domingo, 14 de diciembre de 2008

Episodio LXXVI v 1.2

Perdón por la espera, una matrícula no se gana sola xD

PD: Con este capítulo superamos las 600 páginas del total de la historia ^^

Título: N/A

Tamaño: 10'60 (Algo más grande para compensar el retraso ^^)

Dedicado a: Jon (personaje Jonyo) [Menuda racha de dedicar q llevo xD]


Episodio LXXVI

L

os caballeros habían subido ya media montaña. El sol les daba de frente, pero ya no hacía la misma temperatura que abajo, en el desierto. Soplaba un viento agradable, y empezaba a aparecer vegetación, árboles, hierba y animales salvajes, conejos correteando por ahí, mariposas volando a la vez que dejaban un dulce aroma en el aire. Por último, las vistas eran cada vez mejores, por lo que decidieron descansar un poco antes de llegar a su destino.

“Desde aquí se tiene una buena vista, ¿verdad?” dijo Gabriel.

Los caballeros divisaban una perspectiva de toda la isla hasta donde les alcanzaba la vista, el inmenso desierto se mostraba, cubriendo toda la superficie como una sábana blanco amarillenta arropando a un niño.

“Al fondo se ve otra torre” dijo Arturo.

A lo lejos, se divisaba una segunda torre, bastante distinta de la anterior, de estilo oriental, una pagoda, aparentemente hecha de metal, con un soporte central, y varias plantas, pintadas en tonos rojos muy vivos diferenciadas cada una por disponer de un tejado con pendiente descendente, de colores negro grisáceo, teniendo además la última planta un pináculo colocado a modo de cúspide que daba la sensación de que la torre era aún más alta.

“Mmmmm, Parece que está hecha de metal, la otra estaba hecha de piedra y Seagram habló de una de cristal – comentó Arturo – ¿Cómo será la última?”

“Puede parecer que está hecha de metal, pero en realidad no es así – dijo Peter – Está hecha de un mineral orgánico que se le asemeja mucho, fue descubierto poco antes de construirla. Es la primera edificación que se hizo con ese mineral”.

“¿Qué mineral el ése? No me suena de nada”.

“Se llama Saikium. Es el elemento definitivo, un compuesto creado por el hombre que es tan pesado que tiene 493 protones en su núcleo”.

“¿Qué quieres decir con orgánico?” preguntó Gabriel.

“Quiero decir... Que esa torre es un ser vivo”.

“No recuerdo que Shinkan dijera nada de eso en Midgar, parece que sabes más de esas torres y esa barrera de lo que aparentas”.

“Ya te dije que te lo contaré todo, Arturo, pero no hasta que encontremos a Jonyo y a Fidel”.

“Misterios por todos lados, gente que no nos dice su verdadero nombre, torres que están vivas... ¿Dónde hemos venido a parar?”

“No sé pero no podemos subir más alto con los chocobos, habrá que dejarlos en algún lado”.

“Los ataremos mismamente a esa roca – señaló Peter – Y seguiremos a pie”.

Caminaron durante un rato por una zona en la que la pendiente era cada vez más pronunciada hasta que llegó un momento en el que literalmente tuvieron que escalar para poder seguir ascendiendo.

“¿No decían que el pueblo estaba a media montaña?”

“Y lo estará, si miras hacia arriba y luego hacia abajo verás que no llevamos ni la mitad” dijo Peter.

“Ya me he cansado de escalar. ¡Vamos!”

Arturo se separó de la pared de la montaña y empezó a volar montaña arriba. Gabriel y Peter se vieron obligados a seguirle de la misma forma. Gabriel le alcanzó enseguida y continuaron subiendo, cada vez a más velocidad.

“¡Eh! ¡Esperadme! – gritó Peter al ver que se quedaba atrás – ¡Que yo no soy tan rápido!”

“Perdona, Peter – dijo el caballero de la rosa reduciendo la velocidad – Nos habíamos olvidado por completo de ti”.

“Siempre lo hacéis...”

Volaron un poco más hasta que llegaron a una zona nivelada en medio de la montaña, estando a escasos metros de ellos una gran zona amurallada, que los caballeros presumieron como su destino.

“Al fin llegamos” dijo Gabriel al pisar tierra firme.

Dos guardias vestidos de samuráis custodiaban la entrada principal, un enorme portón de madera. Los caballeros se acercaron a ellos y rápidamente desenfundaron una espada.

