la doctora empezó a examinarle.

“Entiendo – dijo al comprobar los bultos rojos por todo el cuerpo – es otra reacción alérgica. ¡Enfermera! – exclamó – ¡Deprisa, venga enseguida!”

Una enfermera con el pelo largo y rizado, peinado de forma que aparentaba mucho más volumen, de color castaño oscuro con mechas algo más claras y gafas, apareció en la habitación, vio a Shin e inmediatamente se marchó sabiendo qué tenía que hacer.

“No se preocupen – dijo la doctora – ya hemos tratado a Shin otras veces, por favor, vayan a la sala de espera y sean pacientes, les informaremos enseguida”.

“¿Puedo preguntar qué le ocurre? – preguntó Peter – no fui capaz de determinar la causa de la alergia a pesar de tener conocimientos de medicina”.

“Lo que le produce la alergia es el frío, no es una clase muy corriente, ha sido poco agraciado en ese sentido”.

“¿Y la respiración alterada?”

“Asma, pero ya casi lo ha superado, sólo le ocurre cuando hace demasiado esfuerzo”.

“Entiendo, gracias”.

Los caballeros fueron a la sala de espera mientras la doctora y su enfermera trabajaban. Shin fue cubierto de mantas y colocaron a su alrededor estufas para eliminar la mayor cantidad de frío posible. Su temperatura corporal fue aumentando gradualmente y los bultos fueron disminuyendo de tamaño hasta desaparecer. Finalmente, su respiración regresó a la normalidad y se quedó dormido. La doctora y la enfermera apagaron las estufas y le dejaron descansando en la habitación. Tras la intervención médica, la enfermera salió enfadada hasta la sala donde se encontraban los caballeros.

“¿Qué le hicieron a Shin para dejarlo en ese estado? – preguntó enfadada – Si está expuesto a bajas temperaturas demasiado tiempo tiene reacciones alérgicas”.

“No lo sabíamos – se excusó Peter – cuando lo encontramos ya estábamos en la calle, de pronto empezó a hacer frió y se puso así”.

La doctora salió de la habitación y se encontró con aquella discusión.

“Cálmese, enfermera – dijo ella – ¿quiere hacer el favor de fijarse en sus frentes?”

La enfermera hizo caso de su superior y la expresión de su rostro pasó de enfado a una mezcla de asombro y arrepentimiento en un instante.

“No... tienen” dijo con la boca abierta.

“Exactamente, así que haga el favor de calmarse”.

“Mis disculpas, caballeros – se disculpó la enfermera – los he confundido con otro tipo de gente”.

“Vaya a vigilar al paciente, así descansará también”.

“Sí, doctora” dijo la enfermera y se fue.

“Perdonadla, aquí todos apreciamos mucho a Shin. Al fin y al cabo, es el único hombre que nos queda”.

“¿El único? – preguntó Jonyo extrañado – ¿Cómo es eso posible?”

“Bueno, la verdad es que eso no es del todo exacto. Os lo explicaré todo desde el principio, debéis estar realmente confundidos. Veréis...”

“No, déjeme hacerlo a mí, doctora” interrumpió una voz.

Shin apareció por la puerta, seguido de la enfermera, que trataba de detenerle.

“¿Qué haces aquí? – dijo la doctora – Necesitas reposo, vuelve ahora mismo a tu camilla”.

“Perdone doctora, es culpa mía – dijo la enfermera – intenté detenerle pero no me hizo caso”.

“Estoy perfectamente – dijo Shin – ya he recuperado la temperatura corporal y la reacción alérgica ha desaparecido por completo”.

“Te diga lo que te diga no vas a hacerme caso. Así que no te diré nada”.

“Gracias, doctora”.

Shin se sentó junto a los caballeros, bajó la cabeza, suspiró y subió la cabeza. La enfermera salió un momento de la sala, trajo café y lo sirvió a todos los presentes. Finalmente, todos estuvieron sentados en espera de lo que ocurría.

