miércoles, 29 de septiembre de 2010

Episodio CXIV

Este episodio ha sido tan duro que casi recurro a métodos no recomendados para terminarlo. Uno de mis contactos de los barrios bajos me había pasado unas pastis para activarme, pero por suerte gracias a la huelga he podido quedarme en casa y terminarlo sin recurrir a dichos medios. Ahí siguen, por si acaso se me atraviesa algún examen o el futuro Episodio 118, que será el siguiente que me va a costar. Las terminaré usando, seamos sinceros, sino ya las habría tirado, pero hasta entonces...

Título: El Verdugo

Tamaño: 6

Dedicado a: N/A


Episodio CXIV

K
evin empezó a alejarse montado en el monopatín aerodeslizador. Arturo no se hizo esperar, se subió sin pensárselo, tambaleó los primeros segundos, pero enseguida se enderezó salió tras Kevin. Yo no podía ser menos, así que, a pesar de que esto de la velocidad no es lo mío, me monté en el monopatín de un salto y de repente empezó a avanzar. El control era bastante intuitivo, sólo con poner un pie encima ya noté su funcionamiento. La superficie del monopatín tenía sensores de presión, para acelerar bastaba con llevar el peso de tu cuerpo hacia adelante, cargando especialmente la punta del pie que estuviera posado en la planta superior, decelerabas reduciendo el peso o levantando un poco la punta del pie y marcabas la dirección simplemente señalando con la rodilla pues al hacerlo la carga de peso en el pie también se iba hacia el mismo lado.

Era tan sencillo que me emocioné demasiado y comencé a acelerar y a acelerar, y para cuando quise darme cuenta iba tan rápido que había perdido totalmente el control de aquel pequeño vehículo. Gritaba alertando de mi situación a todos los que estaban a mi alrededor, temiendo atropellar a algún niño y a la vez provocar un escándalo político. Estuve a punto de atropellar a un hombre que se echó a un lado en el último momento y se acordó de toda mi familia mientras me alejaba, y de estrellarme contra algunos coches con sistema aerodeslizador también que logré esquivar con mucha suerte girando bruscamente.

Los nervios me impidieron actuar bajo mi propio criterio y en vez de frenar poco a poco para recuperar el control, levanté el pie apoyado en el lado superior, provocando que el monopatín frenara en seco. A partir de ahí recuerdo todo en cámara lenta. Trate sin éxito de controlar la frenada intentando indicarle alguna dirección al monopatín pero lo único que conseguí fue resbalarme de tanto girar. Mis pies todavía no se habían separado de la superficie del monopatín cuando mi cabeza ya veía el duro suelo moviéndose a toda velocidad acercarse poco a poco. A esa velocidad, el golpe iba a ser mortal, así que cerré los ojos por puro instinto.

Sentí que algo me agarró de pronto. Abrí los ojos inmediatamente, y el suelo seguía moviéndose a gran velocidad. Mis pies seguían sobre el monopatín aerodeslizador, sólo que además el brazo de Kevin me había alcanzado a tiempo, impidiendo mi mortal desenlace.

“Rápido, estabiliza el monopatín”.

“Sí… – dije mientras suspiraba de alivio e iba frenando poco a poco hasta llegar a una velocidad adecuada – Fiuuuuuu… Casi no lo cuento…”

“Ten más cuidado. La próxima vez me veré obligado a detenerte por conducción temeraria”.

“Vale, lo siento…”

“¡Qué era broma hombre! ¡Tranquilízate! Estos trastos son muy difíciles de controlar, es culpa mía por no haberte avisado”.

“Jaja, no, sí lo había notado desde el principio – mentí – ¿con quién te crees que hablas?”

“¿Otra carrerita, Peter?” dijo Arturo cuando nos alcanzó.

“Que graciosillo el otro también…” pensé mientras le miraba mal.

Pude ver el mar de cerca nuevamente, así que supuse que ya nos estábamos acercando. Obtuve mi confirmación cuando Kevin detuvo ese trasto infernal que se había atrevido a llamar medio de transporte un par de minutos después junto a una nave tan enorme que cabían un barco en ella. Kevin abrió la puerta sin llamar ni nada, y ante un montón de trabajadores, cinco personas en concreto se giraron al verle entrar.

“Dejad que hable con ellos, los conozco. Normalmente tienen mucho trabajo, puede que consiga aceleraros las cosas”.