“No sois de por aquí, no os conozco – dijo uno de los guardias – ¿de qué pueblo venís? ¿No seréis del clan StormReaver?”

“Emmm... No” dijo Arturo.

“¿Entonces sois del clan Bleeding Hollow?” preguntó el otro guardia.

“Tampoco – insistió el caballero – No somos de ningún pueblo, somos del exterior. Estamos buscando a una persona, ¿podríamos hablar con vuestro representante?”

“¿Del exterior? No me hagáis reír. Nadie puede entrar ni salir de esta isla, sino ya nos habríamos ido todos. No vamos a molestar a Amaterasu-sama por gente como vosotros, ¡marchaos ahora mismo!”

“Con que nadie puede entrar ni salir de esta isla, ¿no? ¿Y qué me dices de esto?”

Arturo comenzó a volar por los alrededores ante la atónita mirada de los guardas, que temblaban de miedo mientras le gritaban demonio. Para terminar de asustarles, lanzó una pequeña bola de energía y la hizo estallar justo antes de que les alcanzara, para evitar que sufrieran daño alguno.

“¿Nos creéis ahora?” dijo Arturo al pisar tierra de nuevo.

Los guardias dieron la voz de alarma. Había varías torretas en diversos puntos de la muralla, cada una con un arquero protegiendo y vigilando. Al oír la alarma, todas las que estaban cerca apuntaron al caballero del fuego.

“¡Fuego!” gritó el guardia.

Todos los arqueros dispararon a la vez. Arturo no se movió, se limitó a liberar una pared de fuego a su alrededor y las flechas se consumieron al tratar de atravesarla. Impotentes, los guardias se arrodillaron y comenzaron a rezar.

“¡Oh, Dios! ¡Por favor protégenos de estos invasores que vienen del exterior a destruirnos, como ya hicieron cuando nos desterraron a esta recóndita isla de mala muerte!”

“Creo que perdéis el tiempo, Dios no existe – dijo Gabriel – Nadie va a venir a salvaros”.

“Exacto” confirmó Arturo.

“Vuestras oraciones han sido atendidas” dijo una voz.

“¡¿Qué?!”

De pronto cayeron varios rayos a formando un círculo y un rayo mucho más fuerte y grueso en el centro. En su interior, apareció una silueta desconocida.

“¡¿Quién es?!” exclamó Arturo.

“Yo soy... – contestó la silueta sin dejar al rayo disiparse – Aquél que protege este pueblo de los intrusos como vosotros. El que vela por la paz y repudia a la gente que instiga a los demás hacia la guerra. Soy... El Dios del Rayo... ¡Raijin!”

“Esa voz... – dijo Peter – Es de...”

El rayo comenzó a disiparse y pronto pudieron ver de quien se trataba.

“¡Jonyo!” exclamó Gabriel.

El caballero del rayo estaba ante ellos, pero con unos rasgos y una vestimenta bastante distinta. No llevaba camiseta, tenía el pecho al descubierto, marcando los músculos del abdomen. Llevaba un pañuelo blanco cubriéndole el pelo, y unas extensiones del lóbulo de las orejas que le llegaban hasta el pecho, con unos pendientes cuadrados de oro al final, además de un brazalete de oro en cada muñeca, una tobillera de oro en cada tobillo y un anillo de oro en cada dedo gordo del pie. Unos pantalones bombachos naranjas y un cinturón azul oscuros para sujetarlos eran su única vestimenta. Por último, portaba una vara también de oro y había posado sobre una sola pierna, manteniendo la otra en el aire, flexionada.

“¡Anda! – exclamó el caballero al darse cuenta – ¡Si sois vosotros!”

“¿De qué vas disfrazado?” preguntó Arturo.

“Habéis tardado mucho en llegar – dijo sin hacer caso a la pregunta – Llevo esperándoos bastante tiempo”.

“¿Qué? ¿Cómo?” – Los caballeros estaban totalmente desconcertados ante su comportamiento – ¿Nos estabas esperando?”

“Sí, ya lo he dicho”.

“¿Y cómo sabías que íbamos a venir?” preguntó Peter.

“Dejémoslo en que lo sabía por el momento, ya os lo diré más tarde. Ahora estaréis cansados y querréis descansar y tomar algo, ¿no?”

“Emmm, sí, por supuesto” contestó Arturo, admitiendo que no podía hacer otra cosa.

“Abrid la puerta muchachos, – le dijo a los guardias – son amigos míos”.