“Hay tanto que contar que no sé por donde empezar. En un principio, este era un pequeño pueblo en el que dominaban las actividades del sector primario, vivíamos de lo que producíamos, con una agricultura de regadío, ganadería extensiva y algo de pesca en caladeros de dorada cercanos a la costa. Con lo que nos sobraba comerciábamos con las islas de los alrededores. Somos una población rural y como tal, no queríamos complicarnos la vida con ningún sistema de gobierno, por lo que, los pocos problemas que había en el pueblo, se solucionaban a través de un mediador que solía ser amigo de las dos partes. Desgraciadamente, nuestra benigna y frágil forma de vida, llegó a oído de otras islas a través de los comerciantes, llegando a conocimiento de personas despreciables que se aprovecharían de nosotros. No tardaron en llegar; un día, un pequeño ejército invadió nuestro pueblo y su general se auto proclamó rey de la isla. Nosotros carecíamos de ejército, sin contar que ellos iban armados con armas de fuego, por lo que no pudimos siquiera defendernos. Durante generaciones, hemos sido cruelmente gobernados por este monarca absolutista que, sin saber nosotros la razón, nunca fallecía. Siempre que se nos anunciaba que su salud estaba próxima a la muerte, al día siguiente aparecía totalmente restablecido y una persona del pueblo desaparecía. Este rey implantó una autarquía, prohibió el comercio adoptando una postura proteccionista y para asegurarse de que nadie salía de la isla destruyo todo los puertos y barcos. Tampoco se permitía la entrada de nadie del exterior y todo el que se colaba o intentaba salir, era ejecutado. Una vez se aseguró el control externo, comenzó con el interno. Nos obligó a trabajar para él, en durísimas condiciones, con latigazos, palizas y demás. Además, implantó impuestos mensuales a la vida, los cuales eran cada vez mayores, y quien lo podía pagarlos también lo mataban. Se supone que nosotros éramos propiedad del rey y debíamos pagar un permiso de residencia, ésa era su excusa. Ante aquella situación, la gente no tardo en construirse barcos clandestinos con los que escapar de aquí, en sitios como la cueva secreta en la que vosotros, hoy, habéis dejado el vuestro. Hay más cuevas, pero ésa la mejor escondida. Esta situación provocó un éxodo rural de gran magnitud que hizo descender la población hasta niveles muy bajos. La gente emigraba a las islas cercanas como Petoria en busca de un mejor sistema de gobierno. El rey se dio cuenta de lo que pasaba y mandó varias escuadrillas en busca de los puertos clandestinos. Algunos fueron encontrados y ajusticiados todos sus ocupantes, otros no. Por último, la autarquía estaba destrozando nuestra economía. El hambre comenzó a ser un problema, los alimentos que nos sobraban se pudrían atrayendo a toda clase de insectos que nos transmitieron varias enfermedades y los que no éramos capaces de producir nosotros mismos pasaban factura en nuestra alimentación. El tiempo pasaba y el rey no se moría, todo apuntaba a que el fin de nuestra sociedad estaba próximo. Sin embargo, para nuestra sorpresa y después de cientos de años de represión ocurrió algo que cambió la suerte de la isla. El rey concibió una hija, de talante bien distinto al de su padre. Fue educada para gobernar con mano dura y crueldad de la misma forma que su progenitor, pero, por suerte, la naturaleza de las personas no se puede cambiar y ella nació siendo una buena persona. Al contrario que su progenitor, ella sí se preocupaba por el pueblo y veía como una injusticia el trato que recibíamos. En cuanto tuvo uso de razón, habló con su padre varias veces para detuviera aquella tiranía, pero él; decepcionado ante su inmerecida descendencia, traba de corregirla, primero con palabras, después con castigos y por último con maltrato físico. La llamábamos la princesa del crepúsculo, porque a veces venía al pueblo, pero fuera el día que fuera, aparecía siempre al atardecer. En ocasiones se quedaba mucho tiempo en el pueblo, donde se la quería mucho a pesar de sus orígenes, la ofrecían comida y jugaba con los niños del pueblo como una más, otras veces la encontraba la guardia real y se la llevaba apresada. Una vez estuvo encerrada en el calabozo durante días por ofrecer agua a un anciano cuyas fuerzas se habían agotado ante sus ojos. Otras veces aparecía con signos de maltrato físico; moratones, arañazos y heridas leves cubiertas con apósitos. En los peores casos, cuando estaba con nosotros, aparecía su padre y la pegaba no sólo a ella, sino a todos los que estuvieran a su alrededor, lo que agravaba su sentimiento de impotencia por ser una niña. A pesar de todo su sufrimiento, cada vez que se encontraba con nosotros, se presentaba con una enorme sonrisa de felicidad porque conocía nuestra frustración de no poder ayudarla. Yo soy sólo tres años mayor que ella, pero admiro mucho su valor. En una ocasión fui testigo directo de uno de esos maltratos; estaba trabajando junto a Bill cuando vimos que ella se oponía a que un guardia pegase a Wancho, que se le había caído al suelo y roto un objeto del rey. El guardia, que tenía la autorización del rey, en su lugar comenzó a pegar a la princesa. Yo lo vi, monté en cólera y no pude contenerme. Ataqué al guardia, de un puñetazo le tiré al suelo, entonces me lancé sobre él, le agarré de la cabeza y comencé a golpearla contra la tierra, liberando a la princesa. Pronto llegaron más y me pegaron a mí también, mandándome al calabozo junto a la princesa. En aquel frío y oscuro lugar pude conocerla un poco mejor. Le conté que la llamábamos princesa del crepúsculo, ella sonrió y continuamos hablando, pero me sorprendió una frase en particular”.