“¿De qué conoces tú a unos carpinteros?” pregunté.

“También conocía a los de Petoria – dijo refiriéndose a Eddy y a Kevin – y eso no te resulto extraño. Los conozco y ya está”.

“Pues también es verdad…” reflexioné.

“Es broma. El alcalde es el propietario de la empresa y estaban haciéndole un trabajo cuando me transfirieron. Esperadme aquí, enseguida los traigo”.

Desde luego no eran lo que yo me esperaba de unos carpinteros. El primero era un hombre con el pelo largo y negro, con una perilla de una forma un poco extraña, pero lo más raro era que combinaba una camiseta de tirantes blanca con un sombrero de copa. Además, pude ver que tenía una paloma blanca posada en su hombro. Había otro que parecía una persona normal, ¡salvo por su larga nariz cuadrada! Un tercero que iba con el pecho al descubierto, luciendo su tatuaje que cruzaba de hombro a hombro. Tenía un aire indiferente y llevaba unas discretas gafas de sol. El cuarto era el típico hombre enorme, excesivamente musculado y con el cuerpo pulido de tanto trabajar, además de tener una larga barba blanca. El último, que parecía ser el jefe, era un tipo con el pelo peinado hacia atrás, con unas gafas de piloto en la frente, un gran puro en la boca, y una cuerda en cada mano. Quise fijarme en el resto de trabajadores también, pero vi que Kevin ya los traía a nuestro encuentro y tuve que aguantarme.

“Chicos, os presento a los probablemente mejores carpinteros de todo el mundo. Les he explicado vuestra situación y han dicho que necesitarían examinar el barco”.

“Así que sois colegas de Kevin – dijo el jefe, el tío de las cuerdas – Bueno, si no es mucho trabajo creo que podremos colaros”.
“¿Dónde tenéis el barco? Necesitamos echarle un vistazo” preguntó el de la nariz larga.

“En uno de los muelles cerca de la entrada principal de la ciudad. Lo reconoceréis enseguida, es el único que no es un yate de todo el muelle”.

“Eso está a tomar por culo – dijo el tío del sombrero de copa y la paloma – Así que vas tú, por preguntar”.

“Como no podemos deciros nada hasta haber examinado el barco, podéis daros una vuelta o echaros la siesta mientras esperáis” volvió a decir el jefe.

“Vale, aquí estaremos” dijo Kevin.

Pensaba tomarles la palabra, pero cuando encontré un árbol en el que echarme y cerré los ojos, una melodía polifónica me impedía conciliar el sueño. Abrí los ojos buscando su procedencia y vi que venía desde el bolsillo de Kevin que sacó un gran móvil negro que solo tenía una enorme pantalla sin ningún botón. Presionó la pantalla y empezó a hablar.

“¿Sí…? ¿Cómo…? Ya veo… ¿No hay nadie más que pueda encargarse…? Entiendo… Vale, voy para allá, ¡hasta ahora!”

Arturo y yo estuvimos escuchando pensativos la conversación. Sabíamos que ocurría algo, pero no nos atrevimos a preguntar. Suerte que no hizo falta.

“Tengo que irme. Han atracado un banco y están dándose a la fuga cerca de aquí”.

“¿Pero la seguridad no era tan buena por aquí?” preguntó Arturo.

“Por muy buena que sea la seguridad, nunca será perfecta. Y cuando todo lo demás falla, yo soy siempre la última esperanza. Me temo que tengo que ir. No puedo acompañaros… Podréis volver a los astilleros si seguís por…”

“¡Te acompañamos nosotros! – le cortó Arturo – Si no es molestia, claro… Seguro que nos da tiempo de sobra”.

Kevin sonrió. Seguramente lo único que le hacía feliz en ese momento era que después de haberlo pasado tan mal alguien consiguiera sacarle una sonrisa. Cuando todo pasó quiso alejarse para estar solo, pero lo más seguro es que lo que más echara de menos fuera la compañía de sus amigos.

“Está bien, pero no hagáis nada, que os conozco. Dejádmelo todo a mí”.

“¡Hecho!” confirmó Arturo sin tener en cuenta que no me apetecía nada perseguir a alguien con ese cacharro a toda velocidad después de lo que me acababa de pasar.

“Está bien, ¡seguidme!”

