viernes, 22 de febrero de 2008

Episodio LXV

Ha pasado mucho tiempo desde que publiqué el último episodio del segundo volumen de Los Caballeros y, de hecho también han pasado muchas cosas. Para ser exactos, en lo que lleva de año todo se ha dado la vuelta, todo lo que iba bien va mal y la única cosa que iba mal ha empezado a ir bien... hasta hace semana y pico... así que no sé si se irá al garete también. Lo cierto es que algunas cosas no van ni bien ni mal, pero hay mucha incertidumbre, ese tipo de incertidumbre que se siente cuando juegas a todo o nada, sabiendo que si ganas obtendrás todo lo que deseas, mientras que si pierdes lo perderás todo. Esa incertidumbre termina la semana que viene, si todo va bien, el martes, pero nunca se sabe, puede retrasarse. No quería publicar este capítulo hasta que se desvaneciera esa incertidumbre y consiguiera la verdad, pero no podía dejaros más esperando teniendo el episodio escrito, así que aquí está. Como he dicho, todo se ha dado la vuelta, y quería reflejar eso en la historia, primero, con el nuevo título del blog y del volumen, arriba expresado. Con él quiero mostrar exactamente lo que dice. Si recordáis hasta ahora la historia siempre seguía a los protagonistas a través de su aventura como la cámara de un juego en tercera persona, pero ahora no van a ser los únicos seguidos por esa cámara, y así quemará menos el argumento. Para demostrarlo, este el primer y espero que no sea el último episodio, en el que NO salen los caballeros, todo lo contrario, os encontraréis con muchas sorpresas. Para terminar decir que el problema del tiempo a dedicar ha desaparecido, puesto que cuando más escribo es entre clase y clase en la universidad (entre media hora y tres cuartos, según el profesor) y no me reporta ningún tipo de coste de oportunidad, ¿qué voy a hacer, el crucigrama del periódico? Lástima de no haber sabido antes que no era necesario el carné de estudiante para disfrutar del aula del informática. En fin, ahí va ^^

Título: Where are you going???

Tamaño: 9'9 (casi... xD)

Dedicado a: N/A



Episodio LXV

E

l Capitán Lardo aterrizó victorioso sobre la cima de la torre más alta del castillo de la Fiera Deidad, en el mismo instante en que un rayo caía a su espalda. No llovía, pero un fuerte viento asolaba la zona. La siempre tenebrosa apariencia tanto del castillo como de la propia isla sobre la que se asentaba, hacía difícil la posibilidad de que el Capitán hubiera podido ser avistado por alguno de los guardias. Decidido a dar parte de su éxito, dio un salto hasta un balcón que había un poco más abajo, también el más alto del castillo. Usando las dos manos y con un gran alarde de arrogancia, empujó la enorme doble ventana que servía de acceso al balcón, abriéndose paso hacia la habitación principal. Nada más se empezó a escuchar el sonido de la ventana abriéndose, los que estaban en la sala se volvieron para ver quien llegaba. Según abría la doble ventana, la luz de la luna se filtraba hacia el interior, gracias a uno de los pocos pedazos de cielo que estaban despejados, iluminando al Señor Oscuro lo suficiente como para que se distinguiese su aspecto.

“Ya estás de vuelta” le saludó el Señor Oscuro al entrar.

“Sí – un trueno retumbó en el cielo en el mismo momento en que Dayuri pronunció el nombre de su Señor, impidiendo a los demás oírlo – Y lo cierto es que ha sido bastante divertido”.

El Señor Oscuro era un hombre alto, gordo y bastante mayor, terminando los cincuenta, apenas le quedaban cabello en la parte frontal de la cabeza, aunque mantenía por los lados. Tenía la piel sonrosada y la cara con bastante carne, tanta, que los mofletes apretaban los ojos haciendo que parecieran dos rayitas en vez de dos elipses de lo pequeños que se veían. Vestía con un pantalón de pana y un jersey rojo A pesar de su edad, no presentaba dificultad alguna física o psicológica, gozaba de buen aspecto y salud. Al ver aparecer al Capitán sonrió, de nuevo, moviendo toda la carne de su rostro y dejando ver unos dientes que parecían pequeños al compararlos con el resto de su cuerpo. Dayuri se acercó hasta que el fuerte olor corporal del hombre le detuvo.