“¿Cuál? – preguntó Jonyo intrigado – Me encanta tu historia”.

“Gracias, caballero, que pena que no sea un cuento de hadas”.

“Continua, por favor” dijo Peter mientras bebía un poco de café.

“La frase que me sorprendió fue la siguiente”.

>>“Dígame, princesa – pregunté cuando estábamos en el calabozo – ¿por qué permite que la maltraten sin oponer resistencia?”

>>“No te preocupes, Shin – respondió sonriendo como era habitual – pronto todo habrá terminado”.

“¿Por qué dijo eso la princesa?” preguntó de nuevo Jonyo.

“Muy sencillo – contestó Shin – ella lo sabía”.

“¿Saber? ¿El qué?” preguntaron los caballeros.

“Sabía... el secreto del rey. Me explico, la razón por la que se mantenía con vida. Cuando la princesa tenía 15 años se volvió a anunciar un grave estado de salud del rey. Nosotros ya dábamos por supuesto que al día siguiente aparecería restablecido, sólo nos preocupaba quien iba a desaparecer en esa ocasión. Sin embargo, y para sorpresa de todos, a la mañana siguiente se anunció el fallecimiento del rey. No podíamos creelo. Hubo unas horas de confusión en el pueblo que calmaron al atardecer, momento en el que la princesa hizo acto de presencia, como de costumbre. Esperábamos que heredase el control político de la isla y no nos parecía mala idea, puesto que, como dije anteriormente, era muy querida por el pueblo. No fue así, asumió una regencia temporal para reparar todos los daños causados por su progenitor y después marcharse de la isla. En primer lugar, reconstruyó barcos y puertos, ofreciendo a la población la posibilidad de marcharse de aquí si ése era su deseo, todo ello financiándose con el dinero que se había cobrado mediante los impuestos durante todo el reinado de su padre. No escatimó en gastos, utilizó todo el dinero para evitar que surgiera cualquier signo de codicia entre los habitantes del lugar. Después, construyó vías de acceso entre el interior y los puertos, remodeló las fachadas de las casas, el irregular plano del pueblo y hasta planificó un ensanche para toda la gente que regresaba a su pueblo natal tras saber la noticia de la muerte del tirano. La guardia real, así como cualquier tipo de represión, desapareció. Una vez invirtió todo el dinero en infraestructuras, devolvió la soberanía al pueblo y anunció que se partida. Según ella, no se sentiría cómoda viviendo en la isla después de todos los horrores por los que nos había hecho pasar el rey. Hablamos con ella, le pedimos que se quedara y tras intensas conversaciones aceptó imponiendo como condición que no se la tratara de forma especial. A pesar de todo, seguimos llamándola princesa del crepúsculo de forma cariñosa. Como muestra de confianza y de agradecimiento a nuestra hospitalidad, nos lo contó” dijo Shin y se hizo un pequeño silencio.