Como era de esperar, los dos se montaron en el monopatín y aceleraron al máximo, y yo no tuve más remedio que ir tras ellos. Kevin volvió a sacar su móvil, esta vez llamó él, y puso el altavoz exterior para que pudiéramos escuchar nosotros también.

“¿Central? Aquí Kevin, solicito la posición del sospechoso, estoy de camino. Repito, ¡solicito la posición del sospechoso!”

“Aquí Central. El sospechoso trata de escapar utilizando la carretera principal. Es el único automóvil de esas características que circula, no tendrás problemas para identificarlo”.

“¿Carretera? ¿Está usando un vehículo con ruedas?”

“Correcto. El sospechoso solicitó un vehículo a cambio de los rehenes. Como no especifico, le proporcionamos un vehículo con ruedas en vez de uno aerodeslizante”.

“Genial, ¡ya es nuestro!”

Después de colgar, deslizo la pantalla del móvil lateralmente y debajo apareció un teclado de ordenador en miniatura, que Kevin empezó a toquetear de repente.

“¿Qué haces?” pregunté por pura curiosidad.

“Estoy reprogramando vuestros monopatines desde el móvil. Voy a activar el piloto automático y a calcular la ruta de destino, así evitaremos que te pase lo de antes”.

“Que detalle…” susurré irónicamente.

“Eso sí, ¡tened cuidado de no caeros!”

“¿Eh? ¿Por qué?”

Vi que de pronto en la pantalla apareció la palabra aceptar. Kevin pulsó en la pantalla táctil sin dudar y de pronto los tres monopatines aceleraron bruscamente, complicando seriamente mis posibilidades de seguir en pie.

“¡¡¡Serás…!!! ¡¡¡Estas cosas se avisan!!!”

“Jajaja… Pero si acabo de avisarte – dijo burlándose claramente de mí – Venga, si a esta velocidad estaremos allí en menos de un minuto”.

Era verdad. No fue un minuto. Fueron cuarenta segundos. Los cuarenta segundos más largos de toda mi vida. Después de ese tiempo, ya estábamos en aquella carretera, y a lo lejos veíamos unos cuantos coches patrulla aerodeslizantes persiguiendo a un pobre vehículo anticuado con ruedas.

“Parece un grupo de hienas persiguiendo a su presa, ¿no te parece, Peter?” me preguntó Arturo.

El fugitivo sacó una pistola por la ventanilla, apuntó hacia atrás, hizo un único disparo y un coche de policía explotó.

“O no…” cambio de parecer mi compañero.
“Ha disparado al depósito de combustible desde esa distancia y utilizando sólo el retrovisor para apuntar… Es bueno… ¡Pero yo lo soy más! – Exclamó Kevin y aceleró dejándonos atrás – ¡Vosotros dos quedaos aquí! ¡Será suficiente con que impidáis que haya más bajas!”

“¡¿Qué crees que vas a poder hacer así, desarmado?!” le gritó Arturo.

Yo pensaba lo mismo lo que él, pero ninguno de los dos podía imaginarse lo equivocado que estaba. Kevin extendió su mano hacia atrás, y pudimos ver una pequeña hendidura en la palma de su mano. De pronto empezó a salir un líquido plateado que iba tomando forma cóncava para después se solidificarse y quedar transformado en un pincho de metal.

“¿¡Qué coño está pasando aquí?!” No pude evitar blasfemar.

Kevin aceleró aún más hasta alcanzar el vehículo. El fugitivo le vio las intenciones y trató de pararle disparando, pero Kevin se cubrió con el pincho y acto seguido lo clavó en una rueda trasera, haciendo derrapar el vehículo. Arturo y yo no podíamos apartar la vista. El conductor, a pesar de tener una rueda pinchada, consiguió recuperar el control del vehículo, a pesar de que perdió bastante velocidad.

“¿Sigues insistiendo? En ese caso…”

Kevin saltó sobre el techo del coche. El conductor trató de tirarle girando bruscamente, pero sus esfuerzos fueron en vano. Creo que me imagino su cara cuando de pronto vio aparecer el pincho caer desde el techo, atravesar la cabina por el lado del copiloto y clavarse en el motor en un instante. Obviamente perdió el control del coche y saltó por la puerta unos segundos antes de que explotara. Kevin hizo lo mismo, a la vez que hacía regresar el pincho a su organismo transformándolo en líquido de nuevo.