“A sus órdenes, Raijin-dono” exclamaron, enfundaron inmediatamente y empezaron a abrir la puerta empujando con todas sus fuerzas.

El Caballero Negro llevaba varias horas volando por el cielo, y aún le quedaban otras cuantas, por lo que al divisar una isla desde las alturas decidió bajar a descansar. La isla, de aspecto tropical, con una profunda selva, palmeras y una playa con arena blanca y aguas cristalinas parecía deshabitada, y el Caballero Negro se detuvo sobre una roca de la playa, se sentó y sacó su transmisor.

“Bad Joke, ¿me recibes? Aquí Black Moon Rising”.

Hubo un silencio y, tras esperar unos segundos, el transmisor sonó de nuevo.

“Te recibo, Black Moon Rising, aquí Bad Joke”.

“He cumplido mi misión. Ahora llévame con quien busco, como prometiste”.

“¿Ya tienes las tres esferas?”

“¿Tres? Tengo la esfera del agua y la del viento. Era cuanto venía en el informe que me diste”.

“Ummmm... Supongo que se me olvidó decírtelo. Lo siento, pero aún tienes algo más que hacer. El caballero del hielo también murió en combate en una isla cercana, es necesario que vayas y consigas también la esfera del hielo. Con tus poderes actuales no tendrás ningún problema, pero es mejor que vuelvas a la base y te proporcione las fichas de los habitantes más poderosos, como hicimos con Petoria”.

“¡No! ¡No quiero hacer nada más! ¡Cumple tu palabra y llévame junto a él!”

“Ya te he dicho que lo siento, pero necesitas esa última esfera para asegurar tu victoria, no podemos correr riesgos, ahora vuelve aquí cuanto antes para que puedas hacerlo”.

Mesa colgó sin dejarle responder. El Caballero Negro rompió el transmisor de la rabia que le dio, apretando con fuerza el puño.

“¡Cabrón!” gritó.

En el interior de Mariejoa, los caballeros paseaban por una ciudad muy similar a la de la época feudal de los países asiáticos, con casas bajas hechas de piedra y todas con el tejado en pendiente descendente, y predominando los colores grises, rojos y verdes oscuros, acompañando a las fachadas blancas o del color de la piedra. Había edificios que se asemejaban mucho a la torre que habían visto desde la montaña. Las calles estaban pavimentadas con piedra, y la iluminación pública eran antorchas. Todos iban caminando mientras disfrutaban de las vistas, excepto Jonyo, que avanzaba levitando con las piernas cruzadas.

“¿Tienes que ir así obligatoriamente?” preguntó Arturo.

“Sí, es la imagen que la gente tiene de mí, tengo que mantenerla”.

Peter comenzó a fijarse en los números de las casas, y vio que en todas faltaba el número cuatro, todas pasaban del tres al cinco.

“¿Cómo es que falta el número cuatro en las casas?” preguntó asombrado.

“El sonido del número cuatro en el antiguo idioma japonés es igual al de la palabra muerte, la gente lo asocia con mala suerte y desgracias, y los más radicales eligen no usarlo como número de su propia casa. Yo también lo pregunté”.

“Que supersticiosa es la gente aquí. No me extraña que te tomen por un Dios...”

“Por cierto, ahora que lo pienso, no veo a Fidel por ninguna parte, ¿dónde está?”

“Aún no le hemos encontrado” contestó Gabriel.

“Seguro que está bien, aunque es algo inmaduro, él también se ha hecho más fuerte”.

“Esperemos...”

“Ya hemos llegado” dijo el caballero del rayo.

“¿A dónde? – preguntó Gabriel – Porque no nos lo has dicho...”

“Este el templo Shinto, edificio principal de la ciudad, aquí vive la líder de la ciudad, a la que todos llaman Amaterasu, la Diosa del Sol”.

“Tenía entendido que los habitantes de la isla sólo podían rezar en sus respectivas torres” comentó Peter.

“Ellos tienen un trato especial”.

Entraron al interior del templo siguiendo a Jonyo, que siguió levitando hasta que estuvieron dentro con la puerta cerrada, donde se puso de pie.

“Uffff... No os podéis imaginar lo que cansa ir volando todo el rato, gasta mucha energía”.

“Tranquilo, cuando nos vayamos podrás ir a pie y quitarte ese ridículo disfraz”.

“Claro, jejeje – rió falsamente – Cuando nos vayamos...”