“¿Qué os contó?” preguntó Gabriel.

“Nos contó cómo el rey se había mantenido con vida durante tanto tiempo y además no enseñó a utilizar ese poder, confiando en que nosotros lo utilizaríamos cuando fuera estrictamente necesario”.

“¿De qué poder se trata?” preguntó Arturo.

Shin y la doctora se miraron.

“¿Estás seguro de querer decírselo?” preguntó la doctora.

Vaciló, juntó sus manos entrelazando los dedos, los movió haciéndolos chocar contra los nudillos repetidas veces y estuvo unos segundo callado.

“Lo siento, no es algo que pueda contaros, sé que sois buenas personas y que me habéis salvado la vida dos veces en un día, pero si ese conocimiento cayera en malas manos sería una catástrofe”.

“Lo comprendo – dijo Arturo – acabas de conocernos. Es normal que no nos cuentes algo tan importante”.

“Gracias por tu compresión. Ahora continuaré, la historia no acaba ahí. Desde ese momento disfrutamos de una etapa de esplendor tanto a nivel económico como a nivel social. Todo regresó a su cauce original y, para asegurar que nuestro secreto estaba a salvo, mediante hipnotismo creamos una barrera mental para que, en caso de extorsión, con decir una palabra clave, olvidásemos todo lo referente a ese conocimiento. Esperábamos no tener que utilizarlo nunca, pero siempre es mejor prevenir que curar. No fue así. Sin saber el motivo, nuestro conocimiento llegó a oídos de una persona horrible que no tardó en aparecer por el pueblo. Era una mujer, estaba sola y exigía que compartiéramos nuestro secreto con ella. El pueblo se negó y la mujer se marchó jurando que lo obtendría a cualquier precio. Creíamos que todo quedaría en nada, ése fue nuestro error. Wancho, el líder del grupo que nos atacó al caballero de la rosa y a mí fue de los primeros en caer. Un día apareció por el pueblo vestido con una capa morada con capucha, en la cual había dos círculos entrelazados impresos, tenía una marca de labios en la frente y un extraño reflejo rojo en los ojos. Lo más raro era su comportamiento, se dedicaba a alabar a Miss Jewel, que así se llamaba la mujer, nombrándole de usted y refiriéndose a ella como Su Señora. Reclamaba que había que atender su petición de compartir cierto secreto que la ocultaba el pueblo, pero cuando le preguntábamos cuál era ese secreto, decía que lo desconocía y como consecuencia se iría con ella hasta que consumara su deseo. El hecho de que hubiera olvidado el secreto nos llamó la atención, pero, al ser sólo una persona no nos preocupó demasiado. El verdadero terror comenzó cuando todos lo varones de la isla adoptaron la misma conducta y aspecto. Uno a uno, todos se fueron del lado de Miss Jewel, dejando sus familias y su trabajo atrás. La princesa, sintiéndose responsable de lo ocurrido, fue sola a enfrentarse contra Miss Jewel, pero nunca regresó. No sabemos siquiera si sigue con vida o si también ha sido sometida. Mi amigo Bill fue de los últimos en caer en sus garras. Ahora, en el pueblo sólo quedamos las mujeres, los niños, y yo para protegerlos”.