La policía no tardó en rodear la zona. El fugitivo, viéndose acorralado, se arrodilló pidiendo piedad. Arturo y yo le miramos raro, no sabíamos a qué se refería. Al parecer, el sistema judicial de Nexus era bastante distinto al de cualquier otro sitio. Kevin se acercó a él, respiró hondo, y le cogió del cuello hasta que sus pies no tocaban el suelo. Ambos se miraban fijamente, sabían lo que iba a ocurrir, bueno, todos lo sabían salvo yo, porque hasta Arturo pareció darse cuenta al ver las caras que ponían.

“Espera… No irás a… – dijo Arturo – ¡Detente!”

El pincho volvió a salir de la palma de la mano de Kevin, atravesando la garganta del criminal y acabando con su vida en el mismo instante. El cuerpo sin vida cayó al suelo. La verdad, no me imaginaba a Kevin haciendo algo así, me quedé paralizado, pero Arturo no pudo contenerse y se lanzó hacia Kevin.

“¡¡¡¿Por qué has hecho eso?!!!” le gritaba mientras le agarraba con fuerza de la camisa.

“Son las reglas. Así es como se hacen aquí las cosas. Si un delincuente es culpable se le ejecuta, asegurando así que no vuelva a reincidir. Él lo sabía cuando decidió atracar ese banco. Como máximo responsable de la seguridad en esta ciudad, tengo que hacer cumplir la ley, aunque no esté de acuerdo con ella. Convertir mi cuerpo en el arma que habéis visto antes, asesinar gente que puede que merezca otra oportunidad… Todas esas cosas son el precio que he tenido que pagar por salir de Petoria, no creas que ha sido fácil para mí. No te consentiré que me trates como a un asesino a sangre fría”.

“Creo que lo mejor será que los os olvidéis de esto – traté de calmarlos de alguna manera – No tiene sentido que discutáis entre vosotros, tenemos cosas más importantes que hacer. ¿Os parece que nos vayamos? Aquí ya hemos terminado lo que teníamos que hacer”.

“Sí. Mejor vámonos” dijo Kevin mientras apartaba las manos de Arturo.

Durante el viaje de vuelta nadie dijo ni una palabra, pero el único que se sentía incómodo con ese silencio era yo. Por suerte al llegar aquellos cinco carpinteros estaban esperándonos y rompieron el silencio.

“Bueno, primero de todo deciros que cuando he visitado el barco había una persona durmiendo en la cubierta – dijo el de la nariz larga – Y he preferido examinar el barco sin despertarla”.

“Ese Jonyo… Siempre igual…” pensé.

“Según el informe que me ha entregado – continuó el tío de las cuerdas – Efectivamente vuestro barco está dañado. Tiene algunos sectores de la madera debilitados por una excesiva exposición al agua. Al parecer el que lo fabricó puso madera que no se puede mojar en varias partes del barco”.

“¿Entonces no se puede arreglar?” preguntó Arturo.

“Yo no he dicho eso. La madera que no se puede mojar está en zonas interiores del barco, zonas en las que no debería entrar el agua, pero bueno se puede reponer la que esté más dañada y acuchillar y barnizar el resto. Por otra parte, la madera de la cubierta está dañada por un fuerte impacto, pero no en ningún punto clave del barco. Parece que después de todo, el que lo fabricó hizo un buen trabajo”.

“Eso significa…”

“Sí, no hay ningún problema. En un rato estará listo”.

“¡Genial! – exclamé mientras chocaba con Arturo – ¡Vamos a buscar a Jonyo y a Gabriel y nos vamos de aquí!”

“¡Un momento! ¿Qué es eso?” señaló Arturo por detrás de mí.


Curiosidades!!!

Los carpinteros son invitados especiales animados, los cinco carpinteros principales de Galley-La Company.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Jon dijo...

Bueno no ha estado mal el capitulo, aunque hay que reconocer que el principio no me ha gustado, el final ha sido mejor, espero que para los próximos capitulos hasta que llegue el 118 como tú dices te sean mas fáciles de escribir y los puedas sacar más seguidos

Yo pensaba lo mismo lo que él,(lo mismo que él)
un líquido plateado que iba tomando forma cóncava para después se solidificarse(se solidificase)
“Creo que lo mejor será que los os olvidéis de esto (que los dos o que os )
Un saludo a todos