Entraron en una sala a través de una puerta corredera, decorada con cojines de terciopelo y una pequeña mesa con diminutos vasos que si vertías contenido en ellos, para disfrutar del sabor debías beber de un trago. La mesa estaba a tan baja altura que los caballeros debían agacharse para alcanzar los vasos.

“Esta mesa está bajísima, ¿dónde están las sillas?” preguntó Gabriel.

“Emmm Tenéis que poneros de rodillas en el cojín, no hay sillas – les indicó Jonyo – Aquí se hacen así las cosas. Voy a por la botella de saque, poneros cómodos”.

“Se nota que sois del exterior, no tenéis ni idea de nuestra cultura” dijo una voz.

La puerta corredera se abrió y apareció una mujer de unos 45 años, de mediana altura, con el cabello rojo y negro, largo y ondulado, los ojos negros, la piel bronceada y una mirada que inspiraba templanza.

“¿Tú eres la líder de este pueblo?” preguntó Peter mientras Jonyo le servía un poco de saque.

“Sí, ¿y vosotros sois Peter-san, Arturo-san y Gabriel-san? Jonyo-kun nos ha hablado mucho de vosotros”.

“No tienes pinta de asiática” comentó Peter.

“Claro, no lo soy”.

“Ahh, claro... – Peter, al ver que estaba quedando mal, trató de arreglarlo bebiendo un trago de saque – No nos has dicho tu nombre”.

“Me llamo Hilda. Soy la reencarnación de la Diosa Amaterasu”.

“Si no recuerdo mal, la Diosa Amaterasu es morena”.

“Y si yo no recuerdo mal, el tinte de color rojo existe”.

Peter se calló al ver que metía la pata a cada palabra que decía y los demás rieron. Mientras reía, Arturo vio a una niña asomada en la entrada de la sala, espiando, pero sin atreverse a entrar.

“¡¡¡Tú!!!” gritó señalando a la puerta.

“¿Qué ocurre, Arturo?” le preguntó Jonyo.

“¡Es ella!”

“¿Quién?” Peter miró a donde señalaba Peter y vio la figura de la niña desvanecerse.

“Es la niña que me ayudó en el desierto. Estaba a punto de morir y me dio agua”.

“No nos habías dicho nada hasta ahora” dijo Gabriel.

“Pensé que era un alucinación, pero al verla de nuevo...”

“Pasa, Pamela – la invitó Jonyo – No te quedes ahí escondida”.

La niña se acercó aún con algo de vergüenza. Era una niña de unos 12 años, con el pelo moreno y muy largo, al igual que los ojos y la piel. Además, llevaba unas gafas redondeadas que le hacían parecer algo más mayor.

“¿Quién es? ¿Y qué hacía en el desierto?”

“Se llama Pamela, y es la única persona con mentalidad moderna de toda la isla – dijo Jonyo – Al igual que nosotros, viene del exterior. Según me han contado, fue abandonada aquí por algún motivo, es posible que sus padres murieran o no pudieran hacerse cargo de ella, nadie lo sabe con certeza. Era tan sólo un bebé cuando llegó, apareció dentro de una cesta con una nota que decía que por favor la cuidaran. Como venía del exterior, nadie quería encargarse de ella, los árabes incluso pedían su cabeza, así que Hilda la acogió”.

“¿Y qué hacía en el desierto?”

“Cuando llegué nos hicimos amigos y quiso ayudarme. Se ofreció voluntaria para buscaros y no volver hasta que no tuviera noticias vuestras”.

“Una niña, ¿explorando el desierto ella sola?”

“Sí, recuerda que ha crecido aquí. Te encontró moribundo y te dio agua, y después me informó de ello”.

“Claro, por eso sabías que vendríamos más tarde o más temprano...”

“Sí, exacto. Bueno ahora que ya estamos todos, creo que podemos empezar la verdadera conversación. Antes no os he contado nada porque prefería hacerlo aquí, más cómodos”.

“¿Cómo acabaste siendo el Dios del Rayo?” no pudo evitar preguntar Gabriel mientras daba un trago al saque.

“El tsunami me arrasó como al resto de vosotros, solo que me lanzó por los aires en vez de engullirme, lo encontré bastante extrañó”.

“A nosotros nos pasó lo mismo – dijo Peter – Pero tuvimos la suerte de caer cerca, ¿verdad, Gabriel?”

“Sí, fue la primera vez que una ola me lanzó en vez de tragarme”.

“Pues a mí sí me tragó” dijo Arturo.