“¿Cómo consigue someter a las personas?” preguntó Peter.

“Al tener una marca de labios en la frente imagino que besándolos, pero es extraño, para eso tiene que acercarse y, exceptuando a Wancho, que fue el primero, todos sabíamos lo que estaba pasando, y no dejaríamos que nos besara por las buenas. Tiene que haber algo más. Lo que está claro es que es en contra de su voluntad, porque todos olvidan el secreto, renunciando a él en el último segundo en el que mantienen el juicio. Miss Jewel se ha dado cuenta de la situación, y ahora que sólo quedo yo libre, se dedica a perseguirme a través de personas conocidas, que como comprenderéis, soy incapaz de hacer daño”.

“Pero, en realidad ellos no son tus amigos – interrumpió Jonyo – tú mismo has dicho que son controlados, por ello no deberías tener problemas en atacarlos”.

“Es más complicado de lo que parece, caballero del rayo, ojalá nunca te veas en mi situación”.

“Aún no has explicado el motivo del estado fantasmagórico de la ciudad” dijo Gabriel.

“Las puertas y ventanas de todo el pueblo están cerradas y reforzadas con el sistema de seguridad de esta misma casa y el alumbrado desactivado por una simple razón. Imagina como se sentiría cualquiera de las mujeres que hay en el pueblo ahora si Miss Jewel manda atacar la ciudad con los propios ciudadanos, sería un infierno que se vieran cara a cara las familias: Por ello, todo el mundo está encerrado en su casa y tiene prohibido abrir la puerta a nadie que diga la contraseña. Nuestra desesperación aumenta día a día. Hemos estado sufriendo y después de tanto tiempo por fin habíamos logrado conseguir la paz, y ahora pasa esto – los ojos se Shin empezaron a ponerse brillantes – ya no sabemos qué hacer”.

Una lágrima cayó sobre el parqué. Los caballeros se miraron entre sí, asintieron con la cabeza. Se levantaron sin decir una sola palabra y fueron hacia la salida en silencio. Abrieron la puerta, salieron a la calle y miraron hacia el cielo nocturno.

“¿A dónde vais?” preguntó Shin.

“Está, claro, ¿no?” dijo Jonyo.

“Ahora qua ya sabemos lo que ocurre...” dijo Gabriel.

“¡Vamos a patearle el culo a esa mujer!” exclamó Arturo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno el capítulo. Por fin se conoce la historia de la isla. La verdad es que últimamente has alcanzado un nivel de narración y descripción bastante alto y la lectura se hace bastante más amena y te quedas con ganas de más (aún más que antes xD). Sigue así, un saludo ;)

Anónimo dijo...

Muy buena historia. Menudos "gobernantes" de la ciudad, menos mal que los caballeros van a darles duro. Sigue así, aunque vamos, con las mejoras narrativas que has adquirido esto empieza a ser un verdadero libro a entregas :). Un saludete

Anónimo dijo...

to wapa pero kiero salir mas jee

Anónimo dijo...

Joder que si menuda parrafada tronco, pero claro es necesaria para saber de que va la historia.Por cierto se ve que te influyen las clases de geografia con eso de los ensanches y los planos regulares e iregulares y tambien historia con eso de la regencia y tal, jeje se nota que estudias
Un saludo a todos

Anónimo dijo...

Seguro que Dina ha metido mucha mano en este asunto xDDD.
Dios mio, la alergia me jode, pero no he ido a urgencias aún xDDD
Ta genial tío, sigue así

Anónimo dijo...

Hola!!genial el capitulo,la historia es realmente curiosa weno espero que los caballeros acaben cn esa mujer,weno dew bss,cuidate!!
Mireia*]

Anónimo dijo...

El capitulo a tao mu bien, ademas me a servio pa repasar geografia como me dijiste, pero desde luego a sio el capitulo de las parrafadas e;joder esq q cacho de parrafadas,jejejeje,weno ya me voy poniendo al dia, a ver si termino ya.Saludos.