La teniente estaba también en la sala, algo más retirada del trono del Señor Oscuro. Hacía poco que se había recuperado del combate contra los caballeros y estaba preocupada por lo que pudiera haberle ocurrido a su superior. Al ver llegar a su Capitán, se adelantó a hacerle a reverencia de inmediato. Cuando le tuvo lo suficientemente cerca, pudo ver las secuelas que había dejado en su cuerpo el combate contra los caballeros. El Capitán había llegado a la base con el torso descubierto y con un montón de pequeños cortes por toda la parte delantera de su cuerpo. En el torso podía verse que la sangre se había deslizado por su cuerpo hasta coagular, mientras que en la parte inferior le habían rasgado los pantalones en varios sitios. Por suerte, sus puntos vitales habían quedado a salvo.

“Mi Capitán, ¡¿qué le ha ocurrido?! – exclamó preocupada – Está herido, por favor, deje que le cure”.

“Es cierto, Dayuri – dijo el Señor Oscuro – No parece que te haya ido tan bien como dices”.

“No es nada… Apenas un pequeño precio para disfrutar más del juego. Si hubiera acabado deprisa no hubiera tenido ninguna gracia” explicó riéndose a carcajadas.

“Entonces, ¿les has matado?” preguntó su Señor.

“No, no merecía la pena. Me siento francamente decepcionado. Sobretodo por el hecho de que derrotaran a Mesa. Ha bajado el nivel de la organización. Si permitimos este tipo de fracasos nadie nos tomará en serio. ¡Exijo su expulsión inmediata!”

“Comprendo tus motivos, pero no puedo satisfacer tu petición, al menos por el momento. He de recordarte que tu teniente también fue derrotada por los caballeros y, como recordarás, fuiste tú quien la recomendó para el puesto, por tanto la responsabilidad también reace sobre ti”.

Jezabel bajó la cabeza desde la sombra, avergonzada. El Capitán Lardo se calló.

“Pero sí que puedo dejarte ir a hablar con él”.

“¿Dónde está?”

“Si no me equivoco, tiene que estar saliendo de la sala de curas en este preciso momento. Estaba bastante peor que tu teniente cuando ingresó, así que su período de recuperación ha sido más lento”.

“Voy ahora mismo. Si no accede a renunciar, tendré que echarle por la fuerzas” sentenció mientras empuñaba la espada y se marchó sin ni si quiera presentar sus respetos.

Efectivamente, al otro lado del castillo, en la sala de curas, el ordenador que controlaba la cápsula en la que estaba Mesa emitió un agudo pitido a la vez que un led amarillo se encendía. En ese momento el líquido verde empezó a drenarse con bastante rapidez. Una vez estuvo libre de fluidos, Mesa abrió los ojos y se quitó la mascarilla de oxígeno. Realizó unos primeros movimientos con los dedos de las manos y con las articulaciones. Estar tanto tiempo quieto le había entumecido los músculos. Cuando se sintió preparado, salió de la cápsula, completamente desnudo. En una mesilla más adelante estaba su habitual traje, ya limpio, planchado y reluciente, como siempre había estado orgulloso de que estuviera, y cuya profanación por medio de una mancha le traía graves consecuencias al atrevido.

Mientras se vestía recordaba cada detalle de su derrota. Cómo tenía dominada la situación durante casi todo el combate, la fuerza con la dio cada golpe, los gritos de sus adversarios, su risa de victoria… También recordaba perfectamente el momento en que la situación se volvió en su contra, los cabellos de tres colores del caballero ondeándose delante de sus ojos, su cuerpo iluminado por aquél aura dorada… Pero sobretodo, lo que mejor recordaba eran aquellos tres golpes que le dejaron prácticamente fuera de combate, ese primer puñetazo en la cara, el corte a través de todo le pecho con la espada que rompió su corbata y la patada a traición que le dio después en el centro de la misma. A pesar de todas esas adversidades, la suerte no le abandonó del todo, el caballero regresó a su cuerpo habitual y probablemente hubiera podido acabar con todos ellos en ese estado, costándole un poco más. Si embargo, su último mal recuerdo, el frescor de la espada de aquella entrometida deslizándose por su espalda redujo a cero sus posibilidades.

Aquellos mocosos no sólo le habían derrotado, también habían manchado su imagen ante los demás guerreros oscuros, y lo peor de todo, habían manchado su traje. Y eso era algo que no les iba a perdonar.

Se terminó de ajustar la corbata y, tras colocarse las gafas, dio media vuelta dirigiéndose hacia la puerta. Al acercarse, la puerta se abrió de forma automatica y el Capitán Lardo apareció al otro lado. Los dos se miraron. Mesa observó las heridas del Capitán y le lanzó su típica sonrisa de superioridad.

"Je, parece que ya has aprendido la lección".

"¿Nunca te dijeron que no se debe juzgar un libro por su portada? Esto sólo fue para darles una oportunidad, pero no resulto ser más que una pérdida de tiempo. El ver que te derrotaron despertó mi interés por combatir contra ellos, pero ya veo que no había nada interesante que hacer, el único problema es que eres débil, y por ello has fracasado. Ahora asume las consecuencias de tu fracaso y abandona este lugar por propia voluntad, como última señal de honor y dignidad”.

“Dime, Dayuri, ¿notaste algún cambio extraño en alguno de los caballeros cuando combatieron contra ti? Algo inusual y fuera de lo común que pudiera haber cambiado las cosas a su favor, ¿sabes?”

“Mmmmmm, no sé de que estás hablando. No, no vi nada extraño. Y si pretendes confundirme que sepas que no te va a salir bien”.

“Hmpf… Entiendo” dijo y sonrió para sus adentros.

“¿Qué pasa ahora? – Preguntó, ya algo molesto – ¿De qué te ríes? ¿Es que no me has oído? ¡He dicho que te largues!”

“Lo lamento pero no puedo satisfacer tu petición”.

“Si no te vas por las buenas – dijo desenvainando su descuidada espada, aún con restos de sangre seca de los caballeros en la hoja – ¡Me veré obligado a echarte yo mismo!”

Dayuri apuntó directamente al corazón de Mesa, quien mantuvo una expresión de serenidad. Primero observó la espada y el estado en el que se encontraba, para después fijarse en la mirada desafiante del Capitán que, desconocedor de los motivos por los que había sido derrotado su compañero, no tenía intención de retractarse de sus palabras.

“¿Pretendes combatir conmigo?”

El Capitán no respondió, obviando la respuesta. En su lugar, se limitó a sonreír y posar la punta de la espada sobre el recién estrenado traje de Mesa, amenazando con la posibilidad de mancharlo con el óxido o la sangre seca.

“Eres muy obstinado, y aún conservas la rabia y énfasis que otorga juventud, aún siendo sólo menos de una década más joven que yo. Sin embargo, aunque aceptara tu desafío, nunca lo haría estando mi rival en tu estado. Si quieres batirte conmigo no lo rechazaré, pero primero cura tus heridas y aséate.

“Ya te he dicho que no es nada, los pequeños cortes se han cerrado hace rato, y los escasos golpes que me han dado no han significado nada para mí. Y respecto a lo de asearme, soy muy serio con esas cosas. No obstante, es una tontería limpiarse ahora si me voy a volver a manchar de sangre después. Me ducharé después de acabar contigo”.

“Hmpf – repitió – Muy bien, como quieras. Pero no podemos luchar aquí, en medio del pasillo, hay zonas concretas para ese uso. Sígueme… ¡al Battle Arena!”

Los dos se giraron hasta darse la espalda y partieron en direcciones opuestas. Tras atravesar enormes salas y pasillos cada uno llegó a un extremo del castillo, donde había un ascensor. Las puertas se abrieron y una vez dentro, de los numerosos botones que había para pulsar, tocaron el único que no indicaba un número, sino la letra S, y que además era el que más abajo estaba de todos. Las puertas se cerraron y los dos ascensores comenzaron a descender.

“¿Quién iba a pensar que detrás de este amasijo de piedras hubiera alta tecnología? – pensaba el Capitán mientras descendía en el ascensor – Esto lo cuento y no me creen. Bueno, que ahora tengo cosas que hacer”.

Tras un par de minutos descendiendo el ascensor se detuvo, y la puerta se abrió en medio de una inmensa oscuridad. El Capitán avanzó un poco siempre con una mano en la pared para no perderse hasta que escuchó el sonido de n interruptor y de repente un centenar de alógenos iluminaron el lugar.

“Se ve mucho mejor cuando enciendes la luz” dijo Mesa desde el otro lado de la sala.

“Pero… ¿qué es ese sitio?” se preguntaba Dayuri al mirar a su alrededor.

Aquella habitación era simplemente un agujero en la tierra, las paredes y el suelo era pura roca de la corteza terrestre, sin pulir ni alisar. Había constantes elevaciones, grietas, fracturas y huecos por todas partes, creando un relieve totalmente abrupto e irregular. Únicamente desde los ascensores subían un puñado de cables mal puestos que comunicaban con los alógenos, dando electricidad a la sala, haciendo posible permanecer allí sin perderse en la oscuridad. Además de las pésimas instalaciones, también eran pésimas las condiciones en que se encontraban. Muchos de esos cables estaban deteriorados, otros rotos, por lo que gran parte de los alógenos no funcionaban, algunos parpadeaban, unos pocos saltaban chispas y una pequeña minoría estaban destrozados, quedando a la vista solo parte del material que en su momento los formaba.

“Por tu reacción veo que es la primera vez que bajas aquí, así que te pondré al corriente. Estás en la sala de entrenamiento o Battle Arena. Aquí es donde han podido entrenar todos los guerreros oscuros que han pasado por este castillo, perfeccionando sus habilidades y aumentando sus fuerzas. Debido a eso, esta sala se ve constantemente atacada y se causan grandes destrozos, lo que explica tanto el relieve como el estado de la instalación eléctrica. En muchas ocasiones, cuando alguien estaba entrenando aquí, ha sido víctima de derrumbamientos porque la pared estaba débil por el uso excesivo del anterior usuario. Por esta misma razón, no se invirtieron muchos fondos en mantenimiento. Total, ¿para qué? Si iba a estar igual al día siguiente.

Es posible que notes más calor del que había en la superficie. Por cada cien metros de altitud la temperatura varía 0’6 grados, dependiendo de si subes o bajas. Teniendo en cuenta que estamos a unos dos kilómetros por debajo de la superficie terrestre, la temperatura aquí es 12 grados superior. La única fuente de oxígeno es la que procede del exterior por los huecos de los ascensores, por lo que estar demasiado tiempo aquí te lleva a una muerte segura, asfixiado”.

“¿Y quieres combatir aquí? – dijo mirando de nuevo a su alrededor – Es cierto que nunca he bajado, no me gusta entrenar, prefiero combatir contra fuertes adversarios para aumentar mis fuerzas”.

“Pues hoy vas a quedar más que satisfecho”.

“Eso espero. ¡Decidido! ¡Combatiremos aquí y el que pierda tendrá que abandonar su puesto!”

“Sea así” sentenció Mesa y se lanzó al ataque.

Dayuri también avanzó corriendo hacia su adversario, pero había grandes diferencias entre ellos. Mesa avanzaba en posición de combate, procurando dar el máximo desde el primer momento. Sin embargo, el Capitán Lardo lo hacía con los brazos abiertos, totalmente desprotegido, esperando comprobar el potencial de su oponente en su propia carne.

“¿A mí me vienes con ésas? – Pensaba Mesa a la vez que avanzaba - ¿Crees que soy uno de los caballeros a quienes puedes torear y jugar con ellos? Lo siento pero estás muy equivocado. Si lo que quieres es recibir, ¡vas a recibir!”

Sin pensarlo dos veces, Mesa acometió con un puñetazo en la frente del Capitán. Él, lejos de intentar si quiera evitarlo, avanzó con fuerza para contrarrestar el golpe con la frente. El impacto abrió una brecha en la frente del Capitán que aún así trataba de echar para atrás a su rival de un empujón.

“Es cierto lo que dicen de él. Para el Capitán Lardo, no existe la defensa en su estilo de batalla. Solamente ataca y ataca hasta que el contrario cae a sus pies. Si me paro a defenderme sufriré la misma suerte que sus anteriores oponentes. Tendré que adaptarme a su estilo si quiero tener alguna oportunidad”.

Mientras mantenía el forcejeo, empezó a cargar una onda de energía en el interior del puño que estaba posado en su frente. Una vez la generó, abrió la palma de la mano y en un instante la hizo estallar en medio de la herida, quemando toda la zona. Acto seguido, y aprovechando que le había atontado momentáneamente, le agarró de un brazo y le arrojó hacia la zona del techo que tenía más alógenos funcionando. Al chocar contra el techo, destruyó algunos de esos alógenos. Los restos de los cristales y las bombillas se clavaron en su espalda, y al mismo tiempo, recibió una descarga eléctrica. El impacto también originó el derrumbe de algunas de las rocas, que cayeron sobre él, llevándoselo por delante hasta el suelo, terminando todo en una nube de polvo y arena.

“¿Ya? No, no creo”.

Antes de que la nube de polvo y arena tuviese tiempo de disiparse, una sombra saltó de repente, esparciendo con el impulso el polvo hacia los lados. En un instante, el Capitán Lardo estaba delante de Mesa, con la cara ensangrentada, los ojos en blanco, espada en mano preparado para atacar y riendo de excitación.

“¡No está mal, Mesa! ¡Ahora me toca a mí!”

“¡No me cogerás tan fácilmente!”

El Capitán dio un espadazo vertical a gran velocidad. Mesa desapareció en un instante y lo evadió. Dayuri no podía frenar el ataque y la roca que estaba detrás fue cortada como si fuera flan.

“Jugando al escondite, ¿no? Pues me la ligo”.

Dayuri también desapareció. En el aire, Mesa reapareció un segundo después y miró hacia abajo, donde se supone debía estar el Capitán buscándole, pero no vio más que la roca cortada. De pronto sintió que alguien aparecía a su espalda, Dayuri le había seguido y se disponía a atacar de nuevo. Dada su gran velocidad de reacción, Mesa desapareció por segunda vez, seguido de su oponente, que hizo lo mismo. No importaba el punto de la sala en que apareciese Mesa, su adversario le seguía con facilidad. Durante varios minutos, estuvieron persiguiéndose el uno al otro sin que ninguno tuviera la oportunidad de atacar o pensar alguna estrategia. Finalmente, Mesa apareció en medio del aire, esperando poder escapar de nuevo del ataque de su sanguinario rival; sin embargo, para su sorpresa, éste se había adelantado a sus movimientos y ya había aparecido en aquel punto, previendo sus movimientos. El shock le impidió actuar de forma fría y calculadora, por lo que el Capitán atacó sin problemas. En un acto reflejo, Mesa se cubrió con el antebrazo con el fin de aminorar los daños.

“¡No te esfuerces, te cortaré el brazo!”

La espada desgarró el traje y se dispuso a hacer lo mismo con lo que había detrás, pero en su lugar, la espada chocó con algo metálico y rebotó.

“¿Qué pasa?” se preguntó extrañado el Capitán.

“¿En serio creías que vendría hasta aquí sin estar preparado?”

Mesa se levantó la manga descubriendo una muñequera metálica sobre su antebrazo.

“Je, será interesante ver cuantas partes de tu cuerpo has cubierto con esa tontería, ¡de momento ya sé una que no!”

Se retrasó unos metros y asestó un corte horizontal directo al cuello descubierto de su adversario. Mesa quiso apartarse pero la distancia era demasiado corta. El filo cortó justo por el nudo de la corbata, la cual cayó al suelo y después hizo un fino corte superficial a la garganta de Mesa. No conforme, la echó hacia atrás y cargó una estocada para atravesarle la cabeza. La distancia también jugó en contra de Mesa en esta ocasión, puesto que al intentar apartarse hacia un lado, no pudo evitar que la punta de la espada se llevase su oreja por delante. Aprovechando el grito de dolor, Dayuri le empujó contra la pared de roca para atontarle más. Finalmente, le lanzó por los aires para darle un golpe final.

“¡Hasta nunca, perdedor!”

El Capitán le lanzó la espada como si de una jabalina se tratase, directa al corazón.

“Da igual si llevas esa estúpida armadura en el pecho, con esta velocidad la atravesará también”.

“Mientras esa espada mugrienta siga al acecho, estaré en desventaja – pensaba Mesa en el aire mientras la veía acercarse – Estoy más preocupado de que infecte alguna enfermedad por su mal estado que de que me corté en pedazos. Habrá que tomar medidas drásticas”.

Mesa hizo de tripas corazón y se mordió la lengua para aguantar el dolor que vendría después. Cuando la espada se acercó lo suficiente, trató de detenerla con sus manos desnudas, agarrando el oxidado filo que venía hacia él. Su cálculo de distancia fue acertado y logró coger prácticamente la punta de la misma. Sin embargo, sus cálculos de fuerza y velocidad no fueron los más adecuados, por lo que la espada no se detuvo al cogerla, continuó avanzando aunque disminuía su velocidad, mientras que desgarraba la carne de la palma y los dedos de Mesa, que gritaba de dolor. Sin embargo, el dolor no le hacía retroceder, cuanto más dolor sentía, más fuerza aplicaba. Desgraciadamente, no fue capaz de retener la espada tanto como quiso y la punta se clavó en su pecho varios centímetros, sin llegar al corazón.

Una vez estuvo todo en calma, descendió, se sacó la punta de la espada, salpicando de sangre el suelo, y se apoyó en la pared. De su mano fluía un río de sangre que se deslizaba por la pared hasta crear un charco en el suelo, pero estaba contento, porque había logrado su objetivo saliendo relativamente ileso, a su parecer.

“Ya está… Ahora todo saldrá bien”.

Con la misma mano con la que había detenido la espada, la alzó para que Dayuri pudiera verla y la partió volviéndola completamente inútil.

“¡Serás…!” exclamó el Capitán y se lanzó hacia él corriendo por la pared a tal velocidad que la gravedad no le hacía caerse.

“Ahora ya no puedes hacer nada”.

Mesa tocó repetidas veces un pequeño botón que tenía en la montura de las gafas y empezó a lanzar rayos láser rojos contra el Capitán, que los evitaba zigzagueando mientras avanzaba. Los rayos impactaban contra la pared creando derrumbamientos que alteraban aún más el relieve del lugar. Cuando el Capitán Lardo llegó placó a Mesa con un cabezazo justo en la herida que le había hecho antes con la espada, lanzándole unos metros más adelante. Mesa cayó al suelo y dio dos botes, para después levantarse poco a poco escupiendo sangre. Dayuri aprovechó para ver el estado de su espada.

“Mierda, ahora tendré que mandar que me la forjen. Por suerte mi espada era bastante larga, la ha partido aproximadamente por la mitad, por lo que aún puedo usarla. Je, ¡¿te has enterado?! ¡Aún puedo usarla! ¡Tu esfuerzo ha sido en vano! ¡¿Me oyes?!”

Su oponente había aprovechado para alejarse bastante, y además estaba en el aire. Se cubría su mano ensangrentada con la axila contraria para detener la hemorragia, pero la mano que tenía bien la tenía extendida y con la palma abierta, apuntando al Capitán.

“Esto se acaba aquí, Lardo – dijo mientras generaba una potente y concentrada bola de energía - ¡Big Bang Attack!”.

“Va a por todas, el Big Bang Attack es su ataque más poderoso. Si me da lleno, incluso yo saldré mal parado. ¡Tengo que detenerlo y ya!”

Dayuri se lanzó contra la bola de energía portando su espada y la enfrentó de frente y sin dudar. Aplicando toda su fuerza, asestó un fiero espadazo a la onda. Dayuri notaba en su contraataque que su espada no rendía lo mismo con media hoja que con la hoja entera, y el forcejeo que mantenía con la onda era la mejor prueba de ello. El Big Bang Attack ganaba cada vez más terreno al Capitán, arrastrando sus pies y variando el ángulo con el que sostenía la espada en su contra. Sin embargo, Dayuri no se daba por vencido y aguantaba.

“Te la devolveré… ¡Y serás tú quien muera!”

Lanzó un fuerte grito y sus músculos se hincharon hasta el límite marcándole las venas. El Capitán no consiguió devolver el ataque a su adversario por medio de su espada, en su lugar fu capaz de cortar el Big Bang Attack por la mitad y los dos trozos se dispersaron cada uno en una dirección.

“No es lo que esperaba, pero es mejor que perder…” dijo tras relajarse un poco.

“¡Idiota! ¡Ahora moriremos los dos!”

“¡¿Qué?!”

Los dos pedazos impactaron contra una pared y el techo de la sala respectivamente, explotando con todo su esplendor, destruyendo la sala por completo y arrojando todos los escombros sobre los dos combatientes, que se cubrieron la cabeza en un acto reflejo, al mismo tiempo que gritaban al ver aquel montón de rocas cayendo sobre ellos.

El derrumbe de sala de entrenamiento desembocó en un leve terremoto que se notó en toda la isla. En su habitación principal, El Señor Oscuro contemplaba como parte del jardín de su castillo era tragado por la tierra, destruyendo las flores, plantas y el césped que le daban belleza. En pocos minutos, aquella zona se convirtió en un yermo de tierra y rocas con una menor altitud respecto al resto del jardín.

La teniente sintió el seísmo y fue corriendo a la habitación de su jefe.

“¡Señor… - un casual aumento de la magnitud del terremoto impidió escuchar el nombre de El Señor Oscuro – ¡Algo ha pasado!”

“Lo sé, Jezabel, lo sé. Son esos dos, que son como niños, y han terminado destruyéndose el uno al otro. Sígueme, vamos a investigar”.

Los dos bajaron al jardín. Paseando por la zona asolada, el Señor Oscuro vio un pequeño pétalo de un color rosa muy vivo, semienterrado en la arena.

“Mi… adenium… Se lo han cargado… Era una planta que sólo se encuentra en el desierto, que requiere mucha luz y un cuidado extremo, pero cuya belleza al florecer compensa todos los inconvenientes al cuidarla, ¡y se la han cargado!”

De pronto una mano ensangrentada surgió del interior de la tierra, como si de un zombi al levantarse de su tumba se tratase. La mano temblaba y se movía buscando tocar el suelo. Estando apoyada en el suelo, se notó que aplicaba fuerza para impulsarse y de pronto la cabeza de Mesa apareció en la superficie. Unos metros más adelante, El Capitán Lardo también emergía de las profundidades. Ambos estaban exhaustos, llenos de heridas y cortes, con las ropas destrozadas y lo que quedaba de ellas totalmente lleno de tierra y pedazos de roca. Aún así, ninguno había abandonado las ganas de luchar.

“¡Vosotros! – Exclamó el Señor Oscuro – ¡La próxima vez que queráis mataros el uno al otro hacedlo en algún lugar más lejano! ¡Casi destruís el castillo!”

Los dos combatientes, sin hacer caso de su jefe, se miraban con mutuo odio.

“Tú… - susurró el Capitán señalando a su oponente – Eres bueno… Casi tanto como yo… No lo entiendo… ¿por qué has perdido contra ellos?”

“La respuesta es simple, tú no luchaste contra un SuperGuerrero”.

“¿Super… qué?”

De pronto Dayuri comenzó a recordar cuando Arturo y Reik combatían, que también hablaron sobre ese tema.

“Super…Guerrero. Entonces existe un nivel superior al actual de los caballeros… Recuerdo como dos de ellos lo comentaban, pero no sabía exactamente de que hablaban, así que no presté demasiada atención. Eso significa que no tengo derecho a echarte…”

“Por fin… – suspiró el Señor Oscuro – Tomad, he traído dos Carameloraros, acabo de conseguirlos y ya os los tengo que dar. Son muy difíciles de producir, si volvéis a hacer una cosa así, esperaréis a que vuestras heridas se curen por si solas”.

Arrojó uno a cada uno, y se los tragaron sin siquiera saborearlos. Las heridas se cerraron como por arte de magia y los dos volvieron a estar como al principio.

“Iré ahora mismo a por los caballeros – dijo el Capitán decidido – Si de verdad es cierto eso del SuperGuerrero, me han tomado el pelo y exigiré un combate digno de mi categoría”.

“No tan deprisa, Lardo – le detuvo Mesa – Ya he tenido bastante con que me destroces un traje que acababa de ponerme, no me quitarás mi turno. Tu tuviste tu oportunidad y la desaprovechaste, ahora me toca a mí”.

“¿Y qué piensas hacer? Ya te derrotaron una vez”.

“Tengo algo preparado, además por tu experiencia deduzco que no pueden transformarse a voluntad, por lo que no hay un peligro seguro. Ahora me marcho. El próximo día, más”.

Mesa se fue caminando hacia el interior del castillo. Allí, entró en su habitación privada y, tras asegurarse de que no había nadie cerca. Empujó un ladrillo y abrió una puerta secreta. Sonriendo, entró en la habitación, en ella había una cápsula similar a las de la sala curativa, sólo que el líquido de su interior era amarillo en vez de verde, y quien estaba dentro de ella no llevaba ningún tipo de mascarilla de oxígeno ni nada pareciese hacerle respirar. Sin embargo, no parecía que estuviera muerto, sino todo lo contrario.

La escasa luminosidad de la sala impedía ver con claridad a quien estaba sumergido en el líquido amarillo. Únicamente se podía observar que era un hombre joven, negro y con la cabeza rapada. Según le observaba, su sonrisa se hacía cada vez más y más grande, hasta que se echó a reír a carcajadas. Cuando se calmó un poco, presionó un botón y el líquido se drenó. El chico abrió sus ojos negros y salió de la cápsula.

“Por fin ha llegado tu turno. Necesito que vayas a Petoria a traerme una cosa”.

“Sí, maestro. Como ordenéis”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Raro... un episodio raro... pero es un buen giro, saber el otro punto de mira...



¿A dónde irán a parar los caballeros? Ni su escritor podría saberlo...

Anónimo dijo...

Si el episodio ha sido diferente pero creo que muy acertado ya que nos ayudara a comprender mas los motivos de los guerreros oscuros y de sus intenciones esto se va pareciendo ya mas a una pelicula , por cierto vaya dos que han luchado en el primer capitulo del tercer volumen y ya ha salido uno de los personajes que faltaba esta bien.
se adelantó a hacerle a reverencia de inmediato (la reverencia)
Si no accede a renunciar, tendré que echarle por la fuerzas” (la fuerza)
la fuerza con la dio cada golpe,(con la que dio)
el corte a través de todo le pecho con la espada (de todo el pecho)
Si embargo, su último mal recuerdo (sin embargo)
hasta que escuchó el sonido de n interruptor (de un interruptor)
Si me da lleno, incluso yo saldré mal parado(si me da de lleno)
en su lugar fu capaz de cortar el Big Bang Attack (fue capaz)
El derrumbe de sala de entrenamiento (de la sala)
Un saludo a todos

Rosens dijo...

LOL!! Mesa tiene a Ronald?!?!??!! XDDDDDDD