“¿Pudo la ola discriminarnos a los demás y centrarse en ti? – sugirió Peter – ¿Cómo si pensase por sí misma y actuara deliberadamente?”

“Que tontería, – dijo Jonyo – Las olas no piensan. Hilda me dijo que esta era una zona con fuertes corrientes porque confluyen varios océanos y eso da lugar a olas como la que nos arrasó”.

“También nos lo dijo el sacerdote del pueblo cristiano. Las olas no piensan pero sí las personas...”

“Ya veo por donde vas... ¿estás pensando lo mismo que yo?” preguntó el caballero del rayo.

“Es lo más probable, pero para confirmar lo que estamos pensando primero hay que encontrar a Fidel. Si la ola le lanzó a él también, no es descabellado pensar que pueda estar en el pueblo árabe”.

“Continuo. Estuve volando durante varias horas sin poder cambiar la trayectoria o regresar de alguna manera. Llevábamos varios días tomando esa porquería que preparaba Fidel, así que estaba prácticamente sin fuerzas y no era capaz de hacer nada, por lo que al final me relajé y dejé que la fuerza del impacto me llevase donde quisiera. No se cómo ni por qué, pero acabé en este pueblo, aunque mi entrada no fue demasiado triunfal”.

“¿Qué pasó?” preguntó Gabriel.

“Choqué contra un edificio, atravesándolo y destrozando las paredes, hasta que caí finalmente al suelo. Desgraciadamente, el edificio se resintió y la parte superior comenzó a derrumbarse, un gran escombro se precipitaba contra el suelo, y yo no tenía fuerzas para moverme y pararlo. Miré hacia abajo rezando porque no hubiera nadie debajo, pero dio la casualidad de que Pamela se encontraba justo debajo. No tuve más opción que lanzar un rayo para destruirlo, pero agotó todas mis fuerzas y me desmayé al instante. Cuando desperté todos me adoraban y me llamaban Dios del Rayo. Me presentaron a Hilda y a la pequeña que había salvado, y me propusieron quedarme aquí. Acepté y me dieron este traje, son las ropas que llevaba ese antiguo Dios”.

“Pero vosotros sabéis que no es un Dios, es un caballero, ¿verdad?” preguntó Arturo.

“Por supuesto, ¿nos tomas por idiotas? No nos compares con los cristianos o los musulmanes – interrumpió Hilda – Todos sabían que el sintoísmo era más cultura que religión, por eso no les importa que tengamos templos dentro de la ciudad. Pero aún sabiéndolo no dudaron en desterrarnos en este lugar. La gente del exterior no es más que basura”.

“¿Y el barco? ¿Sabes algo de él?”

“Sí, cuando me dieron el título de Dios del Rayo todo el mundo me hacía caso así que les pedí que lo buscaran. Con las vistas de la isla que hay desde aquí no tardaron ni un día en encontrarlo”.

“¿Y...? ¿Cómo está?”

“Algo mojado todavía, y sucio, ya que ha estado todo este tiempo navegando a la deriva, pero no tiene ni un rasguño. Parece que Norris y Eddy hicieron un buen trabajo”.

“Uffff... Menos mal...”

“Ahora que ya lo sabéis todo, me gustaría deciros algo importante”.

“Di lo que quieras y vámonos rápido – dijo Arturo – Fidel aún está perdido en algún lugar de esta isla”.

“Precisamente se trata de eso. Veréis... Estoy pensando en... Quedarme a vivir aquí”.

“¡¿Qué!?” exclamaron Arturo y Gabriel a la vez.

“Sí... He estado pensándolo estos días... Pensando sobre lo que ha pasado, sobre que tiene que pasar, y sobre lo que podría pasar pero no pasa, y creo que es lo mejor que puedo hacer. Aquí la gente me necesita, puedo protegerles de los ataques de los árabes”.

“Nosotros también te necesitamos” dijo Arturo.

“Jaja, sabes muy bien que eso no es cierto. En nuestra última aventura mis intervenciones fueron prácticamente nulas, no luché contra nadie, así que intenté ayudar a Fidel y despreció mi ayuda, para vencer después por sus propios medios. Está claro que soy mucho más útil aquí”.

“Por eso no viniste a buscarnos aún sabiendo donde estábamos – dijo Arturo – Tu intención era esta desde el principio”.

“Sí, lo siento si no os avise. Con saber que estabais bien me valía”.

“Jonyo... comprendo como te sientes – dijo Peter – Conozco tu pasado al igual que el de los demás, y supongo que algo como esto es lo que estabas buscando desde el principio. Pero esta no es la solución a tu problema”.

“Gracias por tu interés, Peter. Entiendo a que te refieres, una persona que abandona su ciudad natal para vivir en una montaña con un desconocido está claro que lo que busca es salir de donde está”.

“Tú eres distinto de Reik, tú no tienes nada de que arrepentirte, nadie a quien odiar, nadie a quien olvidar. Todo lo que empezó ese día también terminó. Y fuiste tú quien lo terminó. Olvídalo ya todo”.

“Puede que lo que pasó aquella vez fuera demasiado para mí. No creo que lo olvide nunca. Con respecto a que todo terminó, sabes perfectamente que nunca se pudo comprobar, así que no podemos estar seguros. Seguramente la ida de Reik me haya afectado y apoyado esta decisión, le admiro por haber querido seguir su propio camino. En cuanto a lo de que yo terminé lo de ese día, creo que aquello fue a la vez la mejor y la peor decisión que he tomado en toda mi vida.”

“Tuvo que ser duro para ti”.

“Lo fue, y aunque no me arrepiento, las consecuencias fueron muy graves. Si quiero encontrar la paz en mi interior, éste es el mejor lugar para hacerlo”

“Huir no es ninguna solución, no puedes encerrarte para siempre, tienes que superarlo y salir ahí fuera a enfrentarte a ti mismo”.

“Ya hice eso cuando empecé el viaje con vosotros, y he terminado aquí. Por fin he alcanzado esa nueva vida de la que me hablas”.

“Pero...”

“Lo siento, Peter, no hay nada más que hablar. Estaré encantado de ir a despediros al barco cuando encontréis a Fidel y os marchéis, pero yo me quedo”.

Peter veía que sus intentos de convencer al caballero del rayo eran neutralizados con suma facilidad. Al verse entre la espada y la pared, sacó un último as en la manga.

“Aunque sea, acompáñanos esta última vez – le rogó Peter – Hasta que nos marchemos de esta isla.”

Jonyo se quedó pensativo, frotándose la barbilla con los dedos, con los ojos cerrados, evaluando las ventajas y los inconvenientes de su decisión. Hilda y Pamela le miraban, al mismo tiempo que lo hacían también Peter, Gabriel y Arturo. Finalmente, abrió los ojos, se puso de pie y, sin decir una palabra, se dispuso a abandonar la sala. Hilda y Pamela sonrieron y los caballeros agacharon la cabeza.

“Esperad que me cambie... No quiero ir con estas pintas por la isla”.

La sonrisa en el rostro de las mujeres se trasladó inmediatamente a los caballeros.

“Jonyo-chan, ¿vas a irte?” le preguntó Pamela.

“No te preocupes, pequeña, no voy a ir a ninguna parte – dijo mientras le acariciaba la cabeza – Sólo voy a ayudarles a buscar a nuestro último compañero. Después volveré, ¿vale? No tardaré”

Hilda no le dijo nada, simplemente le sonrió y asintió con la cabeza.

“Gracias por todo, Hilda – pensó, mientras seguía acariciando la cabeza de la pequeña – Volveré, os lo aseguró, pero antes tengo que dejar las cosas terminadas”.

Al cabo de un rato, todos estaban en el portón exterior del pueblo, con el caballero del rayo mirando a todas partes, como despidiéndose.

“Próxima y última parada, ¡Tolbi!” exclamó Arturo estrellando el puño contra la palma de su otra mano.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dios! Rubén, saca episodios más rápidos! Te lo pido como regalos de navidad y reyes! No puedes dejarnos así! ='(. Tengo ganas del siguiente y no quiero esperar hasta el domingo que viene! SACALO ANTES POR FAVOR!

Dani López

Anónimo dijo...

Jon:

De pronto cayeron varios rayos a formando un círculo y un rayo (varios rayos formando)
“Pensé que era un alucinación, pero al verla de nuevo...”(pense que era una alucinacion)
gracias por dedicarme este capitulo ruben,me ha gustado mucho el reencuentro con mi personaje y a la vez me has creado un monton de dudas sobre el,por que le pasó en el pasado aquel dia que mencionan el y peter y tambien el tema de quedarse en el templo,y es verdad que fui el que menos participó en las luchas contra los malos,joe me siento poco util jaja,weno ya estoy esperando con ansia el proximo capitulo y coincido coincido con dani en que si los puedes sacar antes mejor
Venga un saludo